El 14 de octubre de 1806 el ejército francés al mando del mariscal Luis Davout aplastó a los prusianos en Auerstädt mientras simultáneamente Napoleón los vencía en Jena.
En 1808 el filósofo Johann Gottlieb Fichte escribió sus "discursos a la nación alemana", donde atribuyó la derrota a que los alemanes eran un pueblo indisciplinado, demasiado independiente, casi lo contrario de lo que pensamos hoy.
Pero algo de cierto debió haber en la caracterización de Fichte, porque otro alemán notable, Max Weber, narró luego, en "El espíritu del capitalismo y la ética protestante" que en los inicios de la modernidad los capitalistas ofrecían a los campesinos retribuciones dobles con la intención de duplicar las cosechas y sus ganancias en el comercio de granos. Pero los campesinos producían lo mismo trabajando la mitad, porque para sostener su estilo ancestral de vida necesitaban la mitad del esfuerzo.
Para prevenir derrotas militares futuras, Fichte postuló un cambio educativo que convirtiera a los alemanes en un pueblo sumiso y obediente a las consignas del Estado.
La senda que abrió el filósofo es ahora una autopista que a la escuela obligatoria suma la propaganda abrumadora y ubicua, el análisis tecnológico de la población mediante algoritmos diseñados para manipularla, la regimentación legal e informática, el embrutecimiento colectivo, siempre con la mira en un pueblo sumiso, obediente y útil al Estado y a quienes lo manejan.
La educación básica era obligatoria desde principios del siglo XVIII en los más de 300 principados en que estaba fragmentado el territorio de lo que luego se llamó Alemania. La ilustración, que parece lo que no es pero es lo que no parece, contribuía con su ideología, junto al despotismo, a formar ciudadanos "útiles" al Estado.
De aquella época data la posición humanista de Guillermo de Humboldt, derrotada en el debate convocado por el barón Karl von Zedlitz, ministro de Educación prusiano. De entonces provienen algunas definiciones totalmente actuales, aunque disfrazadas para mostrarlas menos crudas: El Estado debe moldear a cada persona, y moldearla de tal manera que simplemente no pueda querer otra cosa que lo que quiere el Estado.
Inadvertidamente, Jena y Auerstädt pusieron la semilla de la frase "educación del Estado, educación por el Estado y educación para el Estado". El Estado estaba en capacidad entonces de educar para la libertad -según una ilusión rápidamente reprimida- o de educar para el Estado, como la iglesia educó en su propio beneficio mientras tuvo el monopolio escolar.
La educación fue ante todo adoctrinamiento, en particular la universitaria, necesaria para formar cuadros para la burocracia. El adoctrinamiento no era solamente escolar sino se ejercía a través de todos los instrumentos de dominio sobre la población en manos del Estado. Mucho después, Mussolini sentenció en esa línea: "todo por el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado". Y así es en las democracias, convenientemente disimulado debido al inconveniente hedor fascista que emana.
Mientras el pueblo mantuvo sus estructuras comunales propias, al margen del Estado, sostuvo su propia cultura ancestral y los métodos para transmitirla, pero la escuela la fue ridiculizando y minando poco a poco hasta destruirla casi por completo.
Socialización
El adoctrinamiento trazado por von Zedlitz tuvo amplia aceptación en los Estados Unidos, donde el pensador pragmatista John Dewey lo llamó "socialización". Se trataba de domesticar para la obediencia: obedecer horarios, buscar buenas notas, aprender cosas inútiles, memorizarlas sin entenderlas, abandonar las ideas propias. En síntesis: en lugar del "a-b-c-d", " o-b-d-c" y ser como todos para no ser considerado "raro", distinto. Es decir: quitar al niño su inteligencia natural, que cualquiera advierte en él si se detiene un instante, para convertirlo de a poco en un adoctrinado, un ser obediente y "sociable".
Dewey alertó contra la lectura porque podía producir pensadores que no podrían "socializarse" fácilmente y propuso atenderla mucho menos. Sostenía que la gente independiente y autónoma sería en el futuro -un futuro que ya llegó- "un anacronismo contraproductivo” en la sociedad uniforme.
Para Dewey la producción industrial era la finalidad y la contraproducción era un anacronismo, un residuo de las épocas de soñadores románticos, seres naturales sin espíritu práctico. Su prédica se impuso en los Estados Unidos tanto como la disciplina y la obediencia en Alemania.
Educación y propaganda
El resultado de estas innovaciones modernas en materia educativa son alumnos que terminan la escuela secundaria sabiendo leer pero no interpretar los textos ni entender cabalmente las noticias de la prensa diaria y otros que tratan de entrar en facultades técnicas sin saber multiplicar. El peligro que veía Dewey fue conjurado.
El fracaso de los sometidos es necesario al poder, porque entre los fracasados están los que harán las tareas inferiores, que deberán aceptar su destino, o convertirse en clientela política o morir de hambre.
La educación y la propaganda consiguen así gente aborregada (como proponía Fichte), mano de obra barata, personas dóciles, frágiles, manipulables, miedosas, inestables y débiles que no puedan enfrentar las decisiones del poder.
La expresión "jardín de infantes" es traducción literal del alemán "Kindergarten", designación que le dio el pedagogo Friedrich Froebel. Aclaró que no era un lugar para que los niños jugaran en un jardín sino para que el maestro los moldeara como un jardinero a sus plantas.
La finalidad de dar educación gratuita e igualitaria a todos, es lograr que todos respondan sin rebeldías a las necesidades de los políticos y sus mandantes.
Escuela para amaestrar
La escuela que conocimos era disciplinamiento, amaestramiento: timbrazo para entrar, timbrazo para salir; formar fila; pruebas escritas, recreos cronometrados, clases obligatorias por edades; sistema de calificaciones, promociones, premios y castigos; horarios estrictos, marchas patrióticas, desfiles. Todo envuelto en sentimentalismo patriótico sarmientino, pero con olor a cárcel, a cirio y a cuartel.
En Prusia, mucho antes, los educadores-ministros del Segundo Reich propusieron un ideal castrense: “¡Siéntese derecho! ¡Silencio! ¡Cállese la boca! ¡Manos arriba! ¡Las plumas bien rectas! ¡Enséñeme el cuaderno!. ¡De pie cuando entra el profesor!” Ordenes de un lado y obediencia de otro. Autoridad allá y sumisión acá.
Mucha gente acepta esta escuela e incluso la glorifica porque entiende el amaestramiento como un modo de capacitarse para ganarse la vida.
Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos entre 1913 a 1921, entendió que su país debía ser gobernado por una élite, un grupito de personas con buena educación. Y otro grupo, mucho mayor, debía "renunciar a los privilegios de una educación liberal y capacitarse para realizar tareas manuales específicas”.
De la Redacción de AIM.