Alemania era el país más culto de Europa, sobre todo después de la "Kulturkampf", lucha cultural protestante del canciller Otto von Bismarck contra los católicos de Baviera y Renania. Pero de pronto, en la segunda década del siglo XX, un huracán de barbarie brotó de las entrañas de la cultura más refinada, y hasta ahora los intelectuales europeos se preguntan cómo fue posible y ensayan diversas interpretaciones.
Sin embargo, tenían la solución a mano, no necesitaban como el filósofo italiano Giorgo Agamben retroceder hasta la antigua Roma, si no a Babilonia y Asiria, para rastrear en la antigüedad antecedentes de la barbarie moderna.
El poeta martinico Aimé Césaire se asombró de la desorientación de los intelectuales europeos, porque estaba claro que los procedimientos fascistas, novedosos en la Europa del siglo XX, eran los habituales en América desde 1492.
Para Césaire -maestro de Frantz Fanon e impulsor de la "negritud" junto con su amigo Leopoldo Sedar Senghor- la crueldad europea era bien conocida en el Caribe.
Sabía que en América hubo muchos Hitler durante siglos. La novedad era que esos procedimientos coloniales se aplicaron el siglo pasado sin aviso aparente contra parte de la misma población europea, considerada de pronto no humana, inferior, antihumana, "fuera de la ley".
Césaire hizo notar ya antes de 1950 que el fascismo no vino de la nada ni fue una mera irrupción inexplicable de barbarie en la cultura, sino que tiene sus raíces en los métodos del colonialismo que Europa aplicó en todo el mundo desde el siglo XVI.
Los nazis eran racistas, como los europeos en general en la China, en la India y en América. Los nazis esclavizaban los pueblos que conquistaban, como habían hecho los europeos en el resto del mundo. Cuando el método se aplicó a la misma Europa los europeos se confundieron, no entendieron cómo era eso de una raza superior que no fueran ellos.
En la China durante "la gran humillación" impuesta por el imperio británico, los restaurantes ingleses advertían que no se admitían perros ni chinos; lo mismo que los restaurantes alemanes en la Praga ocupada por los nazis no admitían perros ni checos.
En el siglo XXI los señalados no son los gitanos, ni los judíos ni los comunistas, sino los musulmanes. La cuestión es encontrar un enemigo y señalarlo a las masas descontentas y confundidas, de modo de lanzarlas contra él, plegarlas a la causa de las élites y apartarlas de sus protestas más genuinas.
El resurgimiento de nuevas formas del fascismo se viene organizando a nivel mundial como la "internacional reaccionaria". Como hace un siglo, esta adaptación del fascismo a la nueva realidad pretende ser la voz de los oprimidos, de los olvidados y de los silenciados que se ven en peligro de marginación o ya la han sufrido.
El sociólogo argentino Juan Gabriel Tokatlian explica al alcance del término "internacional reaccionaria" que él creó para explicar fenómenos sociales que surgieron con el ocaso del "estado de bienestar".
Para Tokatlian, al final de la Guerra Fría la democracia liberal estaba de moda, y de la globalización se veían sobre todo los beneficios; pero ese fácil optimismo pronto se desvaneció frente al poder del capital financiero: "se perdieron empleos, se perdió capacidad productiva, se perdieron posibilidades de mantener el Estado de Bienestar".
Lo que siguió fue un rechazo a una democratización que se imaginaba expansiva, y en su lugar aparecieron gobiernos de derecha como entre otros los de Donald Trump, Víctor Orban, Giorgia Meloni, Jair Bolsonaro, Rodrigo Duterte y Javier Milei, distintos en los detalles pero con un común denominador: volver a la Arcadia de un pasado imaginario, construido ad hoc sobre la decepción de un presente que defraudó y mantiene desierto el porvenir.
De maneras diferentes, la internacional reaccionaria presenta la expectativa de regresar a un pasado de seguridad y orden, a una sociedad homogénea con ascenso social garantizado. El repliegue trata de encontrar ese pasado utópico.
Para explicar por qué hay sociedades y dentro de ella, trabajadores, que se pliegan a posiciones de ultraderecha, habría que recordar que la derrota militar y política de la izquierda revolucionaria, precedida por el ascenso de la izquierda parlamentarista, dejó a las generaciones que siguieron sin una historia en qué apoyarse.
No hubo memoria de las viejas luchas y debió empezar todo de nuevo. Las luchas centradas en sus propios intereses fueron reemplazadas por vagas reivindicaciones identitarias, de grupo, de sector o tribu, que las élites indicaban.
En 1975, en la Comisión Trilateral, David Rockefeller habló de una sociedad con exceso de demandas y prescribió reducir las expectativas y generar apatía política.
La derecha ha logrado ambas cosas: las expectativas desde hace algunas décadas se vienen reduciendo hasta poco más que la supervivencia y la apatía política es el signo de los tiempos.
Según Tokatlian, en 1991, cuando cayó la Unión Soviética y al imperio estadounidense se le hizo el campo orégano, Europa decidió seguir bajo el cobijo de la Otán y avanzar hacia la frontera de Rusia en lugar de buscar más autonomía.
El resultado se ve ahora con la declinación de Alemania, su motor económico, y con la dependencia obligada de los Estados Unidos, que está mostrando su peor cara en la guerra de Ucrania.
Semejante declinación va pareja con el ascenso de la derecha en todo el mundo, con la "internacional reaccionaria" que envuelve de paso la decadencia del pensamiento crítico e incluso del pensamiento sin más, ante la rehabilitación de la pura emocionalidad y la confusión de la opinión con la verdad.
La derrota de los estados fascistas de Europa en las guerras de redistribución no implicó el descarte de los métodos ni del racismo europeo. Noam Chomsky hizo notar que cuando terminó la guerra mundial en mayo de 1945, los oficiales de la Gestapo vagaban sin rumbo por la Europa en ruinas, tratando de no ser capturados por los vencedores.
Pero los ubicaron, y en lugar de apresarlos y juzgarlos por sus crímenes a algunos les ofrecieron organizar en los Estados Unidos un sistema policial represivo aprovechando las experiencias nazis.
La guerra no fue para cambiar los procedimientos que padeció el mundo desde el Renacimiento y la modernidad, sino para redistribuir mercados y establecer hegemonías.
Los métodos del fascismo y sus continuadores son los del colonialismo, no son nuevos. Hitler hubo muchos en Abya Yala desde la invasión europea. No son una anomalía sino la aplicación hacia adentro de lo que antes se aplicaba hacia afuera.
Es la enseñanza que Aimé Césaire dio a los europeos que siguen sin entender del todo lo que les pasa y que se puede consultar en su breve ensayo "Discurso sobre el colonialismo", de 1948.
Allí Césaire definió hace casi ocho décadas la colonización como una aventura de piratas, aventureros y mercaderes y no, según nos han contado, como la expansión del derecho, evangelización, filantropía, lucha contra la ignorancia, la enfermedad y la tiranía.
Cuando Europa mostraba todavía un poder de fascinación que ya ha perdido, Césaire la consideró decadente porque no podía resolver los problemas que creaba; herida porque cerraba los ojos ante los problemas más cruciales, y moribunda porque trampeaba sus principios.
Para Césaire, la civilización europea, que según Hegel es el término de la historia universal en su viaje de Oriente a Occidente, generó dos problemas para los que no tiene solución: el proletariado y el colonialismo; es decir: la explotación de una clase por otra y la explotación de una raza por otra.
La tarea de la internacional reaccionaria es impedir la lucha consciente contra estas dos formas de explotación e instalar en los explotados el miedo al derrumbe definitivo por una parte, y por otra la esperanza en que el camino "correcto" llevará al sueño de felicidad que vive en todos.
De la Redacción de AIM.
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