Boris Johnson ha comprobado ya que la política no es solo un concurso de popularidad. El primer ministro fue este miércoles incapaz de disimular su irritación ante el acoso sin cuartel al que le está sometiendo el Parlamento. Un total de 327 diputados, frente a 299, apoyaron la ley que le obliga a lograr un acuerdo del Brexit o, si no, volver a retrasar su fecha. El laborismo no cayó en la trampa de respaldar un adelanto electoral inmediato, como proponía Downing Street, para salir del bloqueo. Johnson llamó a Jeremy Corbyn “gallina”, “amigo de Caracas” y se refirió a sus propuestas económicas como “una mierda y un fracaso”.
Tan claro tenía Johnson que el Parlamento iba a propinarle otra derrota humillante, que desde primera hora de la mañana tenía preparada la propuesta para pedir un adelanto electoral. Aunque el Gobierno era consciente de que, en esta fase de la batalla, la maniobra era simplemente un órdago. Con la ley en la mano, se necesitan dos tercios del Parlamento para convocar a las urnas. Es decir, el primer ministro necesita el respaldo del Partido Laborista. Su líder, Jeremy Corbyn, se ha comprometido a evitar unas elecciones —que lleva más de un año pidiendo a gritos— hasta que la ley para prorrogar el Brexit sea aprobada. Y de ese modo, en apariencia, la trampa de Johnson habría quedado desmontada. Pero nada es tan fácil como aparenta en el laberinto actual de la política británica.
“No se atreve a someter al veredicto de la ciudadanía la ley de rendición ante la UE que ha propuesto. Está asustado. Tiene miedo”, provocó este miércoles el primer ministro al líder de la oposición hasta en dos ocasiones en su enfrentamiento parlamentario. Johnson, quien presentó su moción nada más ser derrotado en el Parlamento, juega a fondo la que puede ser su última baza: provocar un adelanto electoral antes del 31 de octubre, la fecha fijada -hasta el momento- para el Brexit. Confiado en lo que le dicen las encuestas, cree que podría hacerse con una victoria y una nueva mayoría parlamentaria si las elecciones tuvieran lugar el 15 de octubre. Suficiente plazo como para convertir en papel mojado la ley que le obliga a solicitar una nueva prórroga a la UE, y propiciar de un modo ya inevitable un Brexit a las bravas.
“Su oferta es como la de la manzana a Blancanieves, esconde el veneno de un Brexit sin acuerdo. Respaldaremos unas elecciones cuando la ley para frenar un Brexit sin acuerdo cumpla todos los trámites y sea refrendada por la reina”, le replicó Corbyn.
Pero el resultado de la estrategia del Gobierno, como en otras muchas ocasiones, ha sido trasladar la tensión al seno del Partido Laborista. Mientras la mayoría de los miembros de su grupo parlamentario, profundamente “anticorbynistas”, reclaman que cualquier fecha electoral se decida únicamente cuando la prórroga del Brexit sea una realidad (no solo una ley, que el primer ministro bien puede desobedecer), el entorno de Corbyn y él mismo han vuelto a hacer gala de su habitual ambigüedad, y hasta han sugerido que verían con buenos ojos llamar a los ciudadanos a las urnas a mediados de octubre.
“Queremos unas elecciones generales, y queremos asegurarnos de que es posible evitar un Brexit salvaje el 31 de octubre”, aseguraba a The Times un portavoz de Corbyn. “Queremos evitar que el primer ministro cambie la fecha o que se produzca la salida de la UE en medio de una campaña electoral que dejara vacío de contenido el veredicto de la ciudadanía. Queremos lograr todos esos objetivos y creemos haber encontrado los mecanismos para alcanzarlos”, explicaba. Es decir, la dirección no descarta, una vez entre en vigor la ley que fuerza a un Brexit con acuerdo, acudir a las urnas antes de que finalice octubre. El número dos de la formación, John McDonnell, admitió este miércoles que el debate seguía abierto y que “contemplaban todo un rango de posibles actuaciones”. Así que, de momento, el laborismo optó por la abstención. Con 298 votos a favor, y 56 en contra, la propuesta de Johnson quedó en la noche de este miércoles muy lejos de los dos tercios necesarios (434) y fue derrotada por la oposición.
La política de tierra quemada que ha decidido impulsar Johnson ha provocado ya en su partido heridas que tardarán en sanar. 21 diputados, que acumulaban entre todos ellos 350 años de veteranía parlamentaria, han sido expulsados del grupo parlamentario y de las filas del Partido Conservador por respaldar la ley que frena al primer ministro. Intervenciones que sonaban a despedida, como la del “padre del Parlamento” (el que más años acumula en el escaño), Kenneth Clarke, o la del ex ministro de Economía Philip Hammond incorporaron un tono triste al debate.
Nobleza obliga, sin embargo, y el nieto de Winston Churchill, Nicholas Soames, echó mano de la ironía para decir adiós. “Yo he defendido siempre que debía respetarse el resultado del referéndum de 2016. Y en tres ocasiones voté a favor del acuerdo de retirada (de la ex primera ministra, Theresa May). Mucho más de lo que puede decir mi honorable amigo el primer ministro, y otros miembros de su Gobierno, cuya deslealtad en serie ha sido tal inspiración para todos nosotros”, decía. Se refería a la gran paradoja de que muchos ministros que hoy jalean la mano dura de Johnson se saltaron, sin consecuencias, la disciplina parlamentaria debida al anterior Gobierno.
Fuente: El País