“La crisis de la narración” es un libro del filósofo surcoreano de formación alemana Byung-Chul Han publicado en 2023. Analiza la narración como una estructura que le da sentido a la vida, pero sostiene que vivimos en un tiempo pos narrativo donde nada narra, todo es momentáneo y evanescente: sin inicio ni final. “Hoy todo el mundo habla de narrativas, y tanto hablar de ellas es una señal clara de la existencia de una crisis de la narración”.
Hace furor la moda del storytelling, arte de contar historias breves destinadas a transmitir mensajes de gran emotividad que se suelen utilizar en marketing, publicidad y política; pero en las historias del storytelling se observa un vacío narrativo: no crean comunidad; sólo crean communities, forma de comunidad mercantilizada compuesta por consumidores.
Hoy vivimos una era pos narrativa. En los tiempos narrativos, la vida misma era una narración que nos acomodaba en el ser, nos daba sentido y orientación a la vida. Un ejemplo típico de narración es la religión, que encierra una verdad intrínseca; allí el tiempo mismo cobra sentido narrativo, como lo que se observa en el calendario cristiano, donde las festividades son el climax de una narración que hace que cada día tenga sentido. Sin narración, no hay fiesta ni tiempo festivo, no hay sentimiento de festividad; sin narración solo hay trabajo, tiempo libre, producción y consumo. En esta era pos narrativa, las fiestas se vuelven acontecimientos comerciales y espectáculos.
Las narraciones, con su verdad intrínseca, son lo contrario de esas narrativas ligeras, intercambiables y contingentes del presente, estas micronarrativas sin pretensión de verdad, débiles e incapaces de generar cohesión; porque las narraciones son capaces de transformación el mundo, es una forma conclusiva, cerrada que brinda sentido e identidad. En nuestra modernidad tardía, como llama Byung-Chul Han a la posmodernidad, se evitan las formas de cierre y conclusión pero, como se hacen necesarias las narrativas como formas conclusivas, ese espacio lo van a terminar ocupando las narrativas de pospulismo, nacionalismos, extrema derechas, tribalismos, e historias conspirativas.
Se acabó el tiempo de la reunión de personas en un campamento alrededor del fuego contando sus historias, fue reemplazado por la pantalla digital que aisla y nos convierte en consumidores solitarios sin comunidad, ni siquiera las stories de las redes sociales sirven de sustituto de la narración, no son más que autorreferencias y autoexhibiciones. Hoy domina la información, que es una fuerza contraria a la narración; porque la información aumenta la contingencia, el azar; la información carece de firmeza ontológica, ser e información se excluyen, la sociedad de la información carece de ser, no transmite sentido, carece de dirección, por eso hoy nos encontramos más informados que nunca pero andamos totalmente desorientados.
De la información a la narración
El actual lector de noticias e informaciones ha perdido la mirada prolongada, despaciosa y posada de antaño; y va saltando de una novedad a la siguiente. Vivimos en un mundo inundado de información y el espíritu de la narración se ahoga en esa inundación. La información pierde lejanía y hace que todo esté disponible, produce un desencantamiento del mundo y pierde su valor inmediatamente: pasado un instante la información se agota.
La comunidad narrativa está conformada por personas que escuchan con atención, y hoy estamos perdiendo el don de escuchar. En la actual era del Smartphone solo nos escuchamos a nosotros mismos, en lugar de olvidarnos de nosotros y entregarnos a la escucha.
Las historias compartidas generan empatía, crean vínculos, forman comunidad; para narrar se requiere un espíritu de relajación, porque narrar y escuchar se necesitan mutuamente. En la comunidad narrativa se transmite sabiduría entre narrador y oyente; pero hoy contamos cada vez menos historias y como la vida ha dejado de ser narrable, la sabiduría declina y el lugar del saber termina siendo ocupado por una variedad de técnicas para solucionar problemas.
Con la actual hiperactividad en la que estamos sumidos, en la búsqueda de espantar el aburrimiento, nunca se alcanza el estado de relajación espiritual. El arte de narrar exige guardarse ciertas informaciones, ocultar, porque retener información, no explicarlo todo, hace que aumente la atención narrativa. En cambio, la inundación provocada por el tsunami informativo se opone al misterio, fragmenta la atención e impide la demora contemplativa que es propia del narrar.
Pobres en experiencias
Lo que se narra es la experiencia para transmitirla de generación en generación; pero hoy la sociedad es cada vez más pobre en experiencias que se puedan comunicar oralmente. La experiencia genera continuidad histórica a partir de la tradición; pero en la actualidad vivimos emancipados de la tradición y pobres en experiencias. Comenzamos de nuevo todo el tiempo, alentados por el phatos de lo nuevo hacemos tabla rasa del pasado.
La modernidad ha sido una cultura caracterizada por una apasionada fe en el progreso; pero en nuestra modernidad tardía, a diferencia de aquella modernidad que miraba al futuro, no conserva nada de ese phatos revolucionario y no tiene la sensación de que nada esté eclosionando, limitándose a seguir como está, cayendo en la falta de alternativas.
La cultura actual ha perdido las ganas de una narrativa que transforme el mundo; el pasado ya no repercute en el presente, el futuro solo se ocupa de actualizar lo actual: existimos sin historia, justo cuando la narración es una historia. La extenuada modernidad tardía desconoce la sensación de comienzo, el énfasis de empezar de cero.
No nos confesamos partidarios de nada; lo que hacemos, por comodidad, es ser condescendientes y sucumbimos a la conveniencia o el me gusta, para lo cual no hace falta ninguna narrativa. La vida va pasando de un presente a otro presente, tropezando de una crisis a la siguiente, de un problema al otro: solo se trata de supervivencia, y vivir es más que resolver problemas. Para sobrevivir no se necesita ninguna narrativa; pero el problema es que sin narrativa no hay esperanza, porque la narración es lo único que nos abre al futuro y nos permite albergar esperanzas.
Vida narrada
Han dice que la felicidad no es un acontecimiento puntual, y para eso utiliza una muy gráfica metáfora: la felicidad es como un cometa de larga cola que llega hasta el pasado, se nutre de lo vivido; la forma de manifestarse de la felicidad no es brillar absolutamente; es la fosforescencia, es la felicidad la que salva al pasado, un pasado que necesita de la fuerza tensora de la narración que lo vincule al presente y le permita seguir manifestándose en él, incluso resucitar en él. Por esa razón es que no habrá felicidad para nosotros mientras todo siga precipitándose hacia un paroxismo de la actualidad, o sea, en pleno temporal de contingencia.
La vida moderna sufre de atrofia amenazada por la desintegración del tiempo. Heidegger sostuvo que para enfrentar la atrofia temporal moderna que fragmenta la vida se debe contraponer lo que llama el despliegue de la existencia entera, en el que el existir incluye en su existencia al nacimiento, a la muerte y a todo lo que medie entre ambas. Ese despliegue es lo que crea la auténtica historicidad y debe encargarse de que la existencia no se desintegre en realidades momentáneas de vivencias que se van sucediendo y desapareciendo. El hombre no existe de momento a momento, no es un ser de instantes; su existencia abarca todo el lapso que va de su nacimiento a su muerte. Lo que Heidegger llamar ser sí mismo precede al contexto narrativo de la vida, que se crea posteriormente, y tener un destino significa hacerse cargo del propio sí mismo. Quien se abandona a las realidades momentáneas se queda sin destino y sin historicidad, no sabe a dónde va ni de dónde viene.
La digitalización viene a agravar la atrofia del tiempo, la realidad se desintegra en informaciones que no solo fragmentan el tiempo, sino que también fragmentan la atención, porque las informaciones no toleran que nos demoremos en ellas, lo único que importa es el momento. Inclusive las stories de Instagram o Facebook no tienen extensión narrativa, porque son una mera sucesión de instantáneas que nada narran, informaciones visuales que desaparecen rápidamente y nada queda. Las plataformas como Twitter, Facebook, TikTok están situadas en el punto cero de la narración, no son medios para narrar sino para informar. Del mismo modo las selfies son fotos que no tienen otro sentido que el instante, a diferencia de las fotos analógicas de papel que eran un medio para recordar; las selfies son información evanescente, no sirven para recordar sino para comunicarse.
La memoria humana es selectiva, y esa es la diferencia que existe con la memoria digital de un banco de datos. La memoria humana es narrativa, en su funcionamiento va seleccionando y enlazando acontecimientos seleccionados, no tiene una continuidad cronológica, espacial, temporal de hechos; dilata o acorta el intervalo de tiempo, se salta años y hasta décadas, lo que hace que necesariamente la vida narrada o recordada tenga huecos, vacíos. El recuerdo no es una repetición exacta y mecánica de lo vivido, sino una narración que hay que volver a contar de nuevo, y de nuevo otra vez de manera diferente. Los datos y las informaciones sobre nuestras vidas se generan al margen de nuestra conciencia.
Pero a diferencia de la memoria humana, las plataformas digitales y sus memorias son acumulativas, lo que buscan es, precisamente, que no queden huecos, completarlos todos con datos e informaciones. De algún modo, si todo lo vivido puede recuperarse íntegramente, entonces en sentido estrictos, ya no son posibles los recuerdos. Los datos acceden a espacios a los que la conciencia no accede y las redes sociales suelen recordarnos cosas que no queremos recordar, suelen apresarnos en nuestros recuerdos.
Cuando todo lo vivido está presente, disponible, el recuerdo desaparece: de eso se trata la sociedad de la transparencia, es el final de la narración y del recuerdo, porque ninguna narración es transparente, requiere del misterio y la magia. La narración esconde, selecciona, omite, olvida; cuantos más datos e informaciones se acumulan menos se narra. Quien quiera recordar y narrar debe poder olvidar y omitir. La narración y el recuerdo se necesitan; quien está metido solo en el presente no es capaz de narrar. El recuerdo como narración se nutre de una profunda interioridad, por eso la era pos narrativa es un tiempo sin interioridad, solamente estamos a la caza de informaciones.
Marcel Proust hablaba de la existencia de una memoria involuntaria; es esa memoria que se nos viene a la mente en situaciones inesperadas, que une dos momentos temporales separados que se enlazan. Esa narración que entabla un estrecho lazo entre acontecimientos, supera el fugaz tiempo vacío, porque eso es narrar: enlazar, sumergirse en la vida y tejer nuevos hilos entre los acontecimientos, nada queda aislado y todo parece pleno de sentido.
Según Sigmund Freud, la función principal de la conciencia es protegernos de los estímulos. Cuando un estímulo irrumpe en la conciencia esta lo asimila, y para eso debe reducir la integridad del contenido de ese estímulo. Para el organismo vivo protegerse de los estímulos es una función casi tan importante como recibirlos. La conciencia impide que los estímulos penetren hasta las capas más profundas de la psiquis; por eso, si la conciencia protectora falla, los estímulos penetran en ella y sufrimos un shock traumático. Las energías externas que producen esos estímulos se expresan en forma de shocks y cuanto más eficazmente trabaje la conciencia en su asimilación menos sentiremos el efecto traumático de shock. El factor de shock es tan grande que la conciencia debe estar permanentemente activa para garantizar la protección ante los estímulos.
El tema es que en nuestro mundo actual vivimos en la realidad frente a una pantalla, que significa originalmente visera, algo que resguarda. La pantalla conjura el peligro de la realidad transformándola en imágenes y, de ese modo, nos protege de ella, percibimos la realidad casi exclusivamente a través de la pantalla digital. La realidad en la pantalla del celular se encuentra tan desintegrada que su estímulo no genera ningún elemento de shock, este deja paso al likes.
Walter Benjamin supone que las cosas conservan la mirada que una vez se puso en ellas y, al ser contempladas en su intimidad, las cosas responden a la mirada. También Lacan sostenía que en la imagen hay una mirada que me observa, me sobrecoge, me cautiva; diría que la imagen encerrada en la pantalla digital no tiene mirada, sólo sirve para satisfacer mi placer visual, al protegernos por completo de la realidad no la deja asomar en nada, la realidad se vuelve plana.
En nuestra época, en que la percepción es cada vez más narcisista, la mirada desaparece, porque el narcisismo al acabar con la mirada acaba con el otro y lo sustituye por una imagen especular imaginaria. El celular acelera de ese modo la expulsión de lo distinto.
Teoría con narración
El redactor el jefe de la Revista Wired, Chris Anderson, en un artículo titular “El final de la teoría”, afirma que unas enormes cantidades de datos harían superfluas las teorías. En base a esa idea, un psicólogo o un sociólogo que trabajaran con datos podrían predecir con exactitud y controlar el comportamiento humano. Las teorías serían reemplazadas por lo datos. Pero los macrodatos, dice Han, no explican nada, lo único que se puede hacer con ellos es encontrar correlaciones entre las cosas; pero las correlaciones son la forma más primitiva de conocimiento, no sirven para entender nada. Los macrodatos no pueden responder al por qué de cómo se comportan las cosas entre ellas, no permiten establecer conexiones causales. La inteligencia calcula y computa, pero es el espíritu el que narra; por eso la inteligencia artificial, que carece de espíritu, no es capaz de regular el orden de las cosas.
Platón en sus diálogos deja bien en claro que la filosofía es narración y para explicarlo recurre a los relatos míticos, ocupándose de los destinos del alma tras la muerte diciendo que solo los virtuosos entrarían tras la muerte en las moradas del cielo. Sostiene que conviene creer que el alma es inmortal, que vale la pena correr el riesgo de creer eso, porque es un riesgo hermoso. La filosofía como mito es un riesgo maravilloso, porque narra una nueva forma de vivir y de ser.
El pienso luego existo de Descartes introduce un nuevo orden de cosas y da forma a la cultura de la modernidad, porque regirse por la certeza supone arriesgarse a algo nuevo, un orden superador de la narración cristiana medieval. También la ilustración es una narración, como cuando Kant introduce su teoría moral. Postula la inmortalidad del alma afirmándose en que la realización del bien supremo solo es posible en una existencia que perdura al infinito; de ese modo, de postula un progreso al infinito y por lo tanto, el hombre solo puede alcanzar ese bien supremo más allá de la muerte.
Nuevas narraciones permiten nuevas percepciones, porque al narrar el mundo de otro modo lo vemos de otro modo; en el fondo, pensar no es otra cosa que narrar.
Narración como curación
Benjamin evoca una escena de curación: la mamá se sienta en la cama junto al niño enfermo y le empieza a contar historias. Narrar cura porque relaja profundamente y crea un clima de confianza. Los cuentos infantiles son historias de un mundo inocente y uno de sus puntos básicos es la superación feliz de una crisis; quizás por eso ayuden al niño a superar su enfermedad.
Se pregunta entonces si cada enfermedad no será curable por la narración, y se responde que todo proceso de curación empieza al menos con la narración, que es cuando el paciente le cuenta al médico su dolencia. También Freud piensa que el dolor es un sistema derivado del bloqueo de la historia de una persona incapaz de continuarla. Los trastornos psíquicos denotan una narración bloqueada y la curación consiste en liberar al paciente de ese bloqueo, en verbalizar lo no narrable. También un acontecimiento traumático puede superarse a través de una narrativa religiosa, que brinde consuelo y esperanza.
La escucha no es un estado pasivo, sino activo, inspira a la narración del interlocutor y abre espacio para la resonancia en la que en narrador se siente escuchado, interpelado y hasta amado. Incluso ante acontecimiento críticos se narran historias de las crisis que ayudan a superarlas, y cuando las narraciones están ausentes se crea un espacio que es bien aprovechado por las teorías conspirativas que brindan una explicación sencilla a las complejas situaciones que causan una crisis.
Pero hoy, perdimos espacios de narración: al médico apenas se le cuenta nada, no tienen tiempo ni paciencia para escuchar; la lógica de la eficiencia es enemiga del espíritu narrador, sólo en la psicoterapia y el psicoanálisis quedan reminiscencias de la fuerza curativa de la narración. No solo la palabra, también el contacto tiene fuerza curativa, crea proximidad e infunde una confianza primordial, del mismo modo que cuando se cuentan historias, porque los contactos son como narraciones táctiles que liberan bloqueos y tensiones que podrían causar dolor y enfermedad. Tocar supone la alteridad del otro, impide que el otro quede reducido a lo disponible, a ser un objeto consumible, apropiable.
Sin embargo, hoy vivimos en sociedades que eluden los contactos. El dispositivo digital genera la ilusión de una disponibilidad total y, como consecuencia, convierte al otro en objeto consumible. La creciente pobreza en contacto nos enferma, sin el contacto quedamos irremediablemente atrapados en nuestro ego. Pobreza de contacto significa pobreza de mundo. Las stories de las redes son autorretratos, escenificaciones de uno mismo, aíslan, no crean proximidad como las narraciones, ni generan empatía. Las stories no narran, solo publicitan.
Comunidad narrativa
Hoy ya no nos narramos historias; a cambio, comunicamos en exceso, posteamos y le damos al botón de me gusta. Aquella contemplación espiritual ha sido desbancada por la ebriedad de comunicación e información. Las narraciones generan cohesión social, aportan sentido y transmiten valores, producen comunidad; por eso se diferencian de aquellas narrativas cuyo objetivo es de servir de justificación a un régimen, como es el caso de las narrativas en las que se basa el régimen neoliberal que impiden, justamente, que se cree comunidad. Por ejemplo, la narrativa del rendimiento convierte a cada uno en un empresario en sí mismo y a todos los demás en competidores; de la narrativa de rendimiento no nace un nosotros.
Las narrativas neoliberales de autooptimización, autorealización o autenticidad aíslan a las personas. Ninguna sociedad estable se construye donde cada uno es sacerdote de sí mismo. La narrativa neoliberal desintegra a la comunidad en narrativas privadas que terminan erosionando lo colectivo.
La sociedad de la modernidad con sus narrativas de futuro podía formar una comunidad, incluso mediante las narrativas nacionalistas o conservadoras que son más excluyentes. También las stories de las redes sociales, a modo de autorretratos, hacen público lo privado, socavan la esfera pública política y dificulta que se genere una narración comunitaria. La acción política se basa en una narrativa, debe ser narrable, debe tener coherencia; pero hoy las narrativas están despojadas de su carácter político, solo sirven para que la sociedad se particularice.
El storytelling hoy está en auge pero es lo menos parecido al retorno de la narración; más bien sirve para comercializar las narraciones y se transforman en una eficaz técnica de comunicación. Se utiliza en el marketing para convertir en valiosos a bienes sin valor: todo se reduce a consumo. Las narrativas que surgen del storytelling tienen mucho en común con las informaciones: son efímeras, arbitrarias, incapaces de darle estabilidad a la vida. Hasta los políticos han encontrado en el storytelling una modalidad de comunicación, porque son narrativas emocionales, que venden sin ninguna necesidad de argumentar. En la lucha por acaparar la atención, las narrativas emocionales tienen más éxito que los argumentos. El storytelling como medio de comunicación política es lo menos parecido a la narración política que mira hacia el futuro dándole a las personas un sentido u orientación, una posibilidad de transformación.
Hoy carecemos de narrativas de futuro que nos permitan conseguir esperanzas. De eso se trata la crisis de la narración en tiempos de storytelling.
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