El campo argentino ya no es el mismo que el de los últimos 20 años, ni tampoco el de 2008, cuando se movilizó por la resolución 125, la medida que propició una lucha histórica. ¿Porqué? Quienes protagonizaron esa epopeya eran agropecuarios amables y contemplativos, producto de una cultura diferente, apegados al trabajo y con poca o nula vida publica. Pero los jóvenes de hoy, nuevos actores en este escenario, tienen otra idiosincrasia, no están dispuestos a tolerar que el esfuerzo que hacen sea dilapidado por el Gobierno Nacional, que no advirtió los cambios y repetirá el mismo error que 12 años atrás.
A 12 años de ese conflicto, las retenciones siguen siendo el eje de la polémica y provocan una nueva relación de conflicto entre el Gobierno y el sector agropecuario. Una vez más, se repite la historia: Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner vuelven a ser protagonistas, aunque esta vez invirtieron los papeles: él es el Presidente, y ella, la Vice de todos los argentinos. Para ser claros, del lado de la política no se modificó absolutamente nada… ¡Si hasta los actores son los mismos!
Aumentos, previsibles
El 15 de diciembre de 2019, apenas asumido el gobierno de Alberto Fernández, se llevaron las retenciones al campo del 24.7 al 30 por ciento, con el argumento de la adecuación por los efectos de la inflación. Semántica, sólo semántica, porque la realidad demostró que en el bolsillo del productor, el adicional es de 5.3 por ciento.
El mes de marzo arrancó con novedades. El 5 de marzo, el Gobierno Nacional formalizó en el Boletín Oficial la suba de las retenciones a la soja, del 30 al 33 por ciento, tal como le había confirmado a la Mesa de Enlace el ministro de Agricultura, Luis Basterra. Naturalmente, esa medida provocó que el campo volviera a movilizarse para realizar un cese de comercialización de granos y hacienda hasta el jueves 12 de marzo a la medianoche. Pero no hubo cortes, como en 2008, cuando el sector agropecuario era una comunidad dentro de otra y la movilización que se vivió entonces fue sui generis, porque no tenía antecedentes históricos, no estaba en las previsiones de nadie, no fue prevista ni preanunciada por ningún sociólogo ni politólogo, y fue a escala nacional, caótica y desorganizada, voluntariosa, colectiva.
Movió a sujetos del sector que nunca antes había sido motivados por nada, a personas aledañas al sector que, por pertenecer a una misma cadena productiva, se solidarizaron con sus clientes, proveedores o empleadores. Motivó incluso a sectores totalmente ajenos al agropecuario, por amistad, por afinidad, por solidaridad. No se puede explicar en palabras tanta motivación, pero aquellos que vivieron esa epopeya no salían del asombro al ver tanto compromiso y respeto por un acontecimiento que nació de improviso, por puro voluntarismo, y que, sobre todo, no sabían cómo terminaría.
Hasta entonces, los agropecuarios no participaban de los acontecimientos políticos, sociales, económicos o culturales de la nación argentina, porque se veían ajenos, correctos, honestos, trabajadores, y sobre todo inmaculados. Consideraban que no eran responsables de nada de lo malo que le había acontecido al país, la responsabilidad por omisión de acción todavía no había asomado en el horizonte de sus conciencias.
Tenían la certeza que su trabajo competitivo y eficiente tranqueras adentro era suficiente como contribución al desarrollo de la sociedad y con ello cumplían con dios, la patria y sus hermanos argentinos. Pero la 125 pulverizó esa idea porque el sector agropecuario es uno más del pueblo argentino, ni mejor ni peor. Y por eso le caben las mismas responsabilidades que al resto: debe proveer hijos suyos a la política, a la ciencia, a las artes.
Cambio de protagonistas
Ante la medida de fuerza dispuesta por las entidades que nuclean al sector, cabe preguntarse, ¿cuál es la fotografía del campo hoy? ¿Cuánto representa de la economía del país?
El análisis que determina que el campo ya no es el mismo que en 2008 y sus protagonistas tampoco, no surge de los casi 1.500 millones de dólares que se irán de Entre Ríos con el aumento de los tres puntos de las retenciones a la soja, porque ese es solo un factor.
En realidad, en la actualidad, quienes participan en la toma de decisiones dentro de las empresas son los más jóvenes, hijos de aquellos que estuvieron cortando rutas en 2008, chicas y muchachos con mayor formación académica que las generaciones que los antecedieron. Esos jóvenes tienen una visión completamente diferente a la de sus padres, y la mayoría asegura que vinieron al mundo a trabajar y a disfrutar de los resultados de ese trabajo, sin vergüenza ni culpa por la obtención de una renta a consecuencia de su actividad. Por eso, no están dispuestos a soportar que al esfuerzo de ellos lo dilapide la política, con el elefante blanco del Estado. Ellos realizan un diagnóstico diferente e interesante, un punto de partida válido para comenzar a construir el país que sueñan, pero no son idealistas como sus ancestros: son pragmáticos y realistas. Y no se conforman con relatos.
Algunos números
La realidad muestra que, en exportaciones, de cada 100 dólares que ingresan al país, 63,7 tienen como origen la actividad agroindustrial. En 2019, la Argentina exportó por 65.115 millones de dólares, de los cuales 41.521 millones de dólares fueron por ventas de granos, carnes, aceites y harinas, entre otros, según datos del Indec.
Esta cifra incluye tanto los productos primarios como las manufacturas de origen agropecuario, de acuerdo con la terminología del organismo oficial.
De ayer a hoy
En la actualidad, para sembrar una hectárea de soja o maíz, se usan semillas mejoradas por ingeniería genética, mapas satelitales para medir el índice verde del suelo y maquinaria agrícola con componentes de precisión, entre otros avances tecnológicos. Por ese motivo, en la actividad dicen que la de "productos primarios" es una denominación antigua.
En el campo, ninguno de los protagonistas duda que el paro fue un reclamo por la rentabilidad y la excesiva carga impositiva, porque el sector soporta un paquete impositivo descomunal: de cada 100 pesos que factura, entre 70 y 75 se lo lleva el Estado.
Un Gobierno Nacional con poca cintura política…
El Gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner no advirtió que el campo cambió desde 2008 a la fecha, y que sus protagonistas son otros. Obviar esa realidad implica repetir el error de hace 12 años atrás, cuando la epopeya de la resolución 125, y estrellarse contra la pared.
Con ese antecedente, debería propiciar la interacción entre el sector público y el agropecuario, porque es la única manera de encontrar la solución a los problemas que nos afectan a todos. Y más aún, es responsabilidad del que gobierna encontrar soluciones a los problemas de la vida en sociedad y no ser proveedor de conflictos en ella. Pero, ¿Lo hará? Difícilmente asuma que el campo es una oportunidad de crecimiento, y no una caja para el ajuste. El resultado, entonces, es absolutamente previsible.
Definir qué es lo que quiere
El presidente, Alberto Fernández, eligió un enemigo para confrontar. Sin embargo, debería pensar si se justifica seguir peleando con el campo, con una situación económica mundial que se cae a pedazos y que afectará al país, sin lugar a dudas. Si la pandemia de coronavirus, un patógeno viral que tomó por sorpresa hasta el más precavido, sigue avanzando como hasta ahora (y así parece que será), la situación podría empeorar aún más, provocando un escenario similar a la caída de Lehman Brothers en 2008.
El Gobierno de Alberto Fernández está preocupado por la pandemia de Covid-19 y sus consecuencias, además de la restructuración de la deuda con los bonistas privados y con el Fondo Monetario. Pero la madre de todas las batallas no está inserta en esa temática. Afuera de la Casa Rosada hay otra realidad. El tema primordial a resolver es el sector agropecuario, porque constituye el motor de la economía argentina y es el único agente económico capaz de producir los recursos necesarios en tiempo y forma para sacar al país adelante. Mal que le pese a la política…
En el campo no son ni “terroristas” ni “parásitos”, como acusaron a los agropecuarios algunos voceros del cristinismo que, con esa verborragia, solo caldean los ánimos.
En el campo no quieren guerra como en 2008; quieren un horizonte de reactivación económica, pero donde todos los argentinos pongan el hombro por igual. Quieren, también, ser protagonistas de la realidad argentina y entrerriana y no actores de reparto, porque son conscientes de su importancia económica, social y territorial. Y porque, además, empezaron a dilucidar que dejaron de ser la suma numérica de personas que trabajan con algo en común, para formar un todo con las sumas de las voluntades individuales como engranajes unidos que dan movimiento a una maquinaria mayor.
Redacción AIM.
Dejá tu comentario sobre esta nota