Se cumple hoy otro aniversario de la muerte en Cannes el 16 de abril de 1859 de Alexis de Toqueville, un aristócrata francés que analizó con gran lucidez la revolución de 1789 y luego la evolución de la sociedad estadounidense.
Charles-Alexis Clérel de Tocqueville nació en Verneuil, Île-de-France en 1805. Fue un pensador y político liberal francés de familia noble, uno de los observadores más lúcidos del cambio producido en su época por la revolución francesa.
Estudió Derecho y obtuvo una plaza de magistrado en Versalles en 1827. Pero su inquietud intelectual le llevó a alejarse de la rutina en 1831, viajando a los Estados Unidos para estudiar su sistema penitenciario.
En América análizó el sistema político y social norteamericano, que retrató en "La democracia en América", donde reflejó su admiración por el modelo liberal-democrático americano, que consideraba mucho más equilibrado que el que propugnaban los revolucionarios europeos.
Tocqueville abandonó la magistratura para dedicarse a la producción intelectual y a la actividad política: en 1839 fue elegido diputado y en 1841 miembro de la Academia francesa. Condenó tanto la Revolución de 1848 (que acabó con la Monarquía de Luis Felipe) como el golpe de Estado de Napoleón III en 1851-52 (que liquidó la Segunda República y dio paso al Segundo Imperio). Pero, entre ambos acontecimientos, aceptó servir a la Segunda República como ministro de Asuntos Exteriores (1848), antes de retirarse definitivamente de la política.
Concentrado sobre su labor intelectual, escribió su obra cumbre "El Antiguo Régimen y la Revolución". Sostuvo que la Revolución francesa no había constituido una ruptura radical con el pasado, pues se había limitado a confirmar tendencias reformistas esbozadas a lo largo del siglo XVIII, que ya apuntaban hacia una uniformización de la sociedad y una centralización del Estado.
Por lo demás, Tocqueville contribuyó a convencer a sus contemporáneos de que el signo de los tiempos iba en el sentido de la democratización, pero que la defensa de la libertad individual exigía medidas para impedir que degenerara en un cesarismo populista (como el que representaba Napoleón III): división de poderes, descentralización política… y, sobre todo, fomento de la conciencia cívica de los ciudadanos para hacerles amantes de la libertad y capaces de resistirse contra cualquier despotismo.