Además de obvios perjuicios económicos, la insignificancia que el Estado cobra por el uso del agua a empresas que embucharán miles de millones de dólares con el negocio del litio tiene un fuerte impacto en términos ambientales. Como el uso del recurso no les cuesta prácticamente nada en comparación con sus utilidades, las firmas que desembarcan en Catamarca consideran innecesario invertir en tecnología y sistemas para reciclarlo.
Doble abstención del Estado supuestamente minero, que abdica de sus facultades en beneficio de los grupos empresarios. Se priva por un lado de utilizar el poder que tiene sobre la administración del agua en el territorio provincial para mejorar los ingresos públicos y fortalecer su posición en las tratativas con las mineras, mientras por el otro no estimula la inversión para optimizar el uso de un insumo precioso e indispensable no solo para la minería sino para la propia vida.
Tamaña hospitalidad es sin dudas un aliciente para que las litíferas decidan radicarse en la provincia, aunque omita considerar la sugerencia del refranero popular de que “la caridad bien entendida comienza por casa”.
Con menos tránsito por la academia y las especializaciones, exentos de posgrados, los pobladores de las zonas aledañas a los emprendimientos calculan en cambio razonablemente el volumen del negocio que harán sus nuevos vecinos y se niegan a contemplar la entrega a precio vil del agua que se les retaceará a sus propias actividades económicas, por modestas que sean, el elemental consumo humano presente y futuro.
De ahí lo intenso de los corcoveos contra las actividades de las litíferas en la inhóspita Puna, donde se incrementa la desconfianza hacia las chafalonerías con que los tiburones pretenden revertir la falta de licencia social.
Lógica estricta: los representantes del Estado, que en teoría deberían custodiarles los intereses, defeccionan para jugar del lado de las mineras de modo tan desembozado que les celebran las promesas de puestos de trabajo o prosperidades “a pillar” como si del colmo de los desprendimientos se tratara.
Las protestas disparadas por la construcción de un acueducto que desviará agua de la cuenca del río Los Patos hacia la explotación de la Livent, en Salar del Hombre Muerto, Antofagasta de la Sierra, se afirman en la certeza de que la utilización de destajo del recurso hídrico por parte de la minera agotará la reserva de agua dulce. Tal certeza no precisa, para las poblaciones puneñas, de confirmación científica alguna, que por otra parte abunda.
La experiencia ha sido para ellos aleccionadora: los trabajos de los antecesores de la Livent, en el mismo emprendimiento, secó ya la cuenca del Trapiche. Por eso las agrupaciones ambientalistas encuentran respuestas en las comunidades puneñas cuando hablan de “ecocidio”.
En una nota publicada por El Ancasti el 29 de agosto del año pasado, tras describir minuciosamente el ecosistema puneño y explicar su dinámica, Eduardo Aroca señaló: “Engañan vilmente con el verso de que traerá beneficios a la región. Los 300 millones de dólares que invertirán los mineros no son para Catamarca, son para acondicionar sus instalaciones y poder extraer más rápido y con menor costo nuestros recursos naturales. Seamos serios, desde la década del ‘90 a la fecha Antofagasta de la Sierra no mejoró en nada por el litio, salvo unos pocos puestos laborales y materiales de descarte que reparten como limosna”.
El proceder del Estado legitima la depredación ambiental de las mineras ¿Qué motivo podrían tener para refrenar su angurria si las autoridades les regalan el agua como si sobrara?
Un canon irrisorio, que encima gambetean en cada oportunidad que se le presenta. No hay estímulo para invertir en sistemas para el reciclaje del agua, algo que debería exigirse de movida si fuera cierto lo de la “minería responsable”.
Fuente: El Ancasti.-