Asistimos a un uso espectacular de la propaganda sobre la peste provocada por el Covid 19, cuyo costo habría que calcular -aunque ya sabemos quién lo pagará- y se está metiendo un miedo enloquecedor a la gente, enfrentada a un peligro terrible, invisible y ubicuo. Los enfermos de miedo esperan encerrados por orden del gobierno la vacuna o algún tratamiento como maná del cielo, y posiblemente les abran las puertas para ir a comprarlo.
Hoy en día cursan varias pestes: entre ellas la gripe común, la del Covid 19, el dengue, la peste negra o bubónica (que no es solo medieval, hay víctimas actuales en los Estados Unidos) las enfermedades venéreas, la tuberculosis, el Sida, antes la gripe aviar y el ébola. Extrañamente el ébola, que iba a infectar el mundo e iba a superar el sida, no produjo un solo caso en Europa llevado por los millones de migrantes forzosos africanos. Es un hecho sanitario extraño, que no parece merecer la atención de la OMS.
La peste es el miedo
Pero hay otra peste, a la que no se aplicaría en rigor ese nombre, pero que es la aliada fundamental del poder: el miedo. Su uso político fue analizado por Maquiavelo, señalado como instrumento poco después por Etienne De La Boetie -lamentablemente olvidado- aplicado sin contemplaciones por Joseph Goebbels y los nazis en el siglo pasado y luego por casi todos los gobiernos actuales, que lo han convertido en un gigante que anula el pensamiento y pone a las masas de rodillas ante el poder político.
Maquiavelo consideró dos formas principales de dominio político a disposición de un gobernante: La fuerza y la astucia, que en el terreno político toman la forma de las dos morales: del zorro y del león. La astucia es muy valiosa para obtener el consentimiento de los dominados; pero si no es suficiente, la fuerza obliga a reconocer la autoridad. El poder es garantizado por los medios de coerción a disposición del Estado, sean peste o dádivas, miedo o abulia. El Estado se ha reservado el monopolio de la fuerza (policial y militar) como definió Max Weber y aceptaron todos. La finalidad de Weber era favorecer el poder nacional alemán, que luego dio sus frutos.
Amor y miedo
La astucia ejercida por el poder, que solemos confundir con la proclividad de los políticos a la mentira y al apasionamiento irracional de sus seguidores, es la manipulación de los dominados. Maquiavelo redujo a dos los instrumentos de dominación política: el amor y el miedo. Dada la idea que tenía de la naturaleza humana, se inclinó por el miedo y lo recomendó al gobernante, pero no desestimó al amor. El poder exige obediencia, y la obtiene por órdenes, amenazas, es decir, miedo, o por la persuasión.
Finalmente el poder queda fijo en códigos, como el penal que ha sido definido como “terror congelado” y mediante textos legales consigue que los dominados acepten los límites a que deben reducirse: en estos momentos estar confinados cada uno en su casa sin juicio ni condena, y que lo consideren justo incluso si implica violencia. Semejante violencia, por ejemplo contra los que se animan a salir a la vereda, o que reclaman porque no se los deja trabajar y enfrentan el hambre y la ruina, no se ejerce solamente por el poder, sino también por sus víctimas inocentes, dispuestas a la delación que aumenta el terror. El que sale a la calle no solo se expone al Covid 19, que nadie sabe qué es, sino a ser delatado por sus vecinos o detenido por la policía.
De la Redacción de AIM.