En las condiciones en que se desarrolla la sociedad planetaria actual el poder financiero marcha seguro hacia su desarrollo pleno, hacia el despliegue de todas sus potencialidades. Ni las veleidades nacionales, ni antigüedades como el patriotismo o las normas jurídicas pueden ya estorbar el camino del poder financiero hacia sus fines.
Vamos en tropel al "mundo" al que los neoliberales -que se sienten en la cresta de la ola- invitan a integrarse a los reacios todavía semibárbaros. No es el fin, es solo su amable imagen publicitaria; pero cualquiera distingue entre la hermosa que invita y el brebaje que vende.
De tanto en tanto se elevan voces alarmadas ante la deshumanización y el cinismo, el cálculo sin alma, la codicia sin escrúpulos y el peligro de arruinar siglos de construcción política "democrática", pero si bien tienen escuchas emocionados, no tienen seguidores firmes.
Oponerse a las loables intenciones que expresan esas voces es oponerse a valores moribundos, que todos más o menos conocemos y reconocemos, incluso veneramos; pero que muy pocos están dispuestos a acompañar al sepulcro.
Las intenciones humanitarias parecen a veces moverse en el vacío, como cortinas al viento; como el velo de Maya, la ilusión que nos hace afirmarnos en el error que extravía.
Por interesantes o "avanzadas" que sean las normas jurídicas, nunca se aplicarán contra los que se han situado por encima de ellas y si las mantienen es solo para aplicarlas a los "de abajo".
Una ayudita por caridad
En "Los hijos de los días”, Eduardo Galeano recuerda que el 15 de setiembre de 2008, hace más de nueve años, se cayó la bolsa de Nueva York: "Los magos de Wall Street, expertos en la venta de castillos en el aire, robaron millones de casas y de empleos, pero solo un banquero fue a la cárcel. Los demás imploraron a gritos una ayudita por el amor de Dios y recibieron, por mérito de sus afanes, la mayor recompensa jamás otorgada en la historia humana.
Ese dineral hubiera alcanzado para dar de comer a todos los hambrientos del mundo, con postre incluido, de aquí a la eternidad. A nadie se le ocurrió la idea”.
Un economista chileno preguntaba dónde estaba esa plata, quién la tenía: siempre dijeron que no había y de pronto apareció dinero suficiente para eliminar el hambre durante seis siglos, pero ni un centavo fue para los hambrientos.
Agregaba que a pesar de su ciencia y su experiencia nunca hubiera creído que semejante grado de obscenidad y cinismo fuera posible. A nadie se le ocurrirá aplicar las normas ampliatorias de los derechos humanos a sus violadores masivos y “científicos”; el ser humano es el único capaz de obscenidad y cinismo.
El profesor resucitado
Las líneas generales del mundo actual, al que todos deben integrarse, vienen dictadas por el capital financiero, que no admite contradicción. El profesor austríaco Rudolf Hilferding, en un capítulo de “El capital financiero”, escrito hace más de un siglo, da voz a los financistas de entonces, que eran un poco mejores que los de ahora:
“La ideología del imperialismo se levanta sobre la tumba de los viejos ideales liberales. Se burla de la ingenuidad del liberalismo. ¡Qué ilusión la de creer en la armonía de intereses en un mundo de lucha capitalista donde solo decide la superioridad de las armas! ¡Qué ilusión la de predicar la ley internacional donde solo la fuerza decide el destino de los pueblos! ¡Qué idiotez la de querer extender las relaciones legales existentes dentro de un estado fuera de sus fronteras! ¡Qué irresponsables perturbaciones en los negocios provoca este disparate humanitario que hace de los obreros un problema y quiere abolir la esclavitud contractual en las colonias, la única posibilidad de explotación! La justicia eterna es un sueño amable, pero nunca se construyó un ferrocarril con prédicas morales”.
Esta, según Hilferding, es la voz del capital financiero, la fuerza casi única que existe en la actualidad, que tiene la ciencia y la política a sueldo y pronto tendrá la alimentación de toda la humanidad en sus manos.
El capítulo termina: “Este ideal (supranacional o anacional) parece unir con un lazo nuevo a la sociedad burguesa despedazada debe recibir una aceptación cada vez más estática (pasiva) ya que la desintegración de la sociedad burguesa continúa a toda prisa" (Hilferding se refiere a la ruina de los estados nacionales para dar lugar al imperio mundial)
El manifiesto del desconcierto
Sin embargo, hubo un tiempo, no hace tanto después de todo, en que el descalabro en marcha era visto como una promesa de libertad, donde nos llevaría en sus alas ese pájaro llamado progreso.
Entonces en el ámbito artístico hizo una irrupción clamorosa el futurismo, compañero iluso e inconsciente de los que veían mucho más lejos.
En febrero de 1909 apareció en el diario Le Figaro de París el "Manifiesto Futurista" de un movimiento artístico que tuvo expresiones en varios países, firmado por el poeta italiano Filippo Tommasso Marinetti, en que se ha visto un precedente del fascismo por una parte y una inspiración del surrealismo por otra, en todo caso en la línea de la modernidad más chillona y menos reflexiva.
"Queremos cantar el amor al peligro, al hábito de la energía y a la temeridad. El coraje, la audacia y la rebeldía serán elementos esenciales de nuestra poesía. La pintura y el arte han magnificado hasta hoy la inmovilidad del pensamiento, el éxtasis y el sueño, nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo. Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia.
Queremos alabar al hombre que tiene el volante, cuya lanza ideal atraviesa la Tierra, lanzada ella misma por el circuito de su órbita.
... No hay belleza sino en la lucha. Ninguna obra de arte sin carácter agresivo puede ser considerada una obra maestra. La pintura ha de ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para reducirlas a postrarse delante del hombre.
¡Estamos sobre el promontorio más elevado de los siglos! ¿Por qué deberíamos protegernos si pretendemos derribar las misteriosas puertas del Imposible? El Tiempo y el Espacio morirán mañana. Vivimos ya en lo absoluto porque ya hemos creado la eterna velocidad omnipresente.
Queremos glorificar la guerra - única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las ideas por las cuales se muere y el desprecio por la mujer.
El furioso revoltijo ideológico prefascista, machista, anarquista y liberal venía impulsado, quizá sin que los propios futuristas lo supieran, por la evolución que iba arrastrando a Europa a la guerra y al mundo a la dictadura del capital financiero.
Finalmente, lo que se impuso fue lo que estaba detrás, que sigue sin mostrar la cara porque más eficiente es gobernar desde las sombras.
Una muestra de "pensamiento correcto"
Un directivo del Banco Mundial expuso con respecto a los países de la periferia el pensamiento "correcto", neoliberal, "realista" y adecuado al estado gangrenoso en que estamos:
El banquero, con el lenguaje confuso que suelen emplear para no poner demasiado en claro sus retorcimientos, justificó que las industrias contaminantes, como las pasteras, se envíen al Tercer Mundo. Dijo que se debe evaluar el "alto costo" de tratar la salud de la gente contaminada en el Primer Mundo contra el hecho de que en el Tercero, en países con sueldos más bajos, hay una tasa menor de gastos en salud y menos expectativas de alcanzar una edad en que el cáncer por contaminación pueda afectarlos.
Los del Tercer Mundo, para el banquero no debemos preocuparnos por la contaminación pues solemos morir bastante jóvenes como para que un fenómeno acumulativo de envenenamiento se manifieste de manera significativa en los adultos (y en los costos).
En esos países, por consiguiente, considerando la relación costo-beneficio, deben instalarse las industrias contaminantes. Otro ejemplo del "alto costo" del triunfo de la razón ilustrada y del insuperable cinismo que ha llegado a acompañarla casi sin que los cínicos lo adviertan.
El "promontorio más elevado de los siglos" del manifiesto de Marinetti parece al mismo tiempo la puerta del infierno, donde los empujados a entrar deben dejar las esperanzas.
De la Redacción de AIM.