La tesis de la ensayista estadounidense Bárbara Ehrenreich en su libro "Sonríe o Muere, la trampa del pensamiento positivo" es que el sistema mundial "nos obliga a aceptar las peores desgracias de la vida con una sonrisa boba y espíritu de superación".
En este punto la sociedad moderna tiene todavía algo que aprender de la china antigua. En presencia del emperador, los vasallos debían sonreír y reverenciar agradecidos las condenas más graves, incluso la muerte.
En otra parte del mundo, dos siglos antes de la era corriente, el filósofo griego Hegesias consideró la vida de modo que la única respuesta posible le parecía el suicidio. No está atestiguado que él mismo se haya matado, pero sí algunos de sus seguidores. No hay argumento lógico irrefutable contra el de Hegesias.
Tomando las ideas hedonistas de los cirenaicos, Hegesias entendía que la búsqueda del placer llevaba al pesimismo, porque hay más dolores que placeres, la vida -entonces como ahora- está dominada por la inseguridad, el azar, la incertidumbre. Por eso, Hegesias daba el mismo valor a la vida que a la muerte y recomendaba el suicidio.
Quizá se pueda relacionar el punto de vista de Hegesias con la sociedad agitada, descreída y turbulenta de su tiempo, con el helenismo que presionó de modo comparable con la sociedad actual las conciencias de los contemporáneos de la declinación de la civilización griega.
Más, siempre más
Para Ehrenreich la necesidad de ser positivo, de desechar o esconder toda negatividad, ha ido creciendo hasta convertirse en una obligación. Más que un estado mental es una construcción ideológica presentada como inevitable.
La recomendación "positiva" de ver el vaso hasta la mitad de agua medio lleno y no medio vacío, parece estimulante; pero si sacamos sus conclusiones nos veríamos ante una realidad que solo puede mejorar, que haría innecesarios los esfuerzos.
Por otra parte, Ehrenreich apunta a la persistencia de otra concepción, menos racional, que ha vuelto con fuerza tras la pérdida de prestigio de las ideas religiosas en la modernidad: el pensamiento mágico, entroncado en este caso con el pensamiento positivo.
Todo es magia
Los pensamientos podrían incidir en el mundo real, lo que lleva a revivir la visión mágica del mundo y a dar una continuidad sin mediación que la experiencia no convalida entre el movimiento de las ideas y el de los hechos: el futuro sonreirá al que espera que le sonría, entre los hechos que nos esperan y nuestro estado de ánimo hay una conexión misteriosa, no hay distancia real. Tampoco había distancia real para el cazador paleolítico entre el animal muerto en efigie y el que pastaba en libertad.
Pero el núcleo de la cuestión está para Ehrenreich en la relación entre el capitalismo y el pensamiento positivo. Recuerda que en una de sus obras fundamentales, "La ética protestante y el origen del capitalismo", Max Weber, uno de los fundadores de la sociología, estableció una conexión entre las ideas reformadas de Calvino y el capitalismo entonces en ciernes.
Calvino exigía a sus seguidores trabajar sin cesar, sin ceder a las tentaciones del placer, acumular riquezas como prueba de que estaban entre los que dios había elegido para la salvación eterna.
El pensamiento positivo engendrado en esa época vino a dar sus frutos con la sociedad de consumo, cuando las personas desean toda clase de bienes todo el tiempo. Lo que cada uno desea es lo que merece y puede lograrlo con solo desearlo.
Éxito con signo de suma
Cuando los matemáticos medievales crearon el signo + para la suma, usaron una de las abreviaturas de la conjunción latina "et" (y) con el mismo sentido que tiene ahora en "dos y dos son cuatro". Seguramente no tenían idea de las derivaciones que de la positividad en el siglo XXI.
La positividad actual calza bien con el consumismo: el optimismo es la clave del éxito. Y no solo del éxito económico, también la salud se hace depender de la positividad, que se recomienda a los pacientes incluso de enfermedades terminales.
Hace poco, en un alojamiento en las termas de Chajarí vimos colgado en la pared un gran letrero con letras muy coloridas: "No hay mejor medicina que los pensamientos alegres".
Pocos motivos de angustia ofrece la realidad más intensos que perder el empleo, que en las condiciones de la vida moderna es poner en riesgo la subsistencia.
Drama no, oportunidad sí
Sin embargo, en estos casos también está presente el pensamiento positivo: la situación del despedido no se debe considerar un drama sino una oportunidad, hay que tomar la cosa con buen humor, la positividad atrae al dinero.
Como cualquier creencia, el pensamiento positivo tiene su clero: los coaches, los motivadores, los autores de libros de autoayuda, que recomiendan ante cualquier reto mejorar la actitud personal y sonreír; evitar la queja, que se equipara con la perversidad.
Poco a poco, a medida que las ideas se precisan y se extienden, las recomendaciones se convierten en ideología y toman el aspecto de imposiciones, de imperativos, de culto.
De recomendar a imponer
Es preciso no solo cambiar la actitud, sino también deshacerse de las personas negativas, porque son como vampiros que chupan la positividad. Acá estamos de lleno dentro de una forma de la magia que simplifica fenómenos sociales y psicológicos para tratarlos como trata la física a los flujos de energía y lleva al evitar y cancelar a los "negativos".
De todos modos, los motivadores presentan como fundamento de sus afirmaciones a la mecánica cuántica, aplicada fuera de su ámbito propio de modo de disfrazar relaciones evidentes con la magia de una parte y con el puritanismo calvinista de otra.
Dios es amor
La reacción contra el ascetismo puritano tomó la forma a mediados del siglo XIX en los Estados Unidos de la doctrina del "nuevo pensamiento", que concebía a dios como un espíritu de amor universal en lugar del dios de Calvino, que parecía más odiar que amar.
A mediados del siglo pasado aparecieron libros de títulos tan significativos como "Piense y hágase rico". La interpretación de las clases altas del sociólogo Thornstein Veblen en su "Teoría de la Clase Ociosa" se transformó poco a poco en una adhesión obsesiva al trabajo, al punto que incluso los muy millonarios terminaban agotados el día y sintiéndose felices. Y eso porque -de regreso al calvinismo nunca olvidado- todo lo que no fuera trabajo era indolencia pecaminosa.
Mejor para adentro
Si no bastaba la materia exterior para mejorar, había que bregar incansablemente con el yo, con la propia consciencia a rescatarla siempre del abismo, del pecado, de la pobreza, pero sobre todo de la negatividad.
El interés central de todo esto se revela en el interés de las empresas en imponer a sus empleados el pensamiento positivo, que en ellas es una forma de control social, que lo esperan de sus empleados.
La transformación de capitalismo industrial a capitalismo financiero se completó en los años 80 del siglo pasado. Se instauró entonces la tendencia a eliminar puestos de trabajo y posiblemente a partir de la nueva mentalidad la pregunta si no será excesiva la población de la Tierra.
Sálvese quien pueda
Se impuso como natural una forma muy deletérea del "sálvese quien pueda", como en los incendios o los naufragios. La solidaridad quedó suspendida: todos somos prescindibles, incluidos los ejecutivos. Solo interesan los accionistas. Las reestructuraciones rompieron las lealtades, de los trabajadores, los negocios, las fábricas y al país. El pensamiento positivo se transformó en una forma de control social en el lugar de trabajo.
Suele presentarse como una ventaja de la modernidad, como una muestra de progreso, que los dirigentes de los negocios sean al mismo tiempo directores espirituales, motivadores emocionales, chamanes, círculos de sanación, todo para prosperar en el caos. Y finalmente el mismo caos fue promocionado y provocado como un bien del que salían oportunidades. Se terminó el trabajo estable. El despido era una ocasión de transformarse de empleado en marca comercial y prosperar. Y la prosperidad, desde Calvino, es la marca de los elegidos.
Hubo un tendal de despedidos, muchos nunca se recuperaron, otros son hoy piltrafas de la droga que el sistema aparta pero no se ocupa en ocultar. La ideología "positiva" marca que lo que les pasó fue consecuencia de su propia responsabilidad personal. Otra hubiera sido su historia si hubieran superado el resentimiento y actuado positivamente.
Cambiar para que nada cambie
De todos modos, lo mejor no es intentar cambiar la realidad sino la percepción que cada uno tiene de esa realidad. Es un lenguaje bien conocido actualmente, que ha dado lugar a discursos encendidos de la llamada nueva izquierda, que se satisface con ellos y entiende que lo que es más que eso, de mal proviene.
La teología positiva actual ofrece dinero, éxito y salud con el nombre de "evangelio de la prosperidad".
Cada cual debe llenar su mente de pensamientos positivos. Los pastores de las nuevas sectas tienden a ofrecer lo que el cliente quiere, venden sus productos como las universidades privadas o los sindicatos, que tienen todos la misma mentalidad y la misma fe en la motivación, en la programación mental. Todo se puede tener con solo creer que se puede.
Se trata de un claro giro a la derecha política, que ve en cada uno al culpable de su éxito o fracaso y no menciona para nada el sistema donde el exitoso o el fracasado desarrollan su actividad, viven su vida.
Quién es culpable
La crisis financiera de 2008, a la que puede seguir otra muy pronto tras la peste y la guerra, solo han reforzado el punto de vista positivo. Los desahuciados del sistema se han multiplicado, pero la responsabilidad está en ellos mismos, en una positividad insuficiente. La clase desesperada debe saber que tiene una oportunidad. "Nos despidieron y eso es lo mejor que nos ha pasado" es el título de un libro reciente.
La ideología de la positividad no permitió ver que se aproximaba la crisis de 2008 y posiblemente tampoco permita ver que no se puede desafiar sin peligro a una potencia nuclear con tal de multiplicar los negocios, en este caso de venta de armas.
De la Redacción de AIM.
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