Hay seguramente muchas causas para el callejón aparentemente sin salida en que está metida la civilización, pero hay una que posiblemente pese más que las otras: la época en que la realidad sin discusión es la ilusión sin remedio.
Los que cada día salen de su casa a trabajar en un empleo formal si tienen suerte, a conseguir una changa o a hacer lo que se pueda –menos pregunta dios y perdona- no saben por ejemplo qué es un derivado financiero aunque puedan haber escuchado hablar de eso alguna vez.
Sin embargo, los derivados financieros y otras invenciones por el estilo, a pesar de ser invisibles para la mayoría, tienen al mundo al borde de una catástrofe que puede conducir a una barbarie nueva.
El capital no puede crecer sin límites, como exige su dinámica interna, sin explotar el trabajo. Pero la explotación del trabajo vivo tiene la barrera de la expansión del trabajo muerto -la robotización-, el reemplazo del trabajador por la máquina. Otro límite, cada vez más presente y menos salvable, es la crisis ecológica que la explotación capitalista está provocando.
1,2 trillones de dólares
El sistema financiero mundial hace circular alrededor de 1,2 trillones de dólares, es decir, la cifra 1,2 seguida de 18 ceros, difícil de imaginar si consideramos que cada cero a la derecha aumenta 10 veces la cantidad; por ejemplo 1000 es 10 veces mayor que 100.
Marx llamó “capital ficticio” al representado por los pagarés, bonos, títulos y acciones, instrumentos del sistema de crédito.
A pesar de ser ficticio, este capital y el que desde entonces creció sin medida cumple funciones reales, porque ensancha el terreno de los negocios, por algún tiempo favorece la producción y genera euforia.
No obstante, termina mostrando su naturaleza ilusoria cuando rompe la cadena de créditos y de deudas y pone fin a especulaciones fundadas en esos créditos y deudas.
Según cálculos económicos, si los 1,2 trillones de dólares del capital financiero mundial rindieran una ganancia módica del uno por ciento anual, los especuladores podrían demandar todos los billetes del mundo en manos del público 579 veces, o todos los depósitos a la vista 326 veces, o todos los plazos fijos sumados a los depósitos a la vista 133 veces; podrían comprar todas las acciones de las bolsas del mundo 164 veces. Podrían pagar todas las deudas de todo tipo del mundo entero 55 veces y comprar todas las viviendas, oficinas, tiendas, hoteles, fábricas y tierras agrícolas del mundo 56 veces.
Dioses y diablos
Estos negocios no son posibles porque los bienes por comprar no existen en la medida en que hay dinero ficticio. Resulta clara la enormidad de la distorsión a que estamos sometidos y se concibe un límite en que estiramiento terminará en rotura. Estamos inducidos a creer y confiar en esta ilusión como en un dato sólido, inmodificable, como si un mago negro hiciera aparecer una realidad absoluta que fascinara el criterio como lo hace el dinero ficticio.
Es la razón del sometimiento y la dominación que solemos atribuir a malos políticos, a conductas sin ética o la corrupción. Contra ellas se proponen soluciones que son las únicas que acepta el poder porque dejan todo como está, pero pueden consolar a los creyentes; son confortables para los moralistas y pueden aliviarlos, producirles alguna satisfacción y hasta cierta elevación emocional de púlpito o tribuna, de voz clamorosa subrayada con índice acusador..
La especulación está cada vez más distante de la economía productiva, pero no puede divorciarse del todo de ella y establecerse como reino autónomo si no quiere perder su peso sobre la realidad, donde no dejan de estar sus raíces.
Crecer sin parar
Los especuladores reinvierten sus “ganancias” en el mismo mercado financiero, haciendo crecer cantidades ficticias sin límite aparente hacia un horizonte desconocido también para ellos. Allá está la riqueza sin fin, como los tesoros de los cuentos fantásticos, pero por el camino están las crisis devastadoras. Saben que deben invertir una parte en la economía real para controlar los activos que sostienen precariamente el artificio donde especulan, para para mantener su dominación global.
Por eso el capital financiero se apodera de empresas de bienes y servicios y de la tierra productiva donde vivían los agricultores tradicionales y los pueblos originarios, sometida ahora a su dictadura.
Los Estados deberían controlar la llegada del capital especulativo a sus territorios; pero los políticos, no en su aspecto de bailarines para las cámaras ni de infladores de globos, sino en su aspecto de ejecutores de las órdenes del poder hegemónico mundial, participan de los negocios y los negociados y tienen depósitos seguros en paraísos fiscales.
¿A quién representan los políticos?
La cara ficticia de los políticos: la de representantes del pueblo, la de la propaganda, es reforzada en cada campaña electoral con estruendo, mucha basura que otros recogerán y gastos enormes para asegurar su permanencia sin fin.
Los obstáculos que tiene el aterrizaje del capital financiero en la realidad productiva son posturas aisladas, como las de algunos gobiernos de buena intención y mala comprensión, que se convierten en víctimas fáciles de la “legalidad” mundial, presentada como la corrección que debe admitir cualquiera dotado de sentido común.
La legalidad es una manifestación del poder impuesta como norma indiscutible, criterio recto y lógica sana, civilizada y democrática. En su tiempo prohibió votar a las mujeres y estableció la esclavitud, por ejemplo.
Estorban los trabajadores que reclaman por sus salarios y resisten que se los apropie el capital, los que insisten en que sus ingresos se mantengan y no vayan a pagar la deuda externa ficticia, y resisten los pueblos originarios, que en nombre de su relación entrañable con la tierra resisten la expropiación y extranjerización o “mundialización”.
Por eso, todos los que estorben como sea el libre curso de la especulación financiera serán perseguidos, difamados, intervenidos militarmente y si es necesario, asesinados.
Para este sí, para aquel no
En 2007 la FAO, la organización de las Naciones Unidas para la alimentación, pidió a los miembros ricos un aporte de 50.000 millones de dólares para que dejen de morir diariamente de hambre 100.000 personas en el mundo.
Le contestaron que no podían constituir el fondo porque sus presupuestos eran acotados y en ocasiones tenían déficits. Solo tres meses después la quiebra de Lehmann Brothers inició la crisis mundial de ese año. Los mismos gobiernos que tres meses antes no tenían fondos para el hambre entregaron de inmediato a los bancos una suma 52 veces mayor que la que pidió la FAO, que hubiera resuelto el problema del hambre por medio siglo. El economista chileno Manfred Max Neef, fallecido hace poco, preguntaba: ¿Dónde estaba ese dinero; quién lo tenía?
Mucho ruido no deja oír
Actualmente, un límite a la expansión del capital financiero es la crisis ecológica, considera todavía por los neoliberales como ”externalidad”, es decir, como un factor que proviene de fuera del sistema y no debe constituir un límite. Otros deben ocuparse de ella.
La sabiduría antigua que no compite con la naturaleza sino la comprende y se comprende como parte de ella, la idea universal de que el hombre es de la tierra y no la tierra del hombre, está relegada. Los argumentos que escucha la modernidad no son esos, sino otros que hacen más ruido, venden más, prometen mucho, se llevan todo y no dejan nada.
De la Redacción de AIM.