El aparato ideológico que prosperó en Europa con la Ilustración nos anima todavía, pero ya sin alegría. Dejó lagunas grandes como mares fuera de sus orillas. Hubo muchos quejosos y murmurantes contra el estado de cosas ilustrado, y también muchas víctimas. Una de las más notables fue el pintor, grabador y poeta británico William Blake, "pobre loco que sobrevive gracias al apoyo de un amigo".
De delirante, Blake pasó con el tiempo a ser considerado una de las figuras más dotadas del arte y la literatura inglesa.
Blake era según quién hablara de él un místico iluminado, o un religioso atrapado en su propio mundo o un loco que tenía amigos providenciales que le compraban algunos grabados.
La consideración de hoy es la de un visionario que no termina de crecer ni de ser entendido en una grandeza desconcertante.
La lectura de textos místicos afianzó en él la desconfianza en el testimonio de los sentidos, barreras que separaban de la sabiduría. Las cosas eran tipos e ideas eternas, no lo que aparece a la experiencia sensoria.
Los arquetipos se presentaban a sus ojos con un relieve del que dan testimonio sus grabados. Representó las figuras que veía en su mundo interior, no las que ofrece la experiencia. No se preocupaba de la estructura anatómica ni de las proporciones, era trivial corregir la visión interior para quien estaba ocupado en las "proporciones de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre".
Blake no tuvo lugar en la tradición inglesa ni hizo escuela. Su revalidación por obra de los pintores "prerrafaelistas" a mediados del siglo XIX le proporcionó de todos modos una gran fortuna póstuma.
Su obra poética más conocida son las bodas del cielo y del infierno. Es es una mezcla de visiones apocalípticas y de aforismos sibilinos donde se ve la influencia de Swedenborg.
Blake era hijo de un zapatero que pertenecía a una secta de seguidores del teósofo sueco Emmanuel Swedenborg. En 1771 empezó a trabajar como aprendiz con el grabador James Bazire; de John Flaxman aprendió el gusto por la seguridad y la precisión de contornos en el dibujo.
En 1782 se casó con Catherine Boucher, a la que siempre consideró una esposa ideal. Estudió a los artistas griegos, a Rafael Sanzio de Urbino, a Albrecht Dürer y a Miguel Ángel Buonarroti.
Blake copió también los monumentos sepulcrales de la abadía de Westminster y de otros templos antiguos. Componía versos desde 1768, y había leído a Shakespeare, a John Milton, la Biblia y Ossian.
William Hayly, un noble que se jactaba de poeta y mecenas, asignó a Blake como residencia un "cottage" en el litoral de Sussex. Allí pasó tres plácidos años y compuso algunos versos que figuran entre los más deliciosos de su producción. En 1789 aparecieron los Cantos de inocencia, ilustrados por él mismo, seguido cinco años después por los Cantos de experiencia, donde expresa la caída del hombre en poemas como "La rosa enferma" o "El tigre" de "aterradora simetría."
Al final de su vida rechazó toda religión convencional y anunció la ruina de la moral burguesa.
Blake poseía el entusiasmo y la inocencia de un muchacho. Juzgaba realidades materiales a las creaciones de su viva imaginación: así, el acontecimiento más notable de su vida fue la visión de gran número de ángeles sobre un árbol; Blake tenía entonces diez años escasos, y, en adelante, tuvo coloquios con profetas y santos encarnados.
A pesar de que la perspectiva actual permite acceder a la obra de Blake de otro modo, ésta evidencia una sabiduría inusual que se caracteriza por reflejar la oscuridad de lo inaccesible. Como otros contemporáneos suyos, William Blake descubrió las fisuras y lagunas que la Ilustración dejaba de lado ante cuestiones de gran trascendencia, y dio a su alegato una densidad profética y una energía premonitoria que lo convirtieron en una figura clave para el desarrollo de la poesía romántica.
Fue ajeno a la intención ilustrada de regular la imaginación y someterla a la razón, con la intención de anularla mediante la ciencia y mostrar la falsedad de los mitos.
Para él la imaginación está en la base de la condición espiritual del ser humano -que tenía por evidente- y que permitía al hombre participar de la actividad creadora cósmica. Su concepción estaba en oposición irreductible con la filosofía utilitarista de su época, que a pesar de variaciones y "enriquecimientos", en buena medida sigue siendo la de nuestros tiempos.
De la Redacción de AIM.
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