Hay gente que considera el mundo como enemigo porque en lo profundo de sí mismos no han encontrado la fuente. De otro modo el mundo seria un lugar hospitalario. Ahora lo destacado es la discordia y la amistad y la fraternidad, excepcionales. Nunca saben si pueden confiar en un amigo, porque están siempre próximos a la antipatía.
Un hombre llamado Omar fue nombrado juez de paz, según un apólogo del sufismo, el esoterismo islámico, que data más o menos de un milenio.
El relato dice que era necesario el nombramiento porque hay gente dañina. A los muy dañinos se los nombra gobernadores; si lo son más todavía, se los envía al extranjero como embajadores. Pero a los dañinos sólo a nivel local se los nombra jueces de paz. Algo hay que darles para que estén ocupados y no tengan tiempo para entretenerse en maldades. Omar era un alborotador; pero no mucho. No era un pez gordo: solo un pececito local.
Nombrado juez de paz, convirtió su salón en juzgado, contrató a un escribiente y a un vigilante y esperó los casos. Esperó todo el día, pero no llegó nadie.
Desesperado, a la noche le dijo a su escribiente que no había acontecido ningún asesinato, ningún robo, ningún crimen. ´Me parecía que iba a ser muy animado, pero ni una multa de tránsito´. Si eso seguía así, su cargo de juez de paz se volvería muy aburrido.
El escribiente le pidió que no se deprimiera, que mantuviera la confianza y siguiera esperando, solo había que confiar en la naturaleza humana.
Los juzgados, los jueces y los gobiernos dependen de nosotros, de nuestra naturaleza que no alcanza la fuente. Toda la tontería estatal funciona por nuestra causa y la base de todo es que siempre estamos dispuestos a pelear.
El gobierno es una enfermedad, toda su estructura se sostiene a causa de que cada uno está siempre dispuesto a ver un enemigo en el otro y esa disposición es aprovechada por la pirámide estatal de que es la base. El gobierno existe a causa del ego, la política existe por causa del ego; sin el ego, toda la política se vendría abajo.
Los políticos son ambiciosos de poder y eso los ha convertido en gente de mala calaña, quizá la peor de la modernidad. La búsqueda en que están comprometidos empieza por querer ser más de lo que creen ser por comparación con los demás. La política les ofrece la posibilidad de ponerse por encima de sus congéneres.
Los locos suelen declararse superiores pero no tratan de probarlo. Los políticos, en cambio, se empeñan en demostrarlo a un alto precio para todos. Trabajan para demostrar que no son inferiores. El político resulta de un conflicto entre egos; si no hay conflicto somos libres, sabemos que no somos inferiores ni superiores.
De la Redacción de AIM.