La democracia es un valor obvio entre nosotros, pero no lo es entre los pueblos que tienen tradiciones diferentes. Este hecho fue aprovechado siempre por los imperios, desde Roma. Cuando Julio César romanizó las Galias mediante la guerra y la invasión, se apoderó de 400 minas de oro que había en territorio galo y solo desde entonces Roma tuvo monedas, que ya tenían los celtas.
Gandhi entendía que el Imperio Británico trataba de imponer el comercio occidental a pueblos que no lo querían, y que, como sabemos hoy, la democracia es solamente un pretexto de usureros porque lo que mueve los ejércitos para abrir el comercio es el dinero de los bancos.
Y no hay gran diferencia entre la imposición por la cruz o por la espada, por la persuasión o por los misiles: la versión del "policía bueno" y del "policía malo" interrogando alternativamente al mismo preso no debería engañar en este caso.
Gandhi admite que nunca en la historia un estado usó concientemente la no violencia. "Los estados que hoy son nominalmente democráticos tendrán que optar entre hacerse francamente totalitarios o, si quieren ser verdaderamente democráticas, hacerse valientemente no violentos".
Lo que Gandhi dijo está aconteciendo ahora: los estados democráticos imperiales de occidente se están haciendo francamente totalitarios: desde las bombas a las vacunas. Si quisieran ser verdaderamente democráticos, lo que está lejos de sus intenciones, deberían asumir la "acción en la no acción", la ahimsa, la no violencia, que es un concepto oriental tan extraño a los occidentales como la democracia a los orientales.
Hoy mismo, la democracia viaja con los portaviones norteamericanos preservando los recursos naturales de todo el mundo para la nación imperial.
Lo único que parece importar es que los pueblos árabes semisalvajes, propensos al "terrorismo" adquieran los modos de actuar y pensar propios de occidente para hacerlos más manejables.
Europa tuvo desde hace más de cinco siglos modos de estafarnos en su actuación en América, donde introdujo distorsiones históricas con miras a la dominación.
El monje belga Jean Comblin, muerto nonagenario hace poco en Brasil, hizo notar que la "democracia" occidental, como se construyó para Europa y los Estados Unidos, no puede tener circulación en Latinoamérica si no es sobre la base de un engaño que lleva incluso a que quieran imponerla a sus poblaciones los que él llama "aristocracias", las oligarquías nativas, que se consolidaron tras las luchas por la independencia.
Es claro que no tiene circulación tampoco entre pueblos que pertenecen a otra tradición política, pero que por la superioridad técnica del invasor no pueden sino soportar con paciencia la ilimitada petulancia occidental, sus pretensiones de superioridad, una puerilidad que entiende que mejora y corrige todo lo que toca, hasta que llegue el momento de sacársela de encima.
Para convertir en "demócratas occidentales" a los japoneses fue necesario aplicarles un remedio algo fuerte: dos bombas atómicas, pero hasta ahora resultó.
En el siglo XIX un pirata norteamericano, actuando a nombre de su gobierno, abrió a cañonazos el comercio occidental del Japón. Hoy tiene un monumento en el puerto que bombardeó. Pero no hay que extrañarse: En Buenos Aires hay una calle que se llama Canning, y un monumento del primer ministro británico que fue ideólogo inicial de la penetración inglesa en la Argentina y autor de la segregación de la Banda Oriental.
También hay un monumento a Roca, en agradecimiento por su campaña del desierto y en Paraná hubo hasta hace unos años una calle Rivadavia, cuya actuación en este terreno fue entregar medio Entre Ríos a los portugueses del Brasil.
De la Redacción de AIM.