Un nuevo estudio advierte del mal estado de salud de los bulldogs ingleses y pide acciones urgentes para mejorar esta raza y evitar el sufrimiento de los animales.
Si mostráramos a alguien del siglo XIX la foto de un bulldog actual, probablemente tendría problemas para reconocerlo. La endogamia y la falta de diversidad genética ha convertido a estos perros de cara plana en el paradigma de la mala salud, hasta el punto de que países como Noruega han restringido su cría. Un grupo de investigadores de Reino Unido ha advertido de que hay que tomar medidas urgentes para salvar a los bulldogs del callejón sin salida genético en el que los ha metido el ser humano.
El estudio, publicado este miércoles en la revista Canine Medicine and Genetics, analizó más de 2.600 bulldogs que viven en Gran Bretaña y los comparó con más de 22.000 perros de razas diferentes. Los resultados confirman una vez más el pobre estado de salud de estos animales, que tienen un mayor riesgo de sufrir problemas respiratorios –debido a su cara plana–, oculares y de piel. El culpable: las “características físicas extremas” generadas durante su cría.
El investigador de la Universidad de Londres y coautor del estudio Dan O'Neil aseguró a elDiario.es que es fundamental que la sociedad “acepte” que existen “varios problemas serios de salud” relacionados con esta raza por culpa de su físico extremo. “La gente debe exigir bulldogs cuyo físico sea mucho más moderado para que la raza no desaparezca, pero que puedan vivir con bienestar”.
Este no es el primer trabajo que pone el punto de mira sobre la salud de los bulldogs. Un estudio publicado en abril de este año en la revista Scientific Reports ya mostró que la esperanza de vida al nacer de las razas braquicefálicas (con la cara chata), como los bulldogs franceses, ingleses y carlinos, era hasta 4,5 años inferior en comparación con aquellas más longevas como los Jack Russell terrier. El estudio de O'Neil también incide en este problema: solo un 9,7% de los bulldogs analizados tenían más de ocho años, mientras que el 25,4% del resto de razas superaban esa edad.
El catedrático emérito de la Escuela de Medicina Veterinaria de la Universidad de California en Davis (EEUU) Niels Pedersen publicó en 2016 una evaluación genética de los bulldogs ingleses. Sus conclusiones mostraban que numerosas partes de su genoma habían sufrido los efectos de la endogamia hasta el punto de poner en entredicho la viabilidad futura de esta raza.
Aun así, Pedersen defendía que debía intentarse devolver a los bulldogs ingleses a un estado de salud razonable, bien mediante selección reversa (mediante cruces dentro de la misma raza) o con cruzamientos externos (con otras). Seis años después, ¿se ha avanzado en esta dirección?
¿Querríamos nacer como un perro que no puede respirar bien, caminar o incluso parpadear? ¿Una vida de dolor y mal olor, incapaces de asearnos, reproducirnos y dar a luz de forma natural?
“No hay evidencias de que los criadores de bulldog hayan siquiera intentado mejorar la raza desde dentro, ya que la popularidad de la raza es para ellos prueba de que gozan de buena salud”, asegura Pedersen. “Sugerí que la mejor respuesta era el cruce de razas y mostré ejemplos de éxito, pero los criadores afirman que estos son mestizos, no verdaderos bulldogs, a pesar de que la popularidad de estos nuevos tipos está aumentando”.
La objeción puesta por los criadores deja en el aire una pregunta: ¿qué es un bulldog? O'Neal recuerda que las razas de perros son un concepto “inventado por el ser humano” en el siglo XIX y que su popularidad siempre ha ido aumentando y disminuyendo por multitud de factores, “sobre todo sociales”. Es por eso por lo que constantemente aparecen nuevas razas, como los cockapoos, mientras que otras desaparecen o están en riesgo de hacerlo.
Es necesaria una mayor exigencia sobre el bienestar de los animales, estableciendo la relación entre determinadas orientaciones morfológicas y parámetros de calidad de cría
O'Neil considera que la clave para salvar a esta raza puede estar, en cierto modo, en la semántica: “Es definitivamente posible tener perros en el futuro a los que llamemos bulldogs ingleses”. Enumera algunos de los cambios necesarios, como un hocico más largo, una mandíbula inferior que no sobresalga, una piel más plana y una cola más larga.
Su apuesta pasa por informar a la población de esta cuestión para evitar la compra y cría de animales: “¿Querríamos nacer como un perro que no puede respirar bien, caminar o incluso parpadear? Una vida de dolor y mal olor de piel, incapaz de asearnos, reproducirnos y dar a luz de forma natural”, dice O'Neil. “Si no, ¿por qué no aplicar el mismo pensamiento a los perros y escoger uno que tenga una vida de buena salud?”.
El investigador de la Universidad Complutense de Madrid Javier Cañón explica que la situación actual de algunas razas como el bulldog “es consecuencia de los criterios de selección utilizados, que ponen el énfasis en caracteres morfológicos fáciles de seleccionar” y critica que las “modas” hayan llevado a la situación actual.
Cañón lamenta que la participación de profesionales de genética en las actividades de cría de las sociedades caninas y los clubes de raza haya sido tradicionalmente “muy limitada”. También ve necesaria una “mayor exigencia sobre el bienestar de los animales, estableciendo la relación entre determinadas orientaciones morfológicas y parámetros de calidad de cría”. Sin embargo, cree que no tendría por qué desaparecer ninguna raza, siempre y cuando se seleccione en sentido inverso para que vuelva “a valores más compatibles con el bienestar”.
Si la salud de la raza no puede ser restaurada, es inhumano permitir que continúe. No deberíamos producir razas de ningún animal que hagan que sus vidas sean menos sanas o les causen daño y sufrimiento innecesarios
Pedersen extrapola su opinión sobre el bulldog inglés a cualquier otro perro en una situación similar: “Si la salud de la raza no puede ser restaurada, es inhumano permitir que continúe”. Por eso considera que la respuesta a la pregunta que encabeza este artículo debería ser obvia: “No, no deberíamos producir razas de ningún animal que hagan que sus vidas sean menos sanas o les causen daño y sufrimiento innecesarios”.
Es por eso por lo que Noruega y Países Bajos han restringido la cría de bulldogs. Otros, como Suiza, han optado por crear razas nuevas como el bulldog continental. El estudio de O'Neil sirve de presión para Reino Unido, ya que advierte que esta raza podría prohibirse también allí si no se toman medidas urgentes.
Cañón dice que, como genetista, piensa que “hay alternativas a la prohibición”, pero asegura entenderla como forma de presionar a las organizaciones caninas para que “tomen nota de lo que puede ocurrir si mantienen las presiones de selección” hacia estos extremos dañinos para los animales.
O'Neil explica que lo que funciona en un país no tiene por qué hacerlo en otros, que “no está claro lo que significa prohibir una raza” y que una legislación restrictiva “no tiene por qué ser la única forma, ni la más efectiva, de reducir la popularidad de estas razas”.
El investigador sí tiene claro que el criterio más importante en este debate, por encima de cualquier otro, es el bienestar de los perros. Pero eso no significa que haya razas que deban desaparecer, si las alternativas disponibles permiten mejorar su estado de salud.
Un problema bien conocido
El bulldog recibe su nombre del sangriento espectáculo en el que participaban sus ancestros, el “hostigamiento de toros” (bull-baiting), en el que varios perros se enfrentaban a un toro al que debían inmovilizar mordiéndole en el morro. La raza casi desapareció con esta actividad, abandonada por su crueldad ya en el siglo XIX. Su posterior recuperación, sin embargo, trajo bajo el brazo la endogamia y numerosos problemas de salud.
“Los problemas de salud del bulldog han sido motivo de preocupación para mucha gente desde sus orígenes como raza reconocida”, comenta Pedersen. “La endogamia severa, las formas esqueléticas extremas, la alta incidencia de problemas de salud, las limitaciones reproductivas y el acortamiento de la esperanza de vida también han sido bien conocidos”.
Pedersen explica que la fascinación del público por la raza, que llegó a ser muy popular como mascota, “acallaron” estas preocupaciones “durante décadas”. Sin embargo, cree que propietarios, criadores y veterinarios están cada vez “menos dispuestos a tolerar la manipulación de un animal que provoque dolor y sufrimiento crónicos”.
Es por ese motivo que O'Neil asegura que “nos encontramos en un momento crucial” en el debate sobre cómo abordar estos “graves problemas de bienestar” asociados a la falta de variabilidad genética. “El poder de cambio está en gran medida en manos del público”, concluye.