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Caleidoscopio
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Los hikikomori se  autoencierran.
Los hikikomori se  autoencierran.

La prisión domiciliaria voluntaria

Hace tres décadas se manifestó en Japón una conducta patológica llamada "hikikomori", sobre todo en niños y adolescentes, relacionada en principio con las características de la sociedad japonesa. Rápidamente se hizo evidente que no era una particularidad japonesa, sino del modo de vida ultracompetitivo y exigente de la modernidad, exacerbado en Japón, pero también en las grandes urbes de occidente y en las occidentalizadas.

Los hikikomori son jóvenes -pero también adultos- que se encierran en sus habitaciones y no quieren salir de ellas. Hay hikikomori en la Argentina desde la crisis de 2001, que ahora amaga repetirse poco después de los encierros por decreto con el pretexto de la peste. Los hikikomori crecen en número día a día, y recae sobre ellos el diagnóstico de depresión o fobia social.

La mayoría son adolescentes de hasta 20 años, varones primogénitos de familias de clase media. En la Argentina son chicos que se desmoronaron ante las exigencias de éxito de sus padres, que por ejemplo los llevan a jugar al fútbol esperando que se conviertan en Messi y ganen millones: ven en ellos la salvación material y actúan en consecuencia.

Antes los chicos jugaban en la calle todo el día, desentrañaban los secretos de la pelota y podían convertirse en virtuosos, pero sin la exigencia de millones salvadores en su horizonte. El juego se agotaba en el placer de jugar, no lo echaba a perder un cálculo de beneficios futuros.

Los hikikomori son chicos que vieron insalvable la distancia entre sus capacidades y las exigencias de sus madres, que nunca podrían satisfacer: nunca destacarían en la escuela como ellas querían, nunca dibujarían como ellas querían, nunca ganarían todas las partidas de ajedrez.

Entonces abandonaron todo para recluirse en una habitación llena de la tecnología moderna y se quedaron allí años enteros.

No son esquizofrénicos, que suelen tener una conducta de aislamiento similar pero sufren delirios y alucinaciones; tampoco necesitan de ansiolíticos, como la mayoría de los que salen a enfrentar la vida cada madrugada: solamente no quieren salir de su habitación, seguros de fracasar en todo lo que hagan, por lo menos ante la mirada inquisidora de sus padres, que pretenden que sus hijos hagan lo que ellos no pudieron.

El autoencierro de los hikikomori es una defensa ante una realidad agobiante e inmanejable, ante la indefensión. Las paredes y la soledad protegen de la observación que ven como maliciosa, de la persecución, del cuestionamiento insoportable.

Es una reacción ante la sobreprotección asfixiante de la madre, la ausencia del padre y la exigencia desmedida de rendimiento y competitividad.

El hikikomori no sale de su casa sino cuando no tiene más remedio, cuando es estrictamente imprescindible; no toma compromisos sociales y abandona la escuela y el trabajo. El trastorno, claramente relacionado con las condiciones de la vida moderna, consiste en una conducta asocial y evitativa, el abandono de la sociedad por una forma autodestructiva de soledad. La vida gira en torno de internet y las tecnologías informáticas más nuevas.

Los hikikomori se autoencierran; pierden interés en sus proyectos y en el futuro; evitan a los desconocidos, no quieren visitan ni se preocupan por su aspecto ni por la higiene personal.
De la Redacción de AIM.

Sindrome de hikikomori autoencierro prisión voluntaria proyectos futuro

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