El libro de Chuang Tse, hace 2500 años, dice que el ladrón espera a que nosotros cerremos nuestras valijas y las atemos bien con cuerdas para asegurarlas, y entonces pasa corriendo y se lleva todo. Así pasó en el debut de la especulación moderna, cuando Nathan Rotschild volvió de Bélgica en 1815, donde observó de lejos la batalla de Waterloo y empezó a vender en la bolsa de Londres sus acciones con cara de tragedia.
Hizo correr la noticia de que Napoleón había triunfado, cuando en realidad él había visto cómo fue derrotado definitivamente por Wellington y los prusianos, e indujo a los otros inversores a vender precipitadamente sus acciones. Agentes suyos compraron todo lo que se vendía casi regalado y el astuto Natham se convirtió en el dueño de Inglaterra en una noche.
Es posible equivocarse en pocas ocasiones concretas, pero una ilusión moderna, resultado de la involución intelectual de siglos, es la idea de que se puede obtener algo por nada que algunos ilusionistas han hecho reaparecer en las mentes sencillas.
Proliferan los templos con pastores capaces de alquilar costosos locales para miles de creyentes y espacios de televisión pasada la medianoche.
En general, los "pastores", que se han lanzado a cobrar diezmos después de aprender de memoria con otros otros pastores un discurso sencillo y vulgar y sus variantes, que se encargan de hacer impresionante y conmovedor, quieren convencer y para eso usan técnicas teatrales.
Otros "pastores" aunque sin finalidad religiosa antigua sino moderna, instruyen a sus crédulos no en la manera de ganar el cielo o la salud, sino en cómo convertirse en ricos y empacar mucha moneda. Ya se encargarán ellos, como los ladrones de Chuang Tse, de dar un golpe de mano para desaparecer con toda la moneda empacada.
En general aparece un personaje presentado como autoridad indiscutible, para la que se pide reconocimiento y aplausos y que funciona como garantía de veracidad y éxito.
Hay una tendencia a apurar a los inversores, a no dejar pasar la oportunidad, a cerrar lo ojos y tirarse al agua sin pensarlo mucho. ¡Ahora a nunca!
El disertante habla generalmente sin parar, con una continuidad dirigida a no permitir el análisis pausado, como debería ser si su intención fuera didáctica y no propagandística.
Por inferencia, se podría caracterizar a los que no se suman a sus propuestas como conservadores, timoratos, anticuados, incapaces de ejercer liderazgo, etc. Se cuida de decirlo pero se deduce de la caracterización de los que sí se suman.
En realidad, la única fuente de valor es al trabajo, al margen de la prestidigitación a que están acostumbrados los especuladores que ven formarse y disolverse montañas de billetes reducidos a números en una pantalla.
Hoy en día, con el mundo caminando al desastre, el capital financiero es 20 veces superior al capital productivo. Esa es la medida cuantitativa de la especulación, de la que las monedas virtuales son una variante.
Cuando un especulador -que es un timbero- tiene un dato, no se lo da a conocer a nadie. Para dar un ejemplo: cuando un apostador a las carreras de caballos sabe que un pingo va a ganar porque la carrera está arreglada (eso es un dato) les da a los otros apostadores un dato falso, para que no jueguen al caballo que va a ganar y no disminuyan su ganancia.
Este especulador sin embargo pretende revelar por televisión un secreto y cuenta lo que va a pasar dentro de un año. Llama a todo el mundo a participar de algo que ya no es secreto. Pide inversiones y promete 40 al que invirtió uno. Si la única fuente de valor es al trabajo, ¿de dónde salen los 39 de diferencia? El evangelio promete 100 por uno, pero toma la precaución de decir que son valores espirituales.
Desde siempre, hay gente que junta dinero de muchos, mete todo en la valija y se escapa. Y ahí van los inversores pidiendo que lo encuentren para recuperar sus monedas. Así pasó en Buenos Aires con el presidente del banco Mayo, que les juntó la cabeza a los depositantes. Fue preso pero la plata no apareció nunca.
De la Redacción de AIM.