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Los inmigrantes que nadie quería llegaron a España

Hubo un estrépito de saludos y pañuelos al aire para dar la bienvenida. Hay emoción, aplausos y llanto contenido. No será la guerra, pero por un momento, se tiene la sensación de que una batalla ha sido ganada.

El barco humanitario Aquarius amarró poco antes del mediodía en Valencia Fuente: Reuters
El barco humanitario Aquarius amarró poco antes del mediodía en Valencia Fuente: Reuters

El barco humanitario Aquarius amarró poco antes del mediodía en este puerto y sus pasajeros, los migrantes libios que huyen del horror de su convulsionado país, comenzaron el descenso con paso vacilante, mareados y sin saber muy bien qué será de ellos.

Cruzó sin nada a Europa, hizo un máster y ahora vive para proteger a los migrantes

"¡Va cabo. va cabo!", gritaron en el muelle. Nunca hubo un contraste tan marcado: el buque de rescate atracó en el llamado Espigón de Cruceros, el mismo al que suelen llegar las naves de costoso recreo turístico por el Mediterráneo.

En total, son 629 inmigrantes. Para ellos comienza ahora un derrotero incierto. "En principio se les dará un permiso provisional de 45 días de permanencia", informó en muelle el comisario jefe Bernardo Alonso, a cargo del operativo de seguridad.

Hubo aplausos y gritos de alegría. Sobre todo, entre los más de 2000 cooperantes que se reunieron para recibirlos. Todos, coordinados por integrantes de Cruz Roja.

En una mañana calurosa y de cielo limpio, Valencia abrió sus brazos con carteles de bienvenida a quienes, apenas días antes, fueron rechazados por los gobiernos de Italia y de Malta y obligados a permanecer en el mar. Sin destino.

Al bajar son llevados a las carpas sanitarias. Ocho, en total. Luego, nadie sabe bien. Francia se ha ofrecido a acoger a algunos de ellos bajo el régimen de asilo. No se sabe cuántos ni cuándo. Tampoco qué ocurrirá con los otros. Ni, por cierto, con los que -por estas mismas horas- están intentando llegar a otros puertos de Europa en una desesperada carrera por huir del hambre y de la violencia en tierra africana. Pero eso es otra historia. Una que se repite desde hace años.

Símbolo de un drama

El Aquarius, con su deteriorado casco anaranjado y su carga de piel oscura sobre la barandilla, es un símbolo de ese drama que crece y que sigue sin encontrar respuesta.

"Todo lo que se haga aquí es provisional, eso es lo que parte el alma", dice Carmen María Cuevas, una de las más de mil voluntarias que se ofrecieron para ayudar en el operativo de recepción de los migrantes. En su caso, como traductora de francés al español.

"Nos han dado una instrucción básica de qué es lo que tenemos que preguntar y cómo orientarlos", agrega. Espera poder hacerlo bien, mientras se dirige a la carpa donde la aguardan para que preste sus servicios.

Hay otros que traducen del inglés, del árabe y hasta del farsi. Nadie sabe si será suficiente o si podrán atender todas las necesidades. También hay médicos, psicólogos y maestras jardineras para los niños que viajan a bordo. "Dar contención" es la consigna repetida.

Mareados y aturdidos

El descenso es como el encuentro de dos mundos. Es poco probable que quienes recorren la planchada con el paso vacilante de quien lleva más de siete días de incierta navegación en el mar sepan bien dónde pisan tierra.

¿Dónde queda Valencia? ¿A dónde iremos desde aquí?, son preguntas que se adivinan en el cansancio de quienes descienden -¡por fin!- a tierra. Hay bullicio en el muelle y una valla los separa del gentío que los aguarda, los observa, les saca fotos y los filma.

Suma al estruendo de un helicóptero que, desde el cielo y en vuelo bajo, lo registra y controla todo. Hay corazón y generosidad, sin duda. Pero también rigor para que nadie escape o busque tocar tierra por otro canal que no sea el formalmente habilitado.

Los que llegan en el Aquarius son los más débiles. Los más necesitados. El busque al servicio de la ONG SOS Mediterranée es el segundo con migrantes libios que atraca en Valencia. Lleva a bordo 106 pasajeros, considerados los de mayor riesgo por su situación física y sanitaria.

Horas antes atracó el Dattilo, de la armada italiana, con 270 pasajeros. Por último el Orione, con otros 250 náufragos rescatados del mar. Cada uno de ellos es una historia y un misterio. Pero, en conjunto, representan un símbolo -y no el único- de la crisis global que representa la inmigración y el desafío que le impone, de modo especial, a Europa.

Victoria insuficiente

El bloque continental ha quedado políticamente resquebrajado en su incapacidad para dar respuestas.

El gobierno populista de Italia, con el poderoso ministro de interior Matteo Salvini como hombre fuerte, ya ha dicho que los barcos humanitarios "no contarán ya" con los puertos italianos. "Su negocio con las mafias que operan la inmigración clandestina ya no contará con nuestros puertos", advirtió a través de las redes sociales.

Con otras palabras, Malta sostuvo igual negativa. Antes de ellos fue Grecia. Los países más expuestos al Mediterráneo se quejan de que el resto de la Unión Europea los abandona y los deja sin respuesta frente a la presión.

En ese contexto, el flamante gobierno español de Pedro Sánchez se ofreció a acogerlos. Pero de modo provisional y, como ha explicado, sólo a este contingente.

Con toda su desgracia, estos 630 pasajeros tuvieron suerte. Otros compañeros de aventura no. Esa es la tristeza que sobrevuela en el muelle. Saber que, por mucho que se haga -y Valencia lo está haciendo- nunca será suficiente.

La Nación

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