Seducir a los esclavos para que canten himnos a la libertad es una paradoja que difícilmente no tiente a un político. La cosa viene de lejos. Cuando fue interrogado en el senado romano por su conducta en la corte de Nerón, en el primer siglo de la era corriente, Séneca justificó su apego a las riquezas contra su consejo de despreciarlas: "yo no hablo de mí, sino de la virtud".
Para Séneca, la virtud era una potencia interior que llevaba al hombre a someterse al orden racional del mundo. Según su respuesta, la distancia entre dichos y hechos es la que marca la frase de origen incierto: "haz lo que yo digo pero no lo que yo hago"
Miedo y terror
La sujeción de los gobernados al miedo mientras se elogia la libertad está relacionada en política con la acción represiva del poder frente a la conducta individual opositora; pero el terror está un escalón más arriba: ataca a cualquiera, su finalidad no es castigar al individuo culpable sino generar en todos un estado de ánimo paralizante, sin causa en la conducta de nadie. Finalmente, cuando el terror se particulariza y cada uno se siente víctima inminente, aparece el pánico, intenso y desequilibrante, que hace trastabillar la razón pero no dura mucho.
Los susurros de Fouché
En la Francia de la revolución de 1789, al final todos estaban aterrorizados y entonces el gran intrigante José Fouché deslizó en algunos oídos: "tú estás en la lista", "tú también estás en la lista", "tú irás en el próximo paquete". El pánico de los que ya veían huérfanos a sus hijos los llevó a curarse en salud. Robespierre había prometido leer en la Asamblea otra lista fatídica, pero no lo dejaron hablar y perdió la cabeza al día siguiente.
¿Cómo puede la política exaltar la virtud y dominar mediante el terror? En medio de la orgía de la razón, de los himnos conmovidos a la libertad, basta mirar los artículos de la ley de sospechosos que la Convención aprobó en 1793. La ley permitía al gobierno, justificado en los peligros que corría la revolución, detener a todos los que “por su conducta, por sus relaciones, por sus observaciones o por sus escritos, parecieran enemigos de la libertad”.
Sospechas habrá siempre
El "sospechoso" en estos términos, culpable de "parecer" enemigo de la libertad, era considerado traidor a la patria. Despojada de la hojarasca retórica, la ley permitía encarcelar a todos los que estaban en desacuerdo con la política revolucionaria, en términos más concretos con sus figuras más prominentes.
La ley era breve y contundente: "todos los sospechosos que se encuentren en el territorio de la República y que se encuentren en libertad serán detenidos". La definición de "sospechoso" era: "aquellos que, por su conducta, asociaciones, comentarios o escritos se han mostrado partidarios de la tiranía o el federalismo y enemigos de la libertad"
"Aquellos que no pueden justificar sus medios de existencia y el desempeño de sus deberes cívicos; aquellos a quienes se les han denegado los certificados de patriotismo"
"Los antiguos nobles, junto con esposos, esposas, padres, madres, hijos o hijas, hermanos o hermanas y agentes de los emigrados, que no han demostrado constantemente su devoción a la Revolución"
Finalmente, la ley mandaba a los Comités de Vigilancia la elaboración de listas de sospechosos, y la emisión de órdenes de arresto contra ellos.
Robespierre era un abogado provinciano de Arras, según Stephan Zweig un hombre de aspecto insignificante pero que "a todos ha eliminado", es decir, a los partidarios del Antiguo Régimen, a los revolucionarios duros como Hébert, y a los "blandos", sus amigos Danton y Desmoulins.
Sobre el Robespierre real se ha sobrepuesto la figura mítica del héroe de nacimiento milagroso, de fuerza sobrehumana, de luchas triunfales contra el mal, y su caída, su sacrificio que termina en la muerte.
Robespierre era inquebrantable, incorruptible, el revolucionario ejemplar. Pero al final del Terror que él mismo promovió le tocó su turno en la guillotina.
Pagó así la crueldad paroxística de un régimen de excepción que se había propuesto limpiar la revolución de sus enemigos e instaurar la república de la Virtud.
La virtud de Robespierre derivaba de su consideración de lo humano: "la especie humana es el poder soberano de la tierra, el legislador del universo"
La virtud en el mercado
El filósofo esloveno Slavoj ?i?ek se pregunta: “¿Puede alguien imaginar algo más ajeno a nuestro universo de libertad de opinión, competencia de mercado, de interacción plural nómada, etc., que la política de la Verdad de Robespierre? Y aclara que se trata de la Verdad con V mayúscula, con el objetivo de poner la libertad en las manos de la verdad. Pero una verdad que es permanente, a diferencia de los hombres temporales, y que debe instrumentarse mediante el terror, porque el gobierno revolucionario debe gobernar al pueblo con la razón y a los enemigos del pueblo con el terror.
La utilidad política
El terror era necesario y útil: " cualquiera que tema en este momento es culpable, pues la inocencia no teme al escrutinio público”. Por eso, para el Incorruptible, “el gobierno revolucionario se asigna para el bien colectivo el derecho de eliminar físicamente a sus opositores presuntos o reales”.
La naturaleza de la política es elusiva. La definición de Lewin Coser es: "lucha por los valores, por el estatus, por el poder o los recursos, en el curso de la cual los oponentes desean neutralizar, dañar o eliminar a sus rivales".
Se entiende que más allá de las representaciones que cada uno se haga o que intente formar en las mentes ajenas, la política tiende a resolver los conflictos mediante la neutralización o la eliminación del contrario, muchas veces escondiendo el cuchillo detrás de la sonrisa y el gesto amigable.
Max Weber consideraba al Estado, en cuyo ámbito deberían funcionar las leyes, como la organización de una banda: los políticos. Pero con una diferencia importante respecto de la mafia, porque según él mientras los mafiosos prometen y hacen, los políticos prometen, pero no hacen.
Para Weber el conflicto es una acción intencionalmente orientada a la realización de la voluntad del actor en contra de la resistencia de la otra parte o de las otras partes.
Es la misma idea de Coser, pero envuelta en seda, más suave. Sin embargo, el desenlace es similar, la ley de sospechosos es solo un ejemplo máximo, propio de un momento crucial de la política en que las peores sevicias tuvieron respaldo entusiasta, pero por eso ejemplarmente claro de tendencias que habitualmente se mantienen en caja y se disimulan.
De la Redacción de AIM
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