Hoy estoy en la sala de la casa de mi vecina. La casa de mi abuela, calle abajo, ha quedado totalmente destruida.
Según los primeros informes, 98 por ciento de las viviendas y edificios han quedado destruidos o gravemente dañados por este último huracán, Beryl, que ha batido todos los récords.
De vuelta en Carriacou, mi comunidad y yo estamos experimentando la devastación que se ha vuelto demasiado familiar para cientos de millones de personas en todo el mundo.
También me inspira la resiliencia de la gente aquí y en todo el mundo. Los supervivientes de catástrofes provocadas por el clima, quienes me dicen que las posesiones materiales no son tan importantes como el aire en sus pulmones y la seguridad de su familia y de sus seres queridos.
Desde las naciones más grandes y desarrolladas hasta las más pequeñas y vulnerables.
Ya sea que se trate de mi isla de origen, Carriacou, de Estados Unidos, India, Kenia o cualquier otro país del planeta, es importante lo que suceda en los próximos tres meses, en los próximos tres años, a las familias que siguen viviendo bajo una lona, que siguen endeudadas con el banco por una casa que ya no está en pie, a medida que se acerca la próxima tormenta brutal, la próxima inundación o el próximo incendio forestal, potenciados por la crisis climática.
O los interminables ciclos de endeudamiento de los gobiernos que piden prestado para reconstruir, solo para enfrentarse a otro desastre infligido por el cambio climático, obligados a pedir prestado una y otra vez para reconstruir sus maltrechas infraestructuras, para desviar los escasos recursos que hay para educación, atención sanitaria y el desarrollo de sus naciones.
Trágicamente, este trastorno de vidas y medios de subsistencia provocado por Beryl no es único. Es el creciente coste de la catástrofe climática descontrolada en todos los países de la Tierra.
A escala mundial, estas tormentas nunca han sido tan potentes ni tan frecuentes, las inundaciones no han sido tan repentinas y destructivas, ni los incendios y las sequías han sido tan devastadores y costosos, en lo inmediato y a más largo plazo.
Solo en el último mes, hemos visto olas de calor con un número de muertos de cuatro cifras en la India. Este año han muerto más de mil peregrinos en su Hajj a La Meca.
Hace dos años, un tercio de Pakistán estaba bajo el agua, más de mil personas perdieron la vida, millones fueron desplazadas y 3,5 millones de niños estaban sin escolarizar.
En el Caribe y Estados Unidos, Beryl asestó un doble golpe de impactos climáticos: una fuerza destructora de hogares que dejó literalmente sin electricidad a millones de personas tan sólo en Texas, en medio de un calor peligroso para la salud.
Estos colosales costes climáticos han alcanzado el nivel de grave amenaza para la seguridad nacional de todos los países.
Estas catástrofes provocadas por el clima no sólo paralizan vidas y comunidades cuando ocurren. Infligen enormes costes en todo el mundo.
Un informe reciente cifraba el coste de la inacción climática en 38 billones (millones de millnoes) de dólares anuales hasta 2050. El mismo informe afirma que la acción climática costará menos de una sexta parte de esa cifra.
Los efectos del clima han reducido la producción mundial de alimentos y han hecho subir sus precios y otros costes de la vida.
Beryl es una dolorosa prueba más: cada año, los costes climáticos provocados por los combustibles fósiles son una bola de demolición económica que golpea a miles de millones de hogares y pequeñas empresas.
Si los gobiernos de todo el mundo no dan un paso al frente, todas las economías y 8.000 millones de personas se enfrentarán a este mismo trauma de manera continua.
En lugar de limitarse a contabilizar los costes de la catástrofe climática, todos los gobiernos deben redoblar sus esfuerzos para evitarla. Esto significa que todos los gobiernos deben volver a dar prioridad a la acción por el clima en las agendas de sus gabinetes.
En primer lugar, debemos dejar de empeorar las cosas. Debemos, ahora, reducir drásticamente la contaminación por combustibles fósiles y disminuirla a la mitad en esta década, como exige la ciencia.
Los países del Grupo de los 20 (G20) son responsables del 80 por ciento de la contaminación por gases de efecto invernadero. Deben marcar el camino con nuevos planes nacionales de acción climática -previstos para principios del año que viene- que cumplan la promesa que todos los países hicieron el año pasado de abandonar todos los combustibles fósiles.
Necesitamos planes de adaptación más sólidos, que aumenten la resiliencia y protejan a las comunidades, las economías, las cadenas de suministro y la rentabilidad de las empresas, que en la actualidad están siendo golpeados por el calentamiento global.
Por último, la acción por el clima es una inversión, no un gasto, que permite rentabilizar las inversiones en infraestructuras nuevas y limpias y generar crecimiento económico.
La justicia climática requiere acciones climáticas mucho más audaces que ofrezcan resultados para la vida cotidiana y la economía real.
Estando aquí, es imposible no reconocer la importancia vital de la financiación de la lucha contra el cambio climático, la financiación de las pérdidas y daños, y la inversión masiva en el desarrollo de la resiliencia, especialmente para los más vulnerables.
La ONU trabaja a contrarreloj para desempeñar el papel que nos corresponde, reuniendo a todas las naciones para acordar acciones más audaces y promoviendo medidas prácticas clave sobre el terreno, como la extensión de los Sistemas de Alerta Temprana a toda la población del planeta.
Nuestra determinación es inquebrantable. No cederemos.
En esta pequeña isla, como en las ciudades más grandes del mundo, también veo determinación en los ojos de personas de todos los estratos.
Determinación para no aceptar la crisis climática con los brazos cruzados, ni aceptar medidas a medias.
A la gente de todo el mundo, necesitamos su ayuda más que nunca, para conseguir más acción de sus gobiernos y líderes empresariales. La única forma de salir de esto es juntos.
Lo que la crisis climática hizo a la casa de mi abuela no debe convertirse en la nueva normalidad de la humanidad. Todavía podemos evitarlo, pero solo si la gente de todo el mundo alza la voz y exige medidas climáticas más audaces ahora, antes de que sea demasiado tarde.
Por Simon Stiell, secretario ejecutivo de ONU Cambio Climático
Fuente: Agencia IPS