La era que transitamos tuvo como preludio una serie de revoluciones de las comunicaciones y de Internet, la última junto con los teléfonos celulares, a los que algunos consideran una biblioteca en el bolsillo.
La declinación de las instituciones ha convertido a una parte de la población en zombis, en gente viva que camina entre estructuras muertas sin poder orientarse. A partir de esta convicción las campañas políticas son diferentes de las anteriores, ya no con partidos moribundos ni con clases difusas, mal diferenciadas, desorientadas y con convicciones claudicantes, con la meta de mantenerse como consumidores.
Para la mentalidad posmoderna los viejos partidos han entrado en una etapa de virtual extinción y no se parecen a los que hubo entre nosotros al menos hasta Alfonsín.
La vieja militancia política sería cosa del pasado. Ya no se convence a la gente de pueblo en pueblo, de comité a comité, hablando a cada uno con tiempo y en voz baja como hacía Yrigoyen. Los jóvenes actuales no son afectos a las unidades básicas ni a los comités, navegan en la red.
Para los posmodernos los partidos, en la medida en que prolongan una tradición moribunda, no se deben dirigir al individuo aislado, que ya no quiere revoluciones al estilo de la francesa o la bolchevique ni las cree posibles.
En su apogeo, el populismo habla mucho de los pobres pero mucho menos de las clases sociales, dentro de los modos políticos que se avienen mejor con su idiosincrasia retocadora e ilusionista.
Los ideales han muerto, la humanidad actual si se interesa en la política es para que se ponga al servicio de su hedonismo, de sus satisfacciones de cada día, de cada hora, de lo único real.
Nada de ideales por los que dar la vida. Las aventuras revolucionarias se cambian con ventaja por las que se pueden encontrar a la vuelta de la esquina. Mejor que cambiar el mundo es tener una aventura cerca.
La revolución, antes de la declinación que tomó forma en el revisionismo a principios del siglo pasado, era la expropiación de los expropiadores. Ahora consiste en mantener feliz al chancho y hacer que si sueña, sueñe con maíz. El ideal del chiquero, según Einstein.
Se trata de una concepción groseramente materialista que no obstante se presenta como idealista y responde a las necesidades del capitalismo llegado a su etapa de mundialización. La decadencia moderna expresa a su manera que la felicidad está al alcance de todos y el consumo al alcance de la mano, sin pensar en otra cosa ni proponerse otras metas.
A los jóvenes destinados por origen social a ocupar cargos en la Sublime Puerta en el imperio otomano, los metían de niños en habitaciones palaciegas de donde no podían salir, aunque podían gozar de todos los placeres sensuales imaginables e inimaginables. Cuando por fin salían a un mundo que ignoraban por completo para asumir sus cargos hereditarios, eran manejados fácilmente por los que tenían el poder en sus manos.
El "norte" del placer y las drogas en los conciertos de rock, modélicos para la propaganda al uso, son un pálido reflejo posmoderno de aquellos jóvenes deliberadamente anulados y corrompidos del imperio otomano.
Esa es la senda marcada. Cualquier intento serio por salirse de ella puede tomar forma en la aplicación del protocolo antidisturbios o los planes represivos, en la reducción de salarios o cualquier otra cosa imaginable. La hermosura ficticia de la vida consagrada al placer, una promesa fácil, vendría a derivar en su contrario, una realidad de lágrimas.
De la Redacción de AIM.
Dejá tu comentario sobre esta nota