Muchos padres deciden mantenerse juntos “por el bien de sus hijos”, aunque en algunos casos, sobre todo cuando no se pueden evitar los conflictos y discusiones, la opción más beneficiosa para todos podría ser una separación amistosa.
Por supuesto, no hay nada de malo en intentar arreglar la relación de pareja, solucionar los conflictos y salvar las diferencias, pero si el entorno en casa se convierte en el escenario de una guerra fría o las discusiones son pan cotidiano, hay que valorar si estar juntos realmente beneficia a los niños.
Aunque los niños sean pequeños, notan que algo no anda bien entre sus padres. Quizá no puedan comprender el motivo de la discusión o del ambiente gélido, pero perciben que ya no existe amor y respeto. En este ambiente, es habitual que los niños pequeños, de entre tres a cinco años, lleguen a sentirse culpables por la separación, pensando que es responsabilidad suya.
En los niños mayores, una separación traumática o una convivencia conflictiva también suele generar frustración, que se puede expresar con comportamientos regresivos; es decir, los niños pierden habilidades que habían alcanzado, fundamentalmente en el plano emocional, de manera que desarrollan temores irracionales, comienzan a mostrar comportamientos violentos o se encierran en sí mismos.
El divorcio no siempre crea traumas, la violencia familiar sí
La separación de los padres siempre implica un gran cambio para el niño, por lo que es comprensible que se sienta triste y extrañe al padre que se marcha del hogar. El mundo tal y como el pequeño lo conocía ya no existe y tendrá que acostumbrarse a nuevas rutinas. Si el niño debe cambiar de casa o escuela, el reto al que se enfrente será aún mayor.
No obstante, eso no significa que un divorcio siempre dará pie a traumas infantiles. De hecho, en muchos casos es preferible que los padres se separen a que sigan discutiendo en casa, en un ambiente donde ya no existe cariño ni comprensión.
El auténtico problema no es el divorcio, sino la manera en que se gestiona. Cuando los padres llevan bien la separación, esta se convierte en una experiencia de vida para los niños que puede ayudarles a gestionar mejor sus propios conflictos en un futuro.
La violencia familiar, al contrario, sí genera traumas infantiles. Si los padres están demasiado imbuidos en sus peleas y conflictos, es probable que terminen desatendiendo afectivamente a sus hijos, dejando insatisfechas sus necesidades de apego. En este estudio se analizaron los efectos de la violencia intrafamiliar y los investigadores descubrieron que incluso los lactantes son capaces de reconocer el distanciamiento emocional de la madre y reaccionan con retraimiento.
Los niños preescolares, por su parte, suelen sentirse culpables cada vez que notan que sus padres están enfadados, considerándose responsables de la violencia. En esos casos es probable que los niños reaccionen con irritabilidad, temor, inquietud y sufran síntomas somáticos.
Los niños en edad escolar suelen mostrarse más ambivalentes en estas situaciones. Por un lado, pretenden esconder lo que sucede dentro de su hogar, pero por otro también desean que alguien lo descubra para que puedan “rescatarlos” y sacarlos de una situación que puede llegar a ser insufrible. También es habitual que se sientan culpables, pensando que podrían haber evitado la violencia.
En cualquier caso, las discusiones, gritos y violencia en el seno del hogar perturban el desarrollo de la autoestima infantil y mellan su confianza en el futuro, impidiéndoles desarrollar un apego seguro. Esa es la razón por la cual los niños no necesitan que sus padres estén juntos, sino que estén felices.
Unos padres felices pueden satisfacer las necesidades emocionales de sus hijos y brindarles un entorno desarrollador donde se sientan seguros para crecer. Es probable que al inicio al niño le cueste un poco asimilar la separación, pero si ve que sus padres son más felices y que puede convivir con ambos en un ambiente sano y sin peleas, a la larga se sentirá mucho mejor.
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