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Caleidoscopio
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La cultura andina

La actualidad de la civilización que arrancó con el renacimiento europeo y se afirmó con la modernidad es una crisis grave que puede ser terminal, marcada por la lucha entre un imperio que decae y otro que surge. Son momentos particularmente adecuados para orientarse lo mejor posible, sin dejarse arrastrar por los acontecimientos; no es preciso seguir viviendo mal y mantener la esperanza, casi siempre frustrada, de mejorar. No se trata del progreso personal sino de reconocernos lo que somos y fuimos siempre, de vivir nuestro estado natural, que es el buen vivir.

Hay alternativas a la modernidad, como la sociedad andina y en general las tradicionales, para entrever una salida hacia una mentalidad que en un tiempo fue la de todos y hoy es de muy pocos.

El ejemplo de los otalavos
Según una leyenda que en parte ha sido confirmada por la historia, los otalavos que habitan en la sierra norte de Ecuador, llegaron allí unos 700 años antes de la era corriente desde Mesoamérica.

Antes de la invasión española, los otalavos no permitieron a los incas entrar en su territorio. Eran un ayllu, una comunidad formada por un grupo de familias unidas por la solidaridad, descendientes de un antepasado común, que vivían en un territorio bien delimitado.

Los orígenes de los otalavos son anteriores a la expansión inca. A lo largo de los siglos, desarrollaron conocimientos y modos de organización, la creatividad musical y poética, la danza, el teatro, los tejidos y el comercio.

Los otalavos mantienen la llamada "tradición mindalae", preservada por un grupo de especialistas en el intercambio, cuya existencia está atestiguada desde los orígenes mismos de la presencia del ayllu en el actual Ecuador.

La capacidad artesanal y textil de los mindalao era tal que los invasores españoles los dejaron libres de mitas y tributos que hacían pesar sobre el resto de las poblaciones indígenas.

Una historia similar es la de los cañaris, una federación de ayllus también en Ecuador. La leyenda alude a una gran inundación en que una pareja fue alimentada por dos guacamayos, ave sagrada en Mesoamérica. Se enamoraron y el pueblo cañari, destruido por el agua, volvió a crecer.

Mito y verdad
Los mitos contienen siempre un núcleo de verdad que debe ser comprendida racionalmente.
Los quechuas tienden a dar una forma mítica al origen formación de los pueblos andinos, en que una pareja ancestral encuentra el lugar donde asentar a su pueblo.
Para los andinos el soltero no es persona porque carece de su complemento natural. La palabra que significa "matrimonio" en aymara es la misma que designa a la persona.

Se trata de definir, de persistir, de actuar en pareja porque esos son los valores esenciales que deben presidir el desarrollo. Cuando eligen el lugar para vivir está implícita la visión estética, el conocimiento del espacio y de sus potencialidades, de su energía positiva o negativa.
El entorno elegido para vivir debe armonizar con las personas, ser una razón para la vida de la población que debe constituir una colectividad que se complementa en armonía.

Los quechuas conocen los lugares energéticos adecuados, incluso los niños los advierten y evitan pasar frente a los que reconocen como negativos. Si ocasionalmente pasan frente a uno de ellos, los adultos fuman un cigarro y hacen una oración antes de alejarse.

El lugar elegido debe tener atributos sanadores, debe contribuir visualmente a la sanación del espíritu. Nosotros, que hemos perdido esta sensibilidad, nos hacinamos a veces sin necesidad en lugares sombríos, por mera conveniencia práctica. Y con más frecuencia, debemos aceptar decisiones políticas que hacinan a la gente y la arrinconan en la miseria sin esperanzas.

Pero los otalavos, por ejemplo, eligieron un lugar donde hay cinco lagos, lomas, montañas bordeando el sitio, de modo que el aire que allí se respira contribuya a renovar energías.

Luz, silencio, soledad
A eso se debe una práctica quechua que desorientó en cierto modo a los occidentales: los baños de luz que solían tomar en silencio y soledad algunos indígenas durante horas en la cima de las montañas.

Se trataba no solo de una suerte de comunión con el sol sino de ver el horizonte desde lugares altos, que permitan mucha amplitud. Los que para los occidentales son "miradores" para los quechuas son el sistema de sanación llamado samary o el waylla, que consiste en ofrendas, quema de sahumerios, respirar hondo y contemplar el horizonte en silencio. Al final, se pronunciaba la frase "kawsarishkanimi": he vuelto a vivir.

En el pensamiento andino la pareja es fundamental, pero no como dualismo irreductible al modo de Descartes, sino como medio de restituir la unidad. La pareja puede ser hombre y mujer, porque ambos constituyen la persona que no alcanzan a ser separados. Pero también hay parejas en todos los objetos porque sin parejas no hay evolución.

El par, el dos, es la escisión de la unidad en dos polos, que actúan de modo de restituir la unidad en otro nivel: de la unidad de principio se pasa a la armonía de contrarios.

La dualidad de los pueblos andinos, su tradición que no es esencialmente diferente de la de otros pueblos tradicionales, implica estar y avanzar juntos en armonía, en complementación y equidad.

Para ellos todavía es posible trasladarse a una realidad diferente de la opacidad cotidiana al contemplar un amanecer o un ocaso en las montañas.

Las personas y los lugares tienen una relación indisoluble, que nosotros apenas podemos concebir, porque es una relación espiritual que en el modo occidental de relacionarse con las cosas está rota. Ya la definición romana de la propiedad como uso, disfrute y abuso de las cosas, muestra que la rotura viene de lejos, está como marca imborrable en los orígenes de nuestra civilización grecolatina, que se piensa heredera de Atenas, Roma y Jerusalén.

Entre los andinos, en cambio, la naturaleza, el universo son importantes como materia de conocimiento de sus virtudes, sus ciclos, sus capacidades energéticas que no pueden ser violadas impunemente.

Entre las personas y las cosas no hay uso y abuso, ni valen las mitigaciones que la sociedad occidental ha introducido luego en esa definición bárbara.

Los andinos conocen términos que para los occidentales pueden ser solo poéticos, con la intención lúdica, de pasatiempo, con que suelen acercarse a la poesía, pero que para los andinos son la realidad más significativa.

Por eso, quienes tratan de hacernos entender el modo de pensar andino, se quejan de que el castellano -y en general las lenguas europeas- no pueden expresar algunas ideas que habitan sin esfuerzo en el runa simi, el "lenguaje del ser humano" andino.

Notablemente, la misma dificultad confiesan los que han traducido los libros inspirados de la India (shruti) y los comentarios (smriti) del sánscrito a las lenguas occidentales.
La expresión mama y tayta, por ejemplo, incluye la visión dual del mundo, la naturaleza sagrada que provee amorosamente a nuestro sustento sin agotarse y sin que se genere la idea de abusar de ella.

Cinco siglos igual
La presencia de Europa en México, en los comienzos de la invasión, dan una idea del choque que se produjo entonces y no cesa todavía: Fray Diego de Landa, obispo de Yucatán, relata: "Usaban también esta gente (los mayas) de ciertos caracteres o letras con los que escribían en sus libros sus cosas antiguas y sus ciencias; y con ellas, y figuras y algunas señales en las figuras, entendían sus cosas y las daban a entender y enseñaban. Hallámosles grande número de libros de estas sus letras; y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos lo cual a maravilla sentían y les daba pena".

Aquel demonio que veía Landa con los anteojos de su credo era todavía sencillo. Hoy se ha fragmentado y multiplicado: neoestatismo, indigenismo racista, nacionalismo, militarismo, populismo, colectivismo, igualitarismo, que tienden todos por igual a infectar las mentes y a apartarlas de la sabiduría.

El arco de triunfo bajo el que todos debemos pasar son las sociedades de mercado modernas, abiertas, plurales, democráticas, competitivas y occidentales.
El obispo Landa, muy seguro de su fe, muestra sin prever el juicio del futuro cómo comenzaron los mayas a conocer el occidente y sus excelencias de origen griego, romano y judeocristiano, que muestran hoy a los nativos de Abya Yala la misma cara que entonces.

Occidente no tiene una unidad étnica ni remotamente similar al de las civilizaciones orientales, por eso sus intelectuales tienden a adornarlo con abalorios a gusto pero nunca deben perder de vista que las mentiras son para que las crean los otros, no para que las creamos nosotros.
De la Redacción de AIM.

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