En el siglo XV el príncipe portugués Enrique el Navegante mandó a comprar hombres con abalorios a los reyezuelos africanos, que con gusto cazaban y entregaban a sus súbditos para disfrutar de los productos del ingenio europeo. Fue el inicio del tráfico moderno de esclavos, décadas antes de la llegada fortuita de las carabelas de Colón a las Antillas.
Entonces comenzó un negocio triangular entre Europa, África y América que duró varios siglos, favorecido por los vientos que de ida y de vuelta inflaba las velas en el "mar tenebroso", el océano Atlántico.
Portugal se apoderó el golfo de Guinea en el siglo XV. En Guinea, entre los ríos Congo y Senegal, los portugueses cambiaban quincalla, es decir cascabeles, espejitos, abalorios, telas bastas por negros cazados en la selva y conducidos encadenados a los puertos. Los gobernantes africanos incentivaban este negocio porque lo veían muy conveniente.
Los barcos cargados de esclavos, de los que apenas la mitad llegaban vivos a América, eran cambiados en el "nuevo mundo" por productos coloniales como azúcar, tabaco, cacao, oro y plata, fruto del trabajo esclavo, que terminaban en Europa.
Este sistema comercial, lucrativo para Europa, fue ruinoso para África, que sufrió una merma de su población, sobre todo juvenil, atraso económico y desorganización política que perdura hasta hoy, cuando Europa sufre un flujo inmigratorio de la miseria africana que no puede detener pero ha convertido el Mediterráneo en un cementerio. En Mali, por ejemplo, había una universidad en aquellos tiempos con mucho más estudiantes que cualquiera de Europa, y fueron vendidos como esclavos.
Los esclavizados africanos llegados a América intentaron siempre recuperar la libertad, y trataron de organizarse para dejar de sufrir a los esclavistas, con el recuerdo de África siempre presente. En los bailes de negros antillanos una exhortación dice al comenzar "Guinea nos va a ayudar", un recuerdo de la patria perdida pero no olvidada.
En Sudamérica, desde Pernambuco hasta Buenos Aires hubo redes clandestinas de esclavos fugados, que se disimulaban como cofradías religiosas, a veces con nombres de santos apócrifos, como San Baltasar, que no es un santo sino el nombre atribuido a uno de los reyes magos. En realidad el evangelio no nombra a los magos del oriente ni dice que sean tres. Estas redes tenían contactos que les permitían estar en relación unas con otras a través sobre todo de los ríos, que eran vías de comunicación muy extensas. Los esclavos solían desaparecer de las ciudades ayudados por africanos que se habían liberado antes.
El ritual del mate en los fogones no era una mera costumbre alimentaria ni higiénica sino una comunión que recordaba la pertenencia a una red libertaria, una palabra ésta que la política hoy ha prostituido. El mate pasaba de una mano de bronce a una mano oscura y de la mano oscura a una mano blanca; él mate las unía a pesar de las diferencias de color.
El ferrocarril subterráneo
En América del Norte también hubo redes libertarias, que se llamaron "el ferrocarril subterráneo" porque estaban organizadas, para disimular, como si fueron estaciones de ferrocarril. No había trenes ni vías, solo el lenguaje ferroviario como cobertura. El "jefe" era el encargado de un refugio seguro para los fugados, el que era la "estación". Cuando iban a enviar un fugado de un refugio a otro para proseguir la huída, el "jefe" enviaba un mensaje anunciando un "paquete" como si fuera una encomienda.
En los Estados Unidos el ferrocarril subterráneo, "underground railroad" no fue ferrocarril ni subterráneo, sino una red clandestina organizada para ayudar a escapar a esclavos a través conexiones a lo largo y ancho de Estados Unidos
Este "ferrocarril subterráneo" comenzó a funcionar alrededor de 1830 y se mantuvo hasta la guerra civil estadounidense, que terminó con la derrota de los esclavistas en 1865
Los esclavos eran conducidos a los estados del norte e incluso al Canadá, pero también al sur, a México, donde era posible la libertad, porque los mexicanos no daban tanta importancia al color de la piel y podías ser libre. En cierto momento, fue Haití, la primera revolución negra triunfante, la patria de la libertad, y hacia allá se dirigían los negros esclavos.
La libertad de los esclavos era muy mal vista desde el punto de vista económico, porque la esclavitud era uno de los fundamentos de la prosperidad comercial de los Estados del sur, que comerciaban el algodón con los industriales textiles ingleses, que mantenían su influencia sobre ellos.
Posiblemente, cuando el presidente Lincoln abolió la esclavitud tuvo en mira no tanto la cuestión humanitaria ni principista como la perspectiva de quitarle al Sur la base de su prosperidad económica. De todos modos, debió seguir hasta el final con una iniciativa que le costó la vida.
Harriet por la libertad
Entre los luchadores por la libertad tiene un lugar destacado Harriet Tubman, afroamericana abolicionista y sufragista.
Nació esclava como Aramita Ross, pero cuando pudo conquistar la libertad la usó para luchar contra la esclavitud y las injusticias y por el voto femenino
De niña padeció innumerables abusos y golpes, uno de ellos le dejó secuelas para toda la vida. Recuerda que tenía cinco años cuando debía cuidar a niños durante la noche; si alguno se despertaba llorando, era azotada.
Después de casarse a los 24 años con John Tubman, un negro libre, cambió su nombre por Harriet, variante del alemán Heimrich, "casa rica".
Harriet escapó a la libertad con ayuda del ferrocarril subterráneo; pero la puso en riesgo cuando volvió por sus parientes esclavos, al saber que una sobrina iba a ser vendida y la ayudó a escapar.
Lejos de contentarse con su recién ganada libertad, la volvió a poner en riesgo al proponerse realizar la peligrosa tarea de volver por sus familiares, en 1850 y ante la noticia de que una de sus sobrinas iba ser vendida emprendió el retorno al estado de donde había escapado para ayudar a escapar a una parte de sus familiares lo cual logro exitosamente.
Harriet se convirtió en conductora del ferrocarril clandestino. Hizo 19 viajes a los estados esclavistas sureños durante 11 años, y consiguió liberar a más de 70 otros esclavos.
Se preciaba de no haber perdido a ningún fugitivo a pesar de la organización montada por los esclavistas para capturarlos con cazadores armados y perros de caza, que actuaban para cobrar recompensa
Harriet creó un procedimiento planificado, que incluía somnífero para evitar que los bebés se despertaran y lloraran. Llevaba una pistola para espolear a fugitivos desanimados que no querían continuar por miedo o fatiga.
Durante la Guerra de secesión o la Guerra Civil norteamericana, Harriet se unió a las filas de la Unión ya que veía en el bando encabezado por Lincoln una solución más definitiva al problema de la esclavitud.
De todos modos criticaba posición más bien tibia del entonces presidente Lincoln con respecto a la esclavitud, que hasta la proclamación del acta emancipadora se inclinaba hacia una eliminación progresiva de la esclavitud deteniendo su expansión y fomentando la liberación de esclavos.
Harriet participó en la guerra civil estadounidense. Fue la primera mujer que dirigió un asalto armado, el que sucedió en río Combahee. Allí guió, gracias a su conocimiento del terreno, a tres barcas a vapor a través de aguas minadas y pudo desembarcar a los soldados, que tomaron el lugar y liberaron a 700 esclavos.
Cuando cerca del final de su vida una mujer blanca le preguntó si las mujeres podrían votar, ella le contestó: He sufrido lo suficiente como para creerlo».
Harriet Tubman murió en 1913, cuando su vida dura y agitada le recordó que su heroísmo se basaba en un cuerpo débil y enfermizo. La afectó una neumonía de la que no pudo recuperarse.
De la Redacción de AIM.
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