En 1872, el presidente Gabriel García Moreno mandó fusilar a Manuel León, reo de alzamiento contra el "orden legal" en Ecuador, su país. Había un detalle: El condenado no era Manuel, era Manuela; pero el presidente no quiso dejar evidente que un caballero como él había mandado al paredón a una mujer, aunque fuera "una india bruta" como conjetura irónicamente Eduardo Galeano: "Manuela había alborotado tierras y pueblos y había alzado a la indiada contra el pago de tributos y el trabajo servil. Y por si todo eso fuera poco, había cometido la insolencia de desafiar a duelo al teniente Vallejo, oficial del gobierno, ante los ojos atónitos de los soldados, y a campo abierto la espada de él había sido humillada por la lanza de ella.
Cuando le llegó este último día, Manuela enfrentó al pelotón de fusilamiento sin venda en los ojos. Y preguntada si tenía algo que decir, contestó, en su lengua: Manapi. (Nada)".
El presidente que dispuso el fusilamiento es una figura cruzada por contradicciones propias de Sudamérica en su tiempo: era liberal y progresista, creó escuelas, hizo caminos, en su juventud propuso eliminar los impuestos a los indios; pero cerró posiciones junto al clero católico en otros aspectos, de modo que algunos historiadores lo consideran un apóstol de la modernización del Ecuador y otros, un tirano. La historia es política. Murió asesinado en 1875 cuando acababa de ser reelecto para una tercera presidencia. Lo emboscaron a la entrada de la casa de gobierno tres hombres que posiblemente fueran masones que ejecutaban una recomendación proveniente de Europa.
En 1872 Fernando Daquilema encabezó una revuelta indígena contra el poder estatal ecuatoriano. Era un descendiente de la dinastía autóctona Duchicela, por eso cuando finalmente la revuelta fracasó, el pretexto para fusilarlo fue haberse declarado rey. Daquilema significa "señor con mando y poder".
Cuando tenía 25 años, enfrentó al régimen de García Moreno contra el cobro de diezmos y las levas para trabajar en obras públicas. Los otros indígenas lo aclamaron rey.
Manuela León participó del levantamiento que empezó con la ejecución de tres enviados por el gobierno a reunir gente para trabajar en la construcción de vías. Luego ejecutaron a los diezmeros -cobradores de impuestos- Rudecindo Rivera y David Castillo, entre otros.
En Punín, los alzados al mando de Manuela quemaron 14 casas y enfrentaron a los soldados y matando al teniente Miguel Vallejo.
Vencido el movimiento, el 8 de enero de 1872 Manuela León fue ejecutada junto con Daquilema.
Pero los tiempos cambian y lo que antes parecía condenable ahora es heroico. El 5 de noviembre de 2010 la Asamblea Nacional del Ecuador declaró héroes de la patria a Fernando Daquilema y Manuela León.
Manuela es considerada a veces un personaje legendario, porque no hay documentos que prueben su existencia; pero tampoco, por ejemplo, quedan muchos sobre la matanza de 100.000 campesinos alemanes en tiempos de Lutero, que los calificó de "mesnadas asesinas". Suele ser el destino de los derrotados.
La tradición, más tenaz que los papeles, dice que Manuela nació en 1840 en la comunidad Poñenquil del pueblo de Punín, datos compartidos por algunos estudiosos
La etnóloga ecuatoriana Marcela Costales, noveló la vida de la rebelde de Rio Bamba y le dio voz: "En 1871 recibimos en Poñenquil con alborozo, con lágrimas, con fe, con delirante entusiasmo, la grande, la esperada noticia de que se iniciaría la rebelión indígena de Cacha. Pacífico Daquilema de 41 años y su mujer Juliana Paguay de edad casi similar a la mía, mis vecinos, tomaron la voz del alzamiento y reclamaron el lugar de nuestros cabecillas. Con toda la reciedumbre que me habían dado los años, los trabajos forzados en las carreteras nacionales, los tributos y la ofensas diarias, me sumé al grupo de Pashi, “el uto”, llamado así por le faltaba un dedo de la mano derecha".
Los fines del movimiento fueron narrados así por el poder estatal ecuatoriano: "el levantamiento de una parte de la raza indígena contra los blancos en la provincia de Chimborazo, a fines de 1871, movimiento producido por la embriaguez y la venganza y manejado con varios actos de salvaje ferocidad, fue contenido fácilmente por la fuerza armada, castigado severamente por la justicia en algunos de los más culpables y completamente apaciguado y extinguido por el perdón concedido a los otros delincuentes”.
Así lo expuso ante el congreso ecuatoriano el presidente Gabriel García Moreno en agosto de 1872, cuando quizá todavía no sabía que su fin a feroces machetazos, también estaba dispuesto: por el destino, por la casualidad, por la conspiración o por la masonería, quién sabe.
De la Redacción de AIM.
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