Es penoso pero quizá también valioso recordar lo que solía llamarse "actitud republicana", que es tanto como añorar lo que el viento se llevó y quedó escondido en los repliegues más hediondos de la política.
Es frecuente escuchar a legisladores, funcionarios y periodistas, convencidos o tácticos, decir que existen malignos que quisieran apartar de la política a las pobres gentes con la finalidad de hacer lo que quieran desde el poder.
No es casualidad que esos malignos son a veces confundidos con los mismos que ponen en guardia contra el peligro antipolítico. Son una clase dominante que usufructúa la mitad de la renta de la población dominada y esquilmada, pero que saben mantener esperanzada y agradecida.
Mientras un científico o un filósofo debe ante todo buscar la verdad, por lo menos procurar acercarse a ella, el trabajo del político es mediante la mentira -o la verdad si por casualidad le sirve- conseguir votos para las próximas elecciones.
Los políticos suelen clamar desde sus poltronas que el populismo, que no reivindican pero aplican, es un peligro para la democracia. Es otra de sus paradojas, porque la democracia se basa en el populismo: sin mentiras de corto plazo ni corrupción, sin compra de votos con dinero ajeno, sin Estado que permita cosechar fortunas por vía de los impuestos, no hay democracia, que por otra parte significa etimológicamente poder absoluto popular.
Si como dijo un presidente que alcanzó la proceridad post mortem, los males de la democracia se curan con más democracia ¿cómo se aumenta el poder absoluto?
Si de pronto gobernara un estadista que dejara de lado las exigencias inmediatas y tuviera en la mira un programa de largo plazo para su país, su futuro sería perder las próximas elecciones y el favor de sus correligionarios, y volverse rapidito a casa.
Es bueno recordar, no para irrecuperables sino para gentes que deberían controlar a sus gobernantes antes que cantarles loas, el ejemplo de Lucio Cincinato en la antigua Roma.
Según la leyenda, Cincinato estaba trabajando con el arado en su campo cerca de Roma cuando lo fueron a buscar senadores para ofrecerle la dictadura debido a una situación critica en la guerra con un pueblo enemigo, los ecuos.
Apreciando la gravedad de la crisis, Cincinato dejó el timón del arado y tomó el timón del Estado y del ejército. Una vez superada la situación, a la semana, volvió a arado. A los que quisieron retenerlo con halagos y alabanzas, quizá para mantenerse en sus cargos tal como ocurre ahora con las polillas que revolotean el brillo del poder, les dijo que ya había cumplido su deber y que no era menester permanecer al frente de la res-pública.
De la Redacción de AIM.