Sabiduría es comprensión de la naturaleza y de nosotros mismos como seres naturales en armonía; pero la concepción prevaleciente hoy en casi todo el mundo es lucha contra la naturaleza para someterla a dominio en estado de desequilibrio constante.
La idea tradicional de que el hombre es de la tierra y no la tierra del hombre, escrita en algunas constituciones sudamericanas gracias al renacer de las concepciones indígenas nunca sepultadas del todo, está relegada en todas partes.
Los argumentos que aprecia la modernidad no son esos, sino otros que hacen más ruido, venden más, prometen mucho, se llevan todo y no dejan nada.
En los comienzos del industrialismo, Jean Sismondi vio que la economía liberal era una doctrina de la riqueza y de los modos de aumentarla "de modo máximo con medios mínimos". Esa definición lo llevó a calificar la economía de Adam Smith como crematística, una receta para enriquecerse. Encierra una concepción de la "utilidad" que cristalizaría como depredación, corrupción, degradación, desertificación, explotación y muerte.
Se trata de la expoliación de la naturaleza, considerada como proveedora de "recursos", hasta superar la capacidad de regeneración del planeta. Los "medios mínimos" eran los salarios suficientes solo para que el asalariado no se muera de hambre y el envío a la marginalidad de multitudes, incluso países o continentes enteros.
Hoy 1000 millones de personas sufren hambre, más que nunca en la historia del mundo, a pesar de los que invitan a considerar que estamos mucho mejor que antes gracias al "progreso".
Ni el sistema que vino a codificar Adam Smith y que existía desde antes que él, ni el socialismo que le opusieron Sismondi y los que lo siguieron, pudieron torcer el rumbo, ni siquiera poner paños tibios, a una máquina se impulsa sola sin saber adónde va y nos arrastra atados a ella, según la sorprendente anticipación de Balzac.
Un economista marxista contemporáneo, el inglés Michel Roberts, arguye que la depresión económica actual no es una crisis final del capitalismo porque hay siempre más seres humanos para explotar y siempre habrá innovaciones tecnológicas "para lanzar un nuevo Kondratiev”(un ciclo económico de medio siglo, por el nombre del economista ruso que los estudió).
Hijo de la modernidad como el capitalismo, el socialismo y el fascismo, Roberts emplea el término "barbarie", invento moderno que sirvió a la mordacidad de Voltaire para referirse a los antiguos, que veía solo como rezagados por el camino del progreso liberador.
Para Roberts, la barbarie tan temida sobrevendrá con “una caída de la productividad del trabajo y las condiciones de vida a niveles precapitalistas”; es decir: anteriores a la enorme liberación de fuerzas por el capitalismo que alabaron Marx y Engels sin decirnos dónde está el genio que pueda ordenar esas fuerzas cuando libradas a sí mismas amenazan destruir todo.
La omnipotente tecnología moderna es la variante actual de la magia. Como ella, es para la imaginación el reino de lo infinitamente posible y de ella se espera todo, aunque siempre nos deje con las manos vacías. Es el último mito vivo de la modernidad moribunda.
Si hay bárbaros hoy somos nosotros, pero somos bárbaros que temen caer en la barbarie como consecuencia de la autodestrucción de la civilización más bárbara que se haya conocido. Frente a lo que vendrá, que nadie conoce en realidad pero se presiente castaño oscuro, algunos auguran que Auschwitz o Hiroshima son horrores moderados.
El sistema mundial acumula poder y degrada al ser humano sin imponerse límites; pero cuando lo haya convertido en inservible no podrá explotarlo y entonces enfrentaremos al destino.
De la Redacción de AIM.