Hace cinco siglos Nicolás Maquiavelo definió a la política como retórica para seducir al vulgo. Hoy se trata de retorcer el sentido para limitar a la politiquería esa definición, un tanto embarazosa, porque la ciencia ha elevado el nivel de la seducción, como suele hacer con lo que toca; pero el vulgo quiere ser seducido, como siempre: según la Biblia, clama en el desierto por "sombra y agua fresca".
Cuatro siglos antes de nuestra era, en la India, Chanakya Kautilya, "el astuto", definía a la política en su tratado Astrasastra como los procedimientos de que se valen los Estados para mantener y aumentar su poder por cualquier método, sin reparos éticos, con el fin de asegurar la supervivencia. El "realismo" de Kautilya, que se aplicó sobre todo a las relaciones internacionales, es tal que Max Weber dijo cuando fue redescubierto en occidente a principios del siglo XX que frente al hindú, Maquiavelo parece ingenuo.
La política apela más a la seducción cuanto menos contenido tiene, y ha llegado el momento en que ni rascando el fondo de la olla flota un garbanzo.
Las ideas políticas, por ejemplo las que surgieron en el ambiente ilustrado europeo, confiaban en establecer un orden racional que superara los mitos y las supersticiones; pero sobrevinieron ideologías que manipulan emociones y actúan mediante la seducción en todo momento, sobre todo al momento de votar.
En tiempos en que la política es puramente operativa, el político no reconoce límites al engaño para mantenerse sobre la ola. Le importa la estrategia eficaz, la que consigue el mayor número de voluntades, y se sacude de encima todo estorbo.
Como siempre, el gran gigante del alma es el miedo. La gente dice no creer en brujos y fantasmas, pero actúa como si creyera aunque nunca haya visto uno: no necesita certeza, le basta la sospecha oscura que se infla hasta ocupar todo el lugar y no deja espacio para la reflexión. El miedo se suscita, se mantiene y se acrecienta por procedimientos que conoce bien la neurociencia moderna, que en síntesis actualiza emociones que el individuo cree controlar cuando no tiene demasiados problemas a la vista; pero lo controlan a él cuando se siente amenazado. Y para amenazarlo con fantasmas como "nosotros o el abismo", la política responde con creces a la definición de Maquiavelo.
El temor a los fantasmas responde quizá a que los creyentes los llevan en sí mismos, aunque mal conocidos: son sus ilusiones, sus fantasías, envidias, rencores, temores que pocas veces reconocen abiertamente, porque es vital ignorar lo que perjudica.
Los políticos saben ahora aprovechar científicamente los aspectos emocionales fuera del control de la consciencia vigilante de su clientela. A pesar de las crecientes dificultades de la vida, o gracias a ellas, crean mundos de fantasía, paraísos que por un momento -mientras aturde el estruendo publicitario- fascinan el criterio como suelen hacerlo los fuegos artificiales, que dejan en pie los postes quemados que sostuvieron el espectáculo maravilloso.
El político ofrece propuestas artificiales, retóricas, diseñadas para convencer, pero a medida que avanza su degradación personal y la de la sociedad apela a demonizar al rival, a sustituir el futuro promisorio por la amenaza de desgracias sin fin que suscitaría una mala elección.
La seducción busca vencer la resistencia de un amante, de un comprador, de un votante. Si lograda la victoria, el seductor actúa de buena fe con el seducido, el procedimiento puede ser válido; pero los políticos de este tiempo no tienen nada que ofrecer y menos que nada buena fe, porque la genuflexión ante el poder que gerencian los ha convertido en cáscaras vacías: como quería Maquiavelo, son encarnaciones de la retórica para seducir al vulgo, en sus bocas las verdades mienten.
"Deleznable" es según el diccionario lo que el tiempo disgrega fácilmente. Eso son sin duda los hechos materia de la información periodística cotidiana. Los medios padecen e imponen un ritmo que dificulta el análisis; los hechos aparecen, permanecen un momento y cuando el momento pasa, desaparecen y se olvidan.
En estas condiciones se abre el camino para sembrar las semillas de la credulidad y el miedo. La opinión posmoderna de que todas las opiniones son respetables no significa que todas tengan el mismo valor porque cada una contiene evidencias diferentes que deben ser estimadas por el pensamiento crítico, justamente el que la seducción procura anular.
Julio César Herrero, especialista español en ciencias de la información, diferencia argumentar de persuadir. "La persuasión es un proceso fundamentalmente unidireccional. Es uno de los interlocutores quien intenta convencer a otro o a otros. La argumentación es un proceso conjunto, colectivo, cooperativo"
La diferencia entre lo individual y lo colectivo, entre el egoísmo y el altruismo, aparece de nuevo como determinante en la seducción, que alguien ejerce sobre otros, los políticos sobre el vulgo, pero no es un proceso cooperativo. Más que de buscar la verdad que libera, se trata de inculcar la mentira que esclaviza.
De la Redacción de AIM.
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