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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Se acabó lo que se daba

Uno de los padres de la economía política, el clérigo anglicano Robert Malthus, inspirador de Darwin, advirtió a la "población excedente" que debía morir de hambre si la sociedad no necesitaba de su trabajo. Negaba a los desocupados todos los derechos, incluso a la vida.

Si un alma piadosa o desprevenida invitaba al miserable al festín de los que comen, debía ella misma tomar el lugar del desocupado. Cómo clérigo, Malthus no era el buen cristiano que da de comer al hambriento y de beber al sediento; pero como británico respondía de modo excelente a las necesidades del imperio en su etapa expansiva.

Más que la progresión geométrica de crecimiento de la población contra la progresión aritmética de los alimentos de que habló Malthus, lo que condena a la desocupación a unos 3000 millones de personas en el mundo actual y mantiene en la pobreza a la mitad de la población argentina, son las crisis económicas recurrentes, que han producido una "humanidad sobrante".

La crisis de 2001, que terminó con el gobierno de la Alianza de Fernando De la Rúa, fue el estallido de una población sin trabajo ni esperanza, no atada a ninguna estructura política ni sindical y por eso, incontrolable.

Fue una crisis terminal, que puso fin al gobierno, y en peligro al régimen y al Estado mismo, por lo que activó los reflejos de los políticos. Cuando se estabilizó la situación tras dos semanas convulsivas con cinco presidentes, Duhalde distribuyó dos millones y medio de "planes sociales" para aplacar a los hambrientos y encuadrarlos de nuevo en el Estado.

Desde entonces, el problema no ha hecho sino crecer: hoy casi la mitad de la población argentina, unos 20 millones, recibe "planes" que sirven para complementar los ingresos de las changas y mantenerse vivos.

Antes que esta crisis se hiciera presente, hace tres o cuatro décadas, un economista liberal la previó y dijo que los argentinos que iban a quedar fuera del sistema deberían recibir un ingreso sólo por ser argentinos y carecer de medios de producción y de vida.

Pero para sostener esta masa de subsidiados los recursos deben provenir de los impuestos, que se llevan más de la mitad de los ingresos de los que trabajan "en blanco".
Mientras la economía argentina prosigue su involución casi secular, una cantidad decreciente de trabajadores deben sostener con impuestos a una cantidad creciente de desocupados, subocupados y marginales que reciben subsidios para que no se conviertan en una masa incontrolable. Ya los políticos vieron de cerca el infierno en 2001 y pretenden demorar la llegada del futuro.

Entonces, cuando el ministro Domingo Cavallo encerró los depósitos en el "corralito" para salvar a los bancos y obligó a pagar hasta un café con cheques, cesó la lluvia de monedas que la clase media dejaba caer sobre la clase baja y se desató el "argentinazo".

En las condiciones decadentes del capitalismo argentino, que ni en sus mejores momentos puede alcanzar el techo de la productividad internacional y por eso retrocede continuamente con todos los gobiernos, hay una creciente población sobrante, que era del uno por ciento en el año del centenario, cuando el sueldo de un maestro triplicaba el actual, y más de un siglo después ronda el 30 por ciento.

Los desocupados, subocupados y marginales son heterogéneos: están los cartoneros, que juntan papeles para vender y técnicamente son obreros, como los peones de taxi; los que viven en las calles porque han perdido sus medios de vida, los que habitan las villas miseria, los jóvenes desocupados y muchos otros unidos por la falta de medios de vida. Son una creación de la racionalidad moderna, que describió Malthus para su época. Son sobrantes que están destinados a desaparecer por enfermedades, miseria, desnutrición, adicciones, violencia o peste.

Por debajo del desocupado, que difícilmente vuelva al mundo laboral del que fue expulsado, está el indigente, nombre que las estadísticas dan al que no tiene cómo subsistir y que posiblemente ni él ni sus padres tuvieron trabajos regulares. Hace medio siglo el tres por ciento de la población argentina era pobre. Ahora el porcentaje de pobres es del 50 por ciento, y más en los jóvenes. En ese rubro al menos, el ascenso ha sido espectacular.

La publicidad invita a gozar del consumo sin límites, pero el telón de fondo es el temor a la exclusión, a la marginalidad sin retorno, que se convierte en terror cuando está cerca y parece inevitable.

La política encontró una manera provisoria de sostenerse a pesar de las dificultades. En el Chaco, las estadísticas mienten "desocupación cero". Todos los desocupados fueron jubilados y el empleo público creció el 50 por ciento. Es decir, los desocupados pasaron a estar bajo el ala del Estado provincial y éste bajo la del gobierno nacional, que por ahora puede mantener esa situación. Los consejos de despedir millones de empleados públicos improductivos para disminuir el déficit choca contra la perspectiva de otro descontrol como en 2001, que tumbe el gobierno y ponga en riesgo al Estado.

En las provincias del norte y noroeste, donde este esquema prevalece, hay estabilidad política dentro de un sistema clientelar con gobernantes que por esa vía obtienen tal respaldo que se mantienen en el cargo por décadas.

En el Litoral y Buenos Aires hay más dinamismo político gracias al empleo privado, pero los obreros en blanco, sindicalizados, con obra social, tienden a volverse conservadores, una especie de aristocracia que renuncia a la lucha y desconfía de los “de abajo”.

Desde el golpe de 1955 llamado "revolución libertadora", las elecciones estuvieron restringidas, y no hubo votaciones durante las dictaduras militares. Pero tras el regreso de la democracia en 1983 después del “Proceso”, desde que los gobiernos encarrilaron a las masas y las mantienen con subsidios, las elecciones son frecuentísimas porque son la forma que tiene el poder de legitimarse.

Pero esa legitimación no es posible sin dinero que disimule la desocupación, sin algo que ofrecer a la “gente sobrante”. Hace mucho la renta agraria dejó de ser la fuente de financiación del Estado argentino, salvo recientemente en los períodos de alto precio internacional de la soja. Terminada la guerra mundial en 1945, Perón creyó que la Argentina volvería a ser el granero del mundo y entraría dinero para hacer política; pero el plan Marshall le cambió la ecuación, porque Estados Unidos libró créditos abundantes a Europa a cambio de que Europa comprara todo lo necesario a los Estados Unidos. No hubo mercado fluido para los granos argentinos ni el flujo de divisas esperado.

Pasó también el tiempo de saquear las cajas del Estado, como el Anses, y finalmente ya no hay acceso al crédito internacional ni posibilidad de pagar las deudas adquiridas.

A eso se debe el reclamo urgente a emitir dinero sin respaldo en grandes cantidades para no perder las elecciones de noviembre, derrota que podría determinar el final de un ciclo político iniciado en 1945.

Pero la emisión descontrolada, sin otro medio de financiación, con el Estado quebrado y una amenaza en ciernes por la desocupación y la marginalidad crecientes, crean una perspectiva oscura plagada de peligros incalculables.
De la Redacción de AIM.

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