La duda es por definición la indeterminación entre dos juicios o dos decisiones, la vacilación entre dos cosas. El poeta indio Kabir, nacido en Benarés hacia el año 1400, tan hindú como musulmán, recomendaba "ve sólo Uno en todas las cosas, es el segundo el que te descarría", como suele ocurrir al que llega a una bifurcación del camino y no sabe cuál tomar.
Las certezas habituales, las que guían nuestra conducta y parecen seguras, pueden convertirse en dudas si aparece una bifurcación no prevista.
Hace alrededor de tres décadas Robert Proctor, profesor de historia de la ciencia de la universidad de Stanford, Estados Unidos, leyó por casualidad un escrito de una empresa de cigarrillos titulado "El tabaquismo y la propuesta de salud".
La empresa tabacalera instruía internamente sobre su táctica de ventas: "La duda es nuestro producto; es la mejor manera de competir con el volumen de información que existe en la mente del público en general. También es el medio para crear controversia".
En la controversia, la opinión bien fundamentada confronta con otras puestas a propósito para debilitar el criterio, con menos o ningún fundamento pero con más publicidad.
El profesor Proctor se propuso estudiar el trasfondo de las recomendaciones de la tabacalera en momentos en que arreciaban las críticas contra el hábito de fumar y empezaban a aparecer prohibiciones que hoy son la norma.
La empresa se proponía explícitamente confundir acerca de si fumar provocaba cáncer.
Desde 1955 hay evidencia de que fumar provoca cáncer, pero hubo que esperar décadas a que los informes de los hospitales permitieran las confirmaciones que requerían las tabacaleras a los jueces para dejar firmes las prohibiciones. Mientras tanto, hubo millones de fumadores muertos.
La confusión es un buen caldo de cultivo para la mentira y la mentira es el arma preferida de la política. Es de toda época (según los teólogos medievales era la herramienta del diablo), pero hoy en día está propiciada conscientemente y no es un buen síntoma del estado actual de cosas.
Proctor dio nombre a su estudio de la confusión como arma para someter a los clientes e inducirlos a comprar: agnotología, la ciencia de engañar para vender. La palabra está compuesta por "agnosis", falta de conocimiento, y "ontología", el estudio del ser.
Es el estudio de la ignorancia o duda inducida culturalmente. Es una piedra con la que tropiezan los votantes y los clientes dia a día para arrepentirse, pero tarde.
La agnotología introduce un matiz significativo que habitualmente no abarca la palabra "ignorancia": "la ignorancia es poder y la agnotología es la creación deliberada de ignorancia", una "productividad" que no es la que mencionan los manuales de economía.
No se trata de la inmensidad de cosas que aún no conocemos y que posiblemente no lleguemos a conocer nunca; no es la noción habitual de ignorancia sino una estratagema política, la creación deliberada de agentes cuya misión es que no se sepa.
Donde haya debate habrá dos opiniones, y donde haya dos opiniones habrá pretexto para propagar la ignorancia. En este caso del debate brota la ignorancia, no el conocimiento.
La idea de que en todos los casos hay dos puntos de vista diferentes, incluso opuestos, permite argumentar que no es posible llegar a una conclusión única, sino que la incertidumbre es insumergible, incluso de buen gusto porque no se impone al adversario, no hiere.
Es en síntesis lo que las tabacaleras utilizaban para hacer que fumar pareciera inofensivo y es la técnica usada por los interesados en negar algo, por ejemplo el cambio climático antropogénico contra la evidencia científica.
Se puede alegar que siempre hay dos o más versiones de cada historia, y como los expertos no se ponen de acuerdo, lo que debería concluir en una verdad termina en el triunfo de la ignorancia.
Hace más de un siglo, Lenin observó que si el teorema de Pitágoras lesionara algún interés, ya alguien habría inventado un argumento que oponerle de modo de limitar su significado en la consciencia de la gente y por lo menos relativizarlo.
Según Proctor, hay campo para crear ignorancia cuando mucha gente no entiende un concepto o hecho y también cuando grupos de intereses, como una firma comercial o un partido político, quieren crear confusión sobre un tema.
Un mecánico de automóviles afirmaba que el punto de ebullición del agua era de 99 grados centígrados, porque era lo que le marcaba su termómetro. No sería difícil convencerlo de que en realidad es de 100 grados para el agua pura a la presión atmosférica. Esta segunda opinión tiene mucho más peso científico y no tiene resistencias internas; pero diferente sería si se tratara de abandonar el cigarrillo ante los riesgos para la salud.
Su debilidad ante el hábito arraigado, su dificultad para enfrentar la abstinencia, vería confirmación en las opiniones encontradas sobre el tema, con el mismo aspecto científico, que crean indecisión e incertidumbre y conservan el cliente.
Para la agnotología la ignorancia no es la simple falta de conocimiento sino el resultado de la presencia activa de luchas de intereses políticos, económicos y culturales.
Se trata de comprender por qué algunas formas de conocimiento no nacen o desaparecen o por qué se han vuelto invisibles; por qué algunas gozan de prestigio y otras generan irrisión, en ambos casos entre los que no se han acercado a ellas.
La distribución del prestigio en la sociedad es también un asunto político, quizá más que ninguno sujeto a la mentira. Una pregunta clave es qué es lo que permite usar a la ignorancia como herramienta política.
Esta cuestión se puede abordar desde otro punto de vista sin alterar las conclusiones. Ciertas modas del progresismo superficial, que tiene la sensibilidad a flor de piel, buscan crear una inestabilidad que llegue a la destrucción de la noción de verdad.
La correlación entre lo dicho y lo acontecido queda anulada bajo afirmaciones basadas más en la sensibilidad que en la racionalidad, que no deben ser rechazadas porque lastimaría una percepción de las cosas que aparece sin demostración como inatacable.
Sin embargo, la opinión de cada uno es analizable y rechazable si el análisis lo pide: en cambio no es rechazable el derecho de cada uno a expresarla.
La cultura de la posverdad considera las verdades como si fueran opiniones surgidas de intereses. Se trata de manipulaciones, que se han hecho evidentes en las campañas preelectorales y se basan en modelos de predicción de las conductas. En este punto, la mentira científica tiene un apoyo invalorable en la informática.
De la Redacción de AIM.
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