El investigador y politólogo español Santiago Armesilla afirma que el término "marxismo cultural" tiene su origen en la escuela de Frankfurt, en la década de 1930, pero en un sentido diferente del que le da ahora la derecha política, porque se refería al estudio de la superestructura desde el materialismo histórico.
La "Frankfurter Schule" evolucionó en la universidad alemana de Frankfurt a partir de 1924. Se sirvió sobre todo de ideas de Hegel, Marx, Heidegger y Freud para analizar las sociedades industriales modernas.
Según Armesilla, los filósofos frankfurtianos sólo pretendían alejarse de las tendencias economicistas de la época para enfocarse en el análisis de la superestructura ideológica, que llamaban cultura.
"Fue la extrema derecha estadounidense, con Lyndon Larouche, quien vio en eso un peligro". Larouche fue un político norteamericano extravagante, que pasó de trotskista a militante de extrema derecha, al punto que sus críticos estadounidenses lo consideraron próximo al fascismo, teórico de la conspiración y antisemita.
Desde los años 90 del siglo pasado se viene afirmando que el "marxismo cultural" iniciado por miembros de la escuela de Frankfurt: Teodoro Adorno, Max Horkheimer, Walter Benjamin, Herbert Marcuse, etc, pretende acabar con la "cultura occidental".
El término "marxismo cultural" se convirtió en peyorativo, y es usado por igual por neofascistas, neonazis, alt-right (derecha alternativa), neoconservadores, anarcocapitalistas, etc., para tratar de desprestigiar al marxismo. En realidad, para Armesilla, quien está socavando la "cultura occidental" es su producto más refinado y moderno: el liberalismo.
No obstante, considera a las tendencias modernas del fascismo italiano clásico, al nihilismo del nazismo hitleriano y a las propuestas individualistas del anarcocapitalismo, más peligrosas para la supervivencia de la "cultura occidental" que el marxismo.
Armesilla dice que el marxismo defiende que los trabajadores sean los dueños absolutos del legado cultural cuyas manos produjeron, pero cuya gestión estuvo siempre en manos de otras clases sociales.
En la Argentina los críticos del marxismo cultural, tal como aparece a sus ojos, suelen extremar mucho sus palabras. Por ejemplo, el doctor en economía y académico Alberto Benegas Lynch, liberal acérrimo, termina un artículo sobre la batalla cultural con palabras que hacen parecer tibio al infierno: (Los ideólogos) "son seres apocalípticos que pretenden rehacer la naturaleza humana y a su paso dejan un tendal de cadáveres. Son "redentores" que aniquilan todo lo que tenga visos de humano. Son militantes (esa palabreja espantosa que usan algunos desprevenidos) que obedecen ciegamente los dictados de sus dogmas y consignas tenebrosas".
La opinión común de los críticos de las doctrinas que atribuyen a veces a la escuela de Frankfurt, a veces a Antonio Gramsci, a veces a Georg Luckás, es que tras la caída de la Unión Soviética hubo un triunfalismo asentado en que la utopía colectivista había quedado definitivamente desterrada. Pero aconteció que volvió con nuevas banderas y un discurso reinventado. Según ellos el progresismo cultural no sólo domina la agenda política sino también la mentalidad occidental en gran medida.
Para Agustín Laje y Nicolás Márquez, autores del "Libro Negro de la Nueva Izquierda", la ruina soviética golpeó a la izquierda, que cuando se vio desarmada "resolvió canalizar su odio por medio de grupos marginales o conflictuados que ella captura y adoctrina para sí, con el fin de vehiculizarlos de manera funcional a su causa y, de esta forma, dominar la academia, hegemonizar la literatura, monopolizar las artes, manipular los modos del habla, modificar hábitos e influir en los medios de comunicación".
Armesilla por su parte, lejos de la vieja derecha del "trono y del altar" y de sus ecos actuales, se niega a ver patriarcado o fascismo o comunismo en todas partes, y considera que esa costumbre de los grupos ideológicos "es una buena forma de autojustificarse, porque da dinero".
Sostiene que el patriarcado fue arrasado por la revolución industrial, el capitalismo y el Estado-nación. Además el fascismo fue derrotado en la guerra en 1945 y el comunismo soviético se hundió en 1991. "Aunque queda China, cuya idea de comunismo es muy distinta" porque China, a pesar de todo, retiene firme su base confuciana.
Agrega que delante de los ojos tenemos una ideología dominante, que no es la frankfurtiana sino la de la gran burguesía financiera, "que es una suerte de basurero ideológico entre liberalismo y socialdemocracia que tuerce el significado histórico de las palabras".
De la Redacción de AIM.
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