La reducción progresiva de la humanidad a la condición de espectadora pasiva y consumidora voraz, a la espera del socorro del Estado y tratando de pasar la vida sin dolor e ignorando la muerte, viene de lejos, pero se acelera vertiginosamente. Gracias a una pandemia demasiado presente en los medios de prensa, casi toda la población del mundo debió encerrarse en cuarentena por orden de los gobiernos.
Cuando termine la clausura, que no podrá sostenerse sin fin, es posible que se nos revele un mundo diferente de como era hasta hace unos meses. El capital financiero, que da forma a casi todos los gobiernos, está agotado: vive de números dibujados en la pantalla de las computadoras, que no expresan el valor de nada, son ficciones que en lo que tienen de realidad llevaron a un endeudamiento monumental.
La crisis mundial de 2008 fue el aviso de lo que se acontece ahora con más fuerza, aunque disimulada bajo la peste también mundial del Covid 19.
El problema central es que la deuda planetaria es impagable, un número de dólares con 15 ceros. El sistema está quebrado, el modelo posindustrial está terminado y los deudores principales se disponen a resetear el sistema sin dejar el poder.
El Estado, una invención relativamente moderna, cambiará de forma, como Proteo, pero mantendrá su esencia. Posiblemente prescinda de la fachada democrática con que disimula su verdadera naturaleza desde hace un par de siglos, para dejar lugar a una realidad que el poder real ya no puede ni quiere ocultar.
La sociedad habrá entregado al Estado toda su libertad a cambio de nada, o de una vacuna contra la peste que es mejor que nada.
Se trata de otro paso dentro de la declinación que el profesor quechua peruano Intisunqu Waman llamó "la pudrición ontológica del mundo". Una de las características de tal pudrición es la persistente convicción occidental de que la suya es la única civilización, que en ellos ha llegado a la cúspide, mientras los otros pueblos -en la medida en que no han perdido su alma todavía- están en niveles inferiores del desarrollo y deben ser "ayudados a progresar".
La disposición a criticar los hechos que acompañan a la decadencia ha decantado en teorías políticas y sociales que han encontrado explicaciones y propuesto soluciones.
Un repaso necesariamente breve, incompleto y sujeto a error de algunas de estas posturas puede ser útil para medir la extensión del problema.
El giro estatolátrico
El historiador español Félix Rodrigo Mora, años antes de la actual regimentación social paralela a la peste, había consignado en "El giro estatolátrico" que el Estado aniquilaría la libertad y los restos de vida civilizada que perviven, y preveía el apoyo de una buena parte de la población, en particular los anticapitalistas declarados.
Para Mora, un síntoma de la decadencia de las sociedades modernas es el ascenso del Estado y el colapso de la libertad popular. Y enumera con cuidado a qué se refiere con "libertad popular": "la civil tanto como la política, la de conciencia tanto como la de expresión, la de indagar y vivir la verdad tanto como la de construirse a sí mismos, la de auto-organizarse tanto como la de llevar una existencia liberada de tutelas, vigilancias y ayudas institucionales siempre envenenadas".
Asistimos con motivo de la pandemia al control de la vida en sus mínimos detalles: una aplicación en el celular ad hoc para medir la fiebre y conducir al hospital a los afiebrados, permisos estatales para salir de casa, vigilancia de boca tapada, control del cierre de los negocios, de si son esenciales o inesenciales los que se atreven a salir de sus casas; si hay reuniones prohibidas con parientes o amigos para divertirse o comer.
Hace pocos meses no nos hubiéramos siquiera imaginado una situación de control estatal de este tipo, que supera las distopías literarias más extremas. Según Mora, en el "giro estatolátrico" en curso lo peor está por venir, expresión que en otro sentido contrario usan también los incontables comentaristas televisivos de la peste.
"Esa transformación aberrante lleva a dar soporte, todavía por omisión en la mayoría de los casos, pero pronto de manera asertiva y directa, al aparato militar y policial, la esencia misma del ente estatal".
Advierte que la política, al menos en España, da culto al “anticapitalismo”, en formas presuntamente izquierdistas que considera corruptas y filofascistas de hecho y que para él son una de las expresiones más funestas del capitalismo y se asientan sobre el ente estatal.
Augura la constitución de una sociedad de entes sub-humanos y sobre-sometidos, como son ya sin duda muchos contemporáneos, que no esperan emancipación ni quieren oír hablar de eso.
El contrato basura
Antes de existir la sociedad, cada ser humano habría vivido en lucha constante contra los demás en busca de realizar su interés individual. Ese sería el "estado de naturaleza", anterior al Estado como organización política surgida de un contrato.
Se trata de una ficción de los filósofos contractualistas europeos -Hobbes, Rousseau, Locke, Kant- que sirvió en las luchas políticas de su tiempo, pero no ha sido corroborada por la antropología, que no encontró nunca un ser humano que no integrara una sociedad anterior a él.
Nunca los hombres vivieron dispersos luchando entre sí por los medios de subsistencia. Siempre se unieron, incluso sin ninguna autoridad que regule las relaciones mutuas.
Cuando se destruyó el clan, se creó la comuna aldeana, que persistió durante muchos siglos a pesar de todos los infortunios que sin embargo no la destruyeron.
Después del ocaso de Roma, los bárbaros crearon las guildas en la ciudad medieval, asociaciones que defendían el interés común y que son las antecesoras de las asociaciones de ayuda mutua. También aparecieron los gremios, asociaciones de artesanos que protegían la actividad y fijaban el “precio justo”
Los códigos más antiguos registran comunas agrícolas pacíficas, muy alejadas de las hordas sin estructura interna en perpetua guerra entre sí, como tiende a representar la literatura liberal los tiempos sin Estado.
De la época posterior a la ruina de Roma provienen los sistemas de propiedad territorial y los métodos de cultivo que subsisten todavía junto con formas de relacionarse, a pesar del pronto fin que les augura la nueva tecnología.
Sin embargo en los siglos V y VI hubo pestes, incendios y sequías prolongadas que obligaron a los campesinos a endeudarse con los jefes de grupos de aventureros armados y fácilmente se convirtieron en siervos.
Aquellos aventureros acumularon riqueza, es decir, poder. Pero para terminar de subyugar a los campesinos fueron necesarios la ley y el derecho, además de la riqueza y la fuerza.
Obstáculo por excelencia
Hace un siglo, Pedro Kropotkin consideraba al Estado “un obstáculo por excelencia para el desarrollo de una sociedad basada en la igualdad y en la libertad; una forma histórica para prevenir este florecimiento.
Insistía en que el hombre ha vivido en sociedades durante centenares de miles de años antes de conocer el Estado (del que dice que en Europa nació en el siglo XVI) y aseguraba que los mejores períodos de la humanidad fueron aquellos en que las libertades y la vida local no estaban aún amenazadas por el Estado y en que los grupos humanos vivían en municipalidades (comunas) y en federaciones libres.
A pesar del agua que ha corrido, Roma sigue siendo el imperio por antonomasia y el Estado el modelo de los legisladores. Kropotkin recuerda: “Todo afluía hacia Roma: la vida económica, la vida militar, las relaciones judiciales, las riquezas, la educación, hasta la religión. De Roma venían las leyes, los magistrados, las legiones para defender el territorio, los gobernadores, los dioses. Toda la vida del Imperio remontaba al Senado, más tarde al César, el omnipotente, el omnisciente, el dios del Imperio.”
Retomando el tema de otra de sus obras, “La ayuda mutua”, sostiene a diferencia de Darwin que salvo excepciones “en la lucha por la vida, las especies sociables son las que subsisten sobre las demás. En cada clase de animales ocupan el peldaño más elevado de la escala y no puede caber la menor duda de que los primeros seres de aspecto humano vivían ya en sociedad”.
La comuna del pueblo se componía y se compone aún de familias. Las familias de un mismo pueblo poseían la tierra en común, la consideraban como su patrimonio y se la repartían según el número de individuos de cada familia, según sus necesidades y sus fuerzas. Este sería el origen del viejo principio: "de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad".
Los desmontes, la tala de bosques, la construcción de puentes, las fortificaciones que servían de refugio en caso de invasión, se hacían en común como hacen los campesinos donde la comuna resiste todavía la prepotencia del Estado. En estos negocios la comuna era soberana: la costumbre era ley y era el único juez en materia civil y criminal.
Todas las nociones de derecho que perviven en los códigos se originaron en el municipio popular, a pesar de la invasión del Estado. El jurado no es el progreso que nos han presentado, sino la vuelta a las instituciones de los bárbaros, modificadas en provecho de las clases dominantes.
La tradición romana, su derecho, su esclavismo, su centralismo, revivieron con la preponderancia de la iglesia de Roma, que respaldó los poderes que buscaban afirmarse con la autoridad del rey o del príncipe.
La primera dominación que apareció sobre la comuna fue la del juez y la del jefe militar. El personaje que la ejerció se rodeó de hombres armados para ejecutar las decisiones judiciales, se fortificó en su hogar, acumuló en su familia las riquezas de la época -pan, ganado, hierro- y poco a poco impuso su dominio a los campesinos de los alrededores. El sacerdote no tardó en prestarle apoyo para compartir la dominación.
Sin embargo, la tendencia a crear estados despóticos que se impuso en la Grecia antigua, en Asiria o Babilonia, donde también hubo federaciones de ciudades libres, se impidió por la revolución de las comunas en el siglo XII, que inició un período de municipios libres.
"Este movimiento(...) fue una negación absoluta del espíritu unitario y centralizador romano mediante el cual se pretende explicar la historia en nuestras universidades", afirma Kropotkin.
Ciudades libres
El municipio de la Edad Media, la ciudad libre, tiene su origen en la comuna del pueblo y las hermandades y guildas o asociaciones profesionales que se constituyeron aparte, fuera de la unión territorial. La federación de estas dos especies de uniones perfeccionó la comuna de la Edad Media bajo la protección de un recinto fortificado. En alguna región fue un desarrollo natural, en las demás fue el resultado de una revolución.
Kropotkin termina su análisis con una exclamación: "¡Qué lección más elocuente para los romanistas y los hegelianos que no conocen otro medio que la servidumbre ante la ley para obtener la homogeneidad en las instituciones!
Un modelo lejano
Mientras no cayeron bajo el poder concertado del papa, el rey y los señores, en las ciudades libres medievales hubo un bienestar relativo que no se repitió luego con el orden feudal y menos con el capitalista. La miseria, la incertidumbre y el trabajo excesivo eran desconocidos, pero también el embrutecimiento rutinario del que no nos quejamos, sino pedimos más.
Las ciudades de la Edad Media se convirtieron durante los dos primeros siglos de su existencia libre en centros de opulencia y de civilización.
Durante el siglo XVI, los bárbaros modernos destruyeron la civilización de la Edad Media. Estos bárbaros no la anularon por completo, pero paralizaron su marcha por dos o tres siglos al menos, lanzándola en otra dirección. Sujetaron al individuo quitándole todas sus libertades, lo indujeron a olvidar las uniones basadas en su iniciativa y su inteligencia, con la finalidad de nivelar la sociedad en una misma sumisión.
El propósito de destruir las relaciones particulares entre los hombres era que únicamente el Estado y la Iglesia fueran vínculos entre los individuos; que solamente ellos velaran por los intereses industriales, comerciales, jurídicos, artísticos y pasionales, así como sobre las agrupaciones a las que los hombres del siglo XII acostumbraban unirse directamente.
Los bárbaros que consiguieron estos fines fueron el jefe militar, el juez romano y el sacerdote, tres miembros de una asociación para obtener el dominio. Como vemos de nuevo ante nuestros ojos, en la medida en que todavía podemos ver y contar lo que vemos, se trata de aplastar a cada uno en nombre del cuidado de todos.
En el siglo XVI un rey domina ya a los demás barones rivales suyos, y aplica toda su fuerza para aplastar las ciudades libres. Entonces las ciudades no eran ya lo que habían sido en los siglos XII, XIII y XIV.
El europeo del siglo XII era esencialmente federalista, de iniciativa e inteligencia libres, de uniones queridas y consentidas No buscaba remedio en la obediencia, no pedía salvadores ni se ponía ya adulto bajo la tutela de ningún padre providente.
No conocía la disciplina romana ni su continuación, la cristiana. Pero bajo la Iglesia y el derecho romano aquel hombre se pervirtió y se rindió a la autoridad, se enamoró de ella.
El Estado no quiere
Donde el Estado se constituye gracias al poder sobre las libertades ajenas, cesa el reconocimiento de las uniones libres, porque solo él y la Iglesia tienen el derecho de servir de lazo de unión entre los hombres.
Con la finalidad de asegurar el dominio estatal sobre las ciudades libres, se produjeron las guerras campesinas del siglo XVI. Las ciudades fueron sitiadas, tomadas por asalto, saqueadas, y sus habitantes diezmados o expulsados. El Estado salió victorioso hasta ahora, y ahora más que nunca.
Ideas sobre el Estado
La humanidad vivió casi todo el tiempo que lleva sobre la Tierra sin Estado; pero las teorizaciones sobre el tema comenzaron cuando su presencia se hizo evidente -como se hace evidente una muela cuando duele- después de la revolución francesa y la reglamentación estatal de todas las cosas según los ideales ilustrados.
El primero en advertirlo fue posiblemente Henri de Saint-Simon, clasificado luego entre los "socialistas utópicos", que observó la lucha entre el orden estatal y la organización social emergente y la consideró un antagonismo de estatismo y antiestatismo, aunque no usó esas palabras.
Para Saint Simón había dos organizaciones contrarias: una contenía relaciones de dominación y la otra relaciones de producción: una era el sistema militar y el otro el sistema industrial; o también sistema gubernamental y sistema administrativo.
Miguel Bakunin definió al Estado por su tendencia natural a crecer y expandirse a expensas de otros Estados.
Pronosticó observando a la Alemania de Bismarck la vigencia del maquiavelismo y la creación de un ejército capaz de arrollar al mundo, mucho antes de las dos guerras mundiales.
En la Alemania de ese tiempo "impera el Estado moderno militar y conquistador, porque el Estado moderno debe ser colosal y poderoso como condición fundamental de su existencia”.
Alrededor de un siglo antes, el filósofo Johann Gottlieb Fichte había considerado tras la derrota prusiana ante Napoleón en Jena que el pueblo alemán era holgazán e indisciplinado, y había propuesto una educación que lo hiciera disciplinado y obediente servidor del Estado. De ser verdad lo que observó Bakunin: un pueblo serio y trabajador, dotado de método, orden y exactitud, estaríamos frente al resultado excepcional de la educación como instrumento de disciplinamiento.
Para Bakunin, donde la libertad es valor preponderante el estatismo no puede florecer.
Los libertarios liberales
El neoliberalismo no acepta su nombre: lo atribuye a la malicia socialista, a pesar de que el primero que lo usó fue uno de sus padres fundadores, Ludwig von Mises. Los neoliberales han usurpado en algunas de sus variantes la designación de "libertarios", que pertenece a los anarquistas. Von Mises usó por primera vez la palabra "estatolatría" o idolatría del estado. Define el estatismo como el mantenimiento de los ciudadanos bajo tutela y lo adjudica al socialismo y al intervencionismo. Pero a diferencia de los libertarios, que ante todo rechazaban al juez y al gendarme, von Mises quiere conservar algo del Estado: justamente el juez y el gendarme, la policía y el ejército como garantía del mantenimiento de la piedra fundamental del sistema liberal: la propiedad privada.
De la Redacción de AIM.