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Caleidoscopio
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La inteligencia vegetal

Según el gurú indio Bhagwan Shree Rajneesh, más conocido como Osho, la inteligencia está ampliamente repartida en la naturaleza, a pesar de la convicción occidental de que es propia solo de los seres humanos. Osho sugiere que salvo los seres humanos, no hay animal tonto. Mientras tienen vida, las plantas tienden al sol con sus hojas sin equivocarse, algunas penetran profundamente la tierra en busca de agua como conociendo a su manera qué hay más abajo.

El filósofo italiano Emanuele Coccia considera que las plantas son una respuesta posible al antropocentrismo y propone ubicarse en el punto de visita de ellas para considerar la vida.

La humanidad ha tratado siempre a las plantas como seres inanimados a pesar de sus evidentes manifestaciones de vida, de ser las creadoras de la atmósfera, de ser autosuficientes y de no necesitar canibalizar a nadie para vivir, a diferencia de los animales.

El pensamiento humano tiene al hombre en el centro, no por casualidad sino porque es el punto de partida ineludible, pero la transcendencia sin la que el hombre se anquilosa y cosifica manda abandonar el centro hacia la aventura.

Ya Jenófanes de Colofón, hace 2600 años, observó: "Si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos o pudieran dibujar con ellas y realizar obras como los hombres, dibujarían los dioses y harían sus cuerpos, los caballos semejantes a los caballos, los bueyes a bueyes, tal como si tuvieran la figura correspondiente a cada uno". Esta observación antigua no tuvo la aceptación que parece merecer, porque el antropocentrismo sigue con salud.

Las plantas están en el mundo desde antes que muchísimo antes que los hombres. El antropocentrismo ha sabido descentrarse hacia un zoocentrismo; pero las plantas no tienen intérpretes, no tienen lugar en el orden ontológico creado por humanos para humanos.

Según la ordenación impuesta, la vida animal es superior a la vegetal y la humana superior y diferente cualitativamente de la animal. Para Coccia se trata de un darwinismo interiorizado, del narcicismo extendido al reino animal.

Para Coccia las plantas meramente están ahí, a disposición, en un silencio que expresa un grado máximo de adhesión al mundo, de estar en él. "Hojas, tallos, raíces y flores, más que atributos específicos de una variedad de vida, encierran con elocuencia una concepción metafísica basada en la mixtura y la contaminación incesante y perpetua entre las diferentes sustancias que componen el universo".

Para Coccia, la disección intelectual de la vida, la sistematicidad científica, es el efecto de la deriva antropológica de los seres humanos, que son una especie relativamente recién llegada.

El hombre vive pisando la tierra, pero todo su cuerpo está en el aire, en la atmósfera. Sin aire viviría apenas dos o tres minutos, y el aire fue una imposición arcaica de las hojas de las plantas, el resultado de millones de años de respiración vegetal, de la fotosíntesis que usa la luz para crear el cuerpo de las plantas, que fija el carbono del aire y exhala el oxígeno que respiran los animales.

De acá resulta que el suelo, la tierra que nos sustenta, es por cierto fundamental, pero toda la energía de que disponemos proviene del sol y solo las plantas pueden usar la energía solar para sustentarse y nosotros nos limitamos a usar de ellas y de otros animales que están al respecto en nuestra misma condición.

Coccia sostiene que el soplo de la respiración vegetal "es el combustible gaseoso que formatea al mundo como una cosmogonía en acto”.

El mundo sería desde esta perspectiva, no tanto un catálogo de problemas sociales y políticos, sino una mezcla continua de todos los elementos del universo, un movimiento de inteligencia y racionalidad no humanas. Si nos adentramos en la razón vegetal, la vida es un estado de inmersión donde los límites impuestos por la racionalidad se desdibujan.

Miguel Marder es profesor de filosofía en la Universidad del País Vasco e investigador de Ikerbasque, Fundación Vasca para la Ciencia. Recuerda que su interés en la vida vegetal comenzó en el invierno del 2009-2010, cuando enseñó en una universidad del Canadá. "Una mañana de invierno, caminando hacia el campus con temperaturas de 40 grados bajo cero, escuché a los árboles que bordean la carretera crujiendo de frío. Pensé: ¿qué significa para estos árboles vivir, sobrevivir en esta exposición a un entorno tan extremo? ¿Qué están expresando —si es que expresan algo— con estos sonidos? ¿Cómo se contrae la vida al mínimo, manteniendo las reservas hasta la primavera? Finalmente, ¿qué supone la vida vegetal?

Marder concluyó que las plantas pueden estar vivas y muertas al mismo tiempo, son individuales y colectivas, cambian constantemente de forma y fisiología, y están inextricablemente conectadas con otros reinos como hongos y bacterias.

Cayó en la cuenta de que las plantas no son objetos de atención filosófica, a su criterio debido a una represión profundamente arraigada en el pensamiento occidental.

Supuso que esta notoria diferencia entre la filosofía occidental y la de los pueblos originarios de América -Abya yala, por ejemplo, se debía a que plantas no encajan patrones lógicos como "sí" o "no"; X versus no-X.

Coleridge ponía a Platón y a Aristóteles como guías innatos del pensamiento: "todos nacemos o platónicos o aristotélicos"; pero también hay quien sostiene que toda la filosofía occidental, incluido Aristóteles, son notas al pie de los libros de Platón.

Marder dice que debido a su mutabilidad natural, las plantas son lo opuesto al ideal del ser inmutable, a las esencias platónicas no creadas ni destructibles.

Recuerda que hoy en día tendemos a pensar en la materia desde la física, pero en los orígenes fue un concepto vegetal y que muy probablemente la misma palabra "materia" esté relacionada con "madera" y "madre"

Después de Copérnico, el ser humano ya no pudo sino considerarse, con dificultad, como un ejemplar muy especial de animal. Marder pretende considerarlo también como una manera especial de ser vegetal: "nuestra piel respira, es fotosensible y registra vibraciones en el espacio, como una hoja. El nivel más fundamental de nuestra vitalidad es compartido con las plantas, tanto que los antiguos colocaron un "alma vegetal" en la psique humana. El mundo interconectado sin estructura de mando y control centralizado es el mundo de inteligencia vegetal, más que animal. Nuestra conciencia planetaria nos regala la capacidad de estar en un lugar, un planeta, de manera similar a la relación de una planta con su lugar.
De la Redacción de AIM.

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