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Política
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El posmodernismo

Alumbra todavía algún resplandor de "aquella luz de infancia" que alumbró el último verso de Antonio Machado poco antes de morir tras fin de la guerra civil española, desterrado en Collioure, la Francia catalana.

Hay  campos de soja, fumigados con glifosato que posiblemente sea la causa de la declinación de algunos árboles y de que los zapallitos no cuajen, por ejemplo.
Hay  campos de soja, fumigados con glifosato que posiblemente sea la causa de la declinación de algunos árboles y de que los zapallitos no cuajen, por ejemplo.

Ahora, tomando una broma de Góngora en un soneto autodescriptivo, tenemos  tan buena vista que podemos distinguir un gallo de un galgo. Sin embargo, el ambiente bucólico termina cada vez más cerca. Hay  campos de soja, fumigados con glifosato que posiblemente sea la causa de la declinación de algunos árboles y de que los zapallitos no cuajen, por ejemplo.

Los tomates son híbridos; las flores “de papel” son fruto de una evolución de laboratorio que las hace inaptas para las abejas, porque son demasiado cerradas. Se puede extender estas consideraciones a los árboles frutales. Hoy serían, en la medida en que son “útiles”, producto de la manipulación genética. Hace poco conocimos una noticia sobre la alteración del Illex para producir yerba en el Uruguay a pesar del clima.  Una obra de Monsanto.

Un antiguo relato chino cuenta de un árbol enorme que congregaba multitudes que lo creían sagrado. Pudo crecer de manera extraordinaria porque era inútil para todo.

Esta “utilidad de la inutilidad” no es para nada apreciada por el temperamento occidental promedio, que no valora la belleza independientemente de la utilidad, antes bien la cree una cosa de museos, teatro, cuadros o cosméticos. “Hay que pagar por lo que vale”, ppv (pay per view).

Un crítico muy prematuro del “hombre posmoderno”, Federico Nietzsche,   dice de “El nuevo ídolo” en Zarathustra: “En algún lugar quedan todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros: aquí hay Estados. ¿Qué es eso? -Abrid los oídos, voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos: “Estado” es el nombre que se da al más frío de todos los monstruos fríos. El Estado miente con toda frialdad y se su boca sale esta mentira: “Yo,  el Estado, soy el pueblo!” Y más adelante, en el mismo capítulo: “El Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal, cuanto dice es mentira y cuanto tiene es robado”.

Para seguir en este tono nietzscheano casi mítico,  se puede decir que los sacerdotes de este ídolo son los políticos y los partidos sus templos.

Sin embargo, debido a que afirmaciones de esta índole sin duda suscitarán réplicas, refutaciones y hasta indignaciones, es mejor apuntar al problema desde otro ángulo.

El propio Nietzsche se refiere a la generación del pulgón como símbolo de sus contemporáneos. Cuando Zarathustra habló en la feria sobre “el último hombre”, lo describió:  “la tierra se ha empequeñecido y sobre ella brinca el último hombre, el que todo lo empequeñece. Su linaje es inmortal, como el del pulgón, es el que más vive. “Nosotros hemos descubierto la felicidad” dicen. Abandonan los lugares donde la existencia es dura, porque necesitan calor. Se trabaja porque el trabajo es una distracción, pero no debe hacer daño. ¡Que no haya pastores ni rebaños, todos somos iguales y todos queremos lo mismo. El que no se conforme, al manicomio. Todavía disputan, pero para reconciliarse pronto, porque las disputan estropean la digestión. Tienen pequeños placeres para el día y para la noche, pero hay que respetar la salud.”

Recordemos que Zarathustra predicaba el Superhombre. Cuando lo escucharon en la feria le dijeron: “Dános esos últimos hombres, Zarathustra, y quédate tú con el Superhombre”.

Dejando este clima demasiado exaltado, el hombre posmoderno es muy semejante al que  describió Nietzsche,según la descripción elogiosa de los propios filósofos posmodernos.

Es su realización histórica, su presencia fáctica, su concreción en el tiempo. Es muy posible que si elaboramos  un sistema que se pueda proponer con ventajas sobre el actual, los hombres posmodernos nos contesten como a Zarathustra.

Han descubierto la felicidad, quieren consumir, andar sueltos, ser siempre jóvenes, ver y ser vistos, vivir sin obligaciones, deberes ni responsabilidades. ¡Y ahora vienen con propuestas los aguafiestas!

Escuchemos a un panegirista del neoindividualismo “posmoral”, Gilles Lipovetzky: “El  neoindividualismo es un desorden organizador, que no pretende ya vencer el deseo, sino exagerarlo y desculpabilizarlo ante las formas rigoristas y disciplinarias de la obligación moral. No hay elección: o la felicidad o nada”. (Es el discurso del pulgón casi calcado)

Más adelante:  “El posmoralismo actual ha transgredido legítimamente todo lo anterior hacia un culto exacerbado del placer por encima de todo, de un placer que no tiende a perfeccionarse porque ya es perfecto; pero que necesita inevitablemente del individuo para subsistir”.

También: “El neoindividualismo nos ha llevado a un culto al cuerpo que no cree en obligaciones incondicionales sino que se deja llevar por la retórica de la belleza; descubrimos así que la higiene, que se va librando de ser algo obligatorio, se convierte en una preocupación preponderante de los individuos:  cuanta más belleza se tiene más se quiere generar. La dignidad cae en picada en favor del culto al cuerpo, las pasiones narcisistas materiales ganan la batalla al idealismo de la norma colectiva.”

Se puede seguir indefinidamente con la doctrina del “último hombre”, que  no es el último sino hasta ahora. Habrá más sorpresas proporcionadas por la “caída en picada de la dignidad” antes de estrellarse.

La caracterización tan precisa como es posible -odia la precisión- de la sociedad posmoderna,  puede ser:

“La sociedad posmoderna es aquella en que reina la indiferencia de masa,  en que la autonomía privada no se discute, donde lo nuevo se acoge como lo antiguo, donde se banaliza la innovación, en la que el futuro no se asimila ya a un progreso ineluctable”.

La sociedad moderna  se contrasta con la “posmoderna”: “La sociedad moderna era conquistadora, creía en el futuro, en la ciencia y en la técnica.  Esa época se está disipando a ojos vistas; en parte es contra esos principios futuristas que se establecen nuestras sociedades, por este hecho posmodernas, ávidas de identidad, de diferencia, de conservación, de tranquilidad, de realización personal inmediata; se disuelven la confianza y la fe en el futuro, ya nadie cree en el porvenir radiante de la revolución y el progreso, la gente quiere vivir en seguida, aquí y ahora, conservarse joven y no ya forjar el hombre nuevo.

Los grandes ejes modernos, la revolución, las disciplinas, el laicismo, la vanguardia han sido abandonados a fuerza de personalización hedonista; murió el optimismo tecnológico y científico al ir acompañados los innumerables descubrimientos por el sobrearmamento de los bloques, la degradación del medio ambiente, el abandono acrecentado de los individuos; ya ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las masas, la sociedad posmoderna no tiene ni ídolo ni tabú, ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma, ningún proyecto histórico movilizador, estamos ya regidos por el vacío, un vacío que no comporta, sin embargo, ni tragedia ni apocalipsis.

La recesión presente, la crisis energética, la conciencia ecológica, la marginación creciente,  no anuncian el entierro de la era del consumo: estamos destinados a consumir, aunque sea de manera distinta, cada vez más objetos e informaciones, deportes y viajes, formación y relaciones, música y cuidados médicos.

Eso es la sociedad posmoderna; no el más allá del consumo, sino su apoteosis, su extensión hasta la esfera privada, hasta en la imagen y el devenir del ego llamado a conocer el destino de la obsolescencia acelerada, de la movilidad, de la desestabilización”.

Basta, porque este retrato que me devuelve el espejo no me gusta. Si trazamos un programa alternativo para interesar al  hombre posmoderno, tengamos en cuenta que no piensa ni siente como nosotros, y que no nos encargó ningún trabajo.

De la Redacción de AIM.

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