El desarrollo tecnológico exponencial del mundo moderno lleva a conjeturar un futuro inmediato dominado por máquinas en que los seres humanos serían más sirvientes que amos.
El futuro depende de demasiados factores desconocidos; por eso los vaticinios no se fundan en conocimientos sino en presuntas visiones directas dadas a muy pocos o a ninguno. Pero la tendencia a la vista es que las máquinas electromecánicas que deberían aliviarnos el trabajo y permitirnos tiempo de ocio, nos relegarán a la condición de sobrantes, inútiles, y servirán al poder que las controle.
La tendencia recurrente
Los robots se fundan en algoritmos, procedimientos matemáticos recurrentes que con la potencia de cálculo actual -y mucho más las que promete la computación cuántica- permiten resolver en segundos problemas antes insolubles. Pero a medida que los algoritmos expulsan a las personas del mercado laboral, la riqueza se concentra en la élite y crea una desigualdad social y política que recuerda a las peores de la antigüedad.
Hoy en día la tercera parte de la humanidad es desechable, no es ejército de reserva porque no tiene ninguna capacidad tecnológica que le permita sustituir en algún momento a los que trabajan y está sumergida en la miseria sin retorno.
El producto del trabajo social se distribuye cada vez menos equitativamente y es embolsado sin problemas ni remordimientos por una minoría cuyo fin es embolsar cada vez más.
El trabajo socialmente necesario para cubrir las necesidades humanas es cada vez menor, pero la explotación es cada vez mayor, mayores la marginación y la miseria.
Un siglo después
En la década de los 30 del siglo XX se instaló el fordismo como sistema de producción industrial. Era un desarrollo del taylorismo de principios de siglo, que pretendía ser la organización científica del trabajo. Tras reinar sin obstáculo durante décadas, el fordismo encontró límites: la monotonía del trabajo, la desmotivación de los trabajadores y la creciente importancia de errores que se magnificaban en las líneas de montaje.
El fordismo implicó un cambio en los destinatarios de la producción, que antes eran los que ya tenían capacidad de compra, los ricos. Con el fordismo los consumidores pasaron a ser los trabajadores, que en conjunto consumen más, aunque menos individualmente. El propio Henry Ford, un hombre paradójico de origen humilde, decía que sus innovaciones tendían a que los obreros se convirtieran en acomodados económicamente.
Estas novedades determinaron las políticas recomendadas por Keynes tras la gran depresión de 1930, entre ellas inversiones estatales para poner en movimiento al capitalismo mediante la estimulación del consumo.
La automatización social
¿Cuál puede ser el futuro de un sistema productivo fundado en el trabajo de robots, como en otro tiempo estuvo fundado en el trabajo esclavo?
El profesor chileno Carlos Pérez Soto considera que una tendencia que se debe impulsar es a lograr independizarse de la división social del trabajo, a que el tiempo de trabajo libre sea efectivamente mucho mayor que el tiempo de trabajo socialmente necesario.
Pero conjetura qué acontecerá si finalmente los robots desplazan al trabajo humano.
Entonces se alcanzaría un estado de cosas que para Pérez Soto es incompatible con el capitalismo.
Debido a la automatización del trabajo la cantidad de trabajadores disminuirá nominalmente; pero simultáneamente, como consecuencia directa, habrá menos consumidores. La robotización creará su propio límite cuando por el avance de la robótica no haya capacidad de consumo.
Ser feliz sin nada
Ruedan algunos rumores de "comunismo" que han alarmado a oídos sensibles de clase media, pero provienen de las elites. "No tendrás nada, y serás feliz", es la consigna "futurista". La pregunta era si la consigna supone instalar un Estado todopoderoso, un poder mundial que satisfará todas las necesidades gratuitamente, a condición de que todos obedezcan sin chistar.
Es una extrapolación de una situación en que los actuales subsidios estatales para paliar el hambre y la desocupación serán lo habitual como salario universal, porque habrá producción robótica en gran escala para gente sin ingresos. No será entonces un mundo capitalista, pero sí quizá un Estado vigilante y presente al que no escapará nada y proveerá a todas las necesidades.
Por lo pronto, la posibilidad de automatizar todo es una intención que choca con la necesidad de producir enormes cambios sociales, y mientras tanto revela la intención de presionar hacia la precarización del trabajo para que los trabajadores acepten mermas en sus salarios o de lo contrario enfrenten la marginación total.
Las máquinas trabajan sin descanso, sin percibir salario ni hacer paros: son el sueño del capitalismo, pero sigue siendo cierto que el sistema productivo funciona si hay a quien vender, si se amplía la capacidad de compra contra la que milita frontalmente la robotización.
El sistema enfrenta entonces una contradicción severa: no funciona sin capacidad de compra y tiende por su propia dinámica, gracias a la robotización, a reducirla hasta cero usando máquinas que no cobran salario ni sufren cansancio ni protestan pero que podrían tomar decisiones y autorrepararse.
Sin embargo, hay muchas enfermedades que tienen remedio, y hay sistemas que buscan por sí mismos el equilibrio, sobre todo cuando lo han perdido.
Las políticas que dentro del sistema vigente tienden a crear empleo lo buscan neokeynesianamente tercerizando la economía. Con la salvedad de que debe hacerlo el Estado porque las empresas desdeñan invertir en el sector tercerizable de servicios. El resultado es el crecimiento de la burocracia estatal, que sufre una inflación que provoca quejas y denuestos de los empresarios capitalistas, que se sienten con los neoliberales el ombligo del mundo -los héroes que pintó la novelista Ayn Rand- y ven peligrar su cíclo virtuoso.
Entonces las exigencias de reducir el Estado se ven ante la imposibilidad de llevar lejos el antiburocratismo porque sin la masa de tercerizados y dependientes del Estado, que ha llegado a ser muy grande, no habría capacidad de compra.
La salida del millón
Como salida del enredo algunos "filántropos" multimillonarios han dejado conocer intenciones mucho más ambiciosas: reducir el 70% la población del mundo; más o menos el 30% en marginación definitiva y la que mal o bien se la rebusca para mantenerse de pie. Quizá al 30% restante vayan dirigidos los mensajes que han parado algunas orejas: "quedate en casa, no tendrás nada pero recibirás todo sin costo" gracias al trabajo robótico y a la obediencia sin reservas.
Es posible que la "cuarta revolución industrial" en marcha produzca como reacción un despertar de la modorra crepuscular que padece la civilización. Se recuperaría en ese caso el sueño insumergible del trabajo libre. La comodidad y la felicidad volverían a ser lo que son según Einstein: el ideal del chiquero.
De la Redacción de AIM.
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