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Caleidoscopio
Caleidoscopio

La razón de la tribu

Nuestra sociedad tiende a formar las mentes de sus miembros de modo que que cada uno desconfíe del otro, esté en guardia y se prevenga indiscriminadamente contra estafas o agresiones, reales o imaginadas.

Aunque muchas veces en el pasado haya sido así, ahora la tendencia parece más marcada porque los recursos en mano de los timadores son mayores. El que confía en los demás sin prevenciones por lo menos parece ingenuo.

En el caso de las opiniones, nadie quiere apartarse mucho de la media, porque si no son las esperadas y tienen repercusión se puede sufrir una descalificación consciente y concertada, que se llama "cancelación" y que consiste en castigar los "errores" con el silenciamiento.

Aparecen entonces magnificadas en compensación cuestiones secundarias, de detalle, que merecen atención preferente y la aprobación del poder siempre que distraigan la atención de lo esencial.

Más franca y directa era la condenación en tiempos de Giordano Bruno, que por opinar que el espacio era infinito y contenía infinitos mundos como la Tierra sufrió siete años de prisión y finalmente fue quemado en la hoguera.

El santo cardenal Roberto Belarmino, canonizado en 1930, no se ocupó solo de Bruno sino también de Galileo. Como portaestandarte del poder fijó la doctrina "correcta" de que la Tierra permanecía inmóvil en el centro del universo contra la opinión "herética" de Galileo, que sabía que se movía alrededor del Sol. Galileo se salvó de la hoguera pero pasó el resto de su vida prisionero en su casa. Después de todo, Belarmino era su amigo.

Sería necesario ser Benito Spinoza para sufrir la cancelación sin inmutarse y decir tranquilamente que la vida seguía como siempre. Cuando tenía 23 años, Spinoza fue expulsado de la sinagoga de Amsterdam, que integraba como miembro de la colectividad judía de los Países Bajos.

Le aplicaron una forma de proscripción llamada "Jerem", la más dura. Tras mencionar los rabinos que conocían "las equivocadas opiniones y errónea conducta de Baruch de Spinoza", admitieron que se mostró refractario a apartarse del mal camino. Entonces lo expulsaron de la comunidad "por la decisión de los ángeles y el juicio de los santos", en estos términos: "Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. El Señor borrará su nombre bajo los cielos y lo expulsará de todas las tribus de Israel abandonándolo al Maligno con todas las maldiciones del cielo escritas en el Libro de la Ley".

Eso de dejarlo abandonado al Maligno era entonces mucho más eficaz y cruel que ahora; un hombre sin religión era un paria, un muerto en vida como es hoy un migrante sin patria.

Sin llegar a esa formulación tan implacablemente absurda, ahora la cancelación se aplica con igual intención pero con métodos más refinados al que exprese públicamente, con alguna llegada, una opinión en asuntos críticos al margen de la correcta, que es la propagada por los medios de comunicación masiva llamados "serios".
La cancelación es una práctica que viene de lejos, de raíz confesional, ahora potenciada por las redes sociales que han adecuado la voz salvífica o condenatoria de las capillas antiguas y la usan con una capacidad multiplicada por la tecnología. Posiblemente la reactivación moderna de la cancelación se inició en la Alemania nazi con la finalidad de execrar a los judíos y a los reacios al nacionalsocialismo.

Hace algunos meses legisladores estadounidenses opinaron inapropiadamente a favor de la paz en Ucrania en una carta al presidente Joe Biden, y fueron de inmediato llamados a cabildo para que revisen sus puntos de vista y los ajusten a una corrección que no debían desconocer.

En la Unión Soviética, el stalinismo tenía métodos convincentes de tratar a los adversarios. Si no era necesario llegar a mayores los invitaba a la "autocrítica", que debía terminar por allanarse a las opiniones oficiales para bien de todos y de los mismos malpensantes sobre todo.

La reprobación que practica el poder mediático parece tener ahora uno de sus puntos focales en Josef Mércola, un médico estadounidense de opinión abundante, radicado en Miami, que se muestra desfavorable a las vacunas del Covid y en general pone en cuestión la realidad de la epidemia y las intenciones de sus propagandistas.
Sobre Mércola recae la acusación de lucrarse y de provocar muertes con sus opiniones "extrañas" y "teorías falsas" sobre el Covid y las vacunas.

Una especie de devolución de gentilezas, porque esas son las acusaciones que Mércola lanza a sus adversarios, con la diferencia de que son gente muy poderosa -tanto que tienen la corrección en sus manos- y no menos sospechada que él de fraude y lucros indebidos, aunque muchísimo más cuantiosos que los de Mércola.
De la Redacción de AIM.

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