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Caleidoscopio
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Ser argentino: entre la viveza y la ternura

La identidad del argentino es una contradicción constante: se enoja en la cola del banco pero llora con un gol en el último minuto; desconfía del otro pero se abraza con desconocidos en una marcha. En un país donde la incertidumbre es rutina, el carácter se forja entre el caos y la calidez.


El argentino es un experimento emocional que camina por la cornisa todos los días. No es exageración: sufre como nadie, goza como pocos. Tiene el ego alto y la autoestima en el piso. Se ríe del dolor, se burla de sus tragedias y transforma la bronca en chiste. Es contradictorio por naturaleza: adora el orden pero se le infla el pecho con el quilombo. Lo critican por improvisado, pero es justamente eso lo que lo salva. La cultura del “vemos” no es vagancia, es defensa. Acá nada es seguro, salvo que lo inesperado va a llegar.

El argentino es un animal social: puede estar fundido, pero te invita un mate. Le cuesta cumplir reglas, pero si hay un partido de la Selección, se pinta la cara y llega puntual. Es individualista hasta que lo toca una causa colectiva. Tiene el corazón dividido entre el barrio y el mundo. Mira con desconfianza a Europa, pero se calza un saco y finge acento español apenas baja del avión. Aspira a ser primer mundo, pero se reconoce en el abrazo del almacenero.

La calle lo formó: sabe discutir con el colectivero, negociar con el portero, y conseguir algo más barato si insiste lo suficiente. A veces se pasa de rosca. Pero ojo: debajo de esa coraza de ironía y queja permanente, hay una ternura enorme. Lo demuestra cuando alguien se cae en la vereda y todos corren a ayudar, o cuando una tragedia lo sacude y florecen las cadenas de solidaridad.

En el fondo, el argentino está enamorado de su propio país y a la vez le rompe el corazón. Es una relación tóxica y apasionada. Lo putea, pero lo defiende. Se quiere ir, pero se queda. Y si se va, nunca se termina de ir. El país lo sigue adentro, como una mochila de recuerdos, olores y frases imposibles de traducir.

La idiosincrasia del argentino no entra en ninguna fórmula. Tiene algo de tango y algo de meme, algo de Gardel y algo de Maradona, algo de bronca y algo de fiesta. Es un pueblo que hace chistes con la inflación y llora por la camiseta. Que se reinventa con cada crisis, como si vivir en el borde lo hiciera más vivo. Porque si hay algo que el argentino aprendió, es que la vida no se planea: se pelea, se sobrevive y, cada tanto, se baila.

De la Redacción de AIM

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