La solidaridad y lo colectivo son el motor de muchas iniciativas que le dan alas a sueños y permiten mejorar la calidad de vida allí donde el Estado no llega. Ante el discurso del individualismo, “es importante contraponer una serie de experiencias que tenemos como sociedad argentina en donde hay un montón de cosas que se hacen en donde el interés no tiene que ver con lo individual”, afirmó a AIM María Eugenia Almeida, integrante de Caminantes Educando.
En un mundo que se presenta cada vez como más distópico, hay personas e iniciativas que apuestan a cambiar las cosas con acciones colectivas movidas por la mera empatía y solidaridad. Una de esas propuestas es Caminantes Educando, que surgió desde la Biblioteca Popular Caminantes y devino en un espacio que -desde 2019- enseña la lectura y la escritura para personas adultas.
El proyecto (que actualmente lo integran Delfina Galetto, Camila D'Amico, Milagros Burgos, Yamila Wargner, Ciro Alís, Florencia Ragone, Virginia Blanco, Lucía Morato Seips y Noelia González) “buscaba consolidar los vínculos que tiene la Biblioteca Popular con el territorio y, a partir de allí fue que se puso en marcha. Inició tomando contacto con quienes viven en el barrio Los Hornos de Paraná”, contó a esta Agencia la Trabajadora Social, quien precisó que en esa zona hay muchas de las ladrillerías.
En los Hornos, hay unas siete familias (50 personas más o menos) que tienen una característica muy interesante: “Casi todos vinieron de Santa Elena con el cierre del frigorífico en los ‘90. A partir de allí construyeron un espacio, que los nuclea en parte por su historia común (por su raigambre a esa localidad, las tradiciones y el trabajo en el propio frigorífico) y en el presente comparten un oficio, la gente está vinculada a un espacio común de trabajo”.
“Nosotros nos acercamos junto con “los caminantes”, hicimos algunas actividades vinculadas, sobre todo a niñes, y después en esa instancia pensamos esta propuesta de la alfabetización de adultos, porque justamente, en uno de los intercambios una de las mujeres comentó que había gente que no sabía leer y escribir”, recordó Almeida. Desde ese agosto del 2019 Caminantes Educando hasta la actualidad se fue consolidando: “Lo que arrancamos pensando en que había personas que no sabían leer y escribir, se fue transformando en lo que hoy es “La escuelita ladrillera”. En realidad no había tantas personas que no supieran leer y escribir, había dos o tres, pero la verdad es que el espacio se fue armando y cada miércoles que íbamos había más gente, arrancamos con 15 personas y llegamos a ser 25. Igual va fluctuando la cantidad de gente que se acerca”.
El espacio gestado “tiene que ver con interrumpir lo cotidiano que esta atravesado entre otras cuestiones por trabajo en la ladrillería, porque todos de alguna manera están vinculados al trabajo de ladrilleros y ladrilleras. La propuesta fue ofrecerse a sí mismos un espacio exclusivamente entre adultos, que es un gran tema, cuando hay muches niñes”, indicó y agregó: “La propuesta fue y sigue siendo organizarnos para que una vez a la semana, durante dos horas y media, ellos puedan tener esa pausa y apropiarse del espacio y lo logramos”. Lo que trabajan “es siempre en vinculación con la literatura, compartiendo lecturas y proponiendo la posibilidad de escribir cosas. Pero todo eso en un largo proceso de jugar un poco con la lengua, con la oralidad, con la escritura, probando qué es lo que nos gusta escribir. Todo esto desde la perspectiva de la educación popular, donde la conversación, la escritura y la propia literatura están siempre vinculada a intereses que se van expresando en ese espacio”, preció.
“La verdad es que sigue siendo muy valorado todo lo que tiene que ver con que nos leamos en voz alta; nosotros elegimos siempre, autores y autoras locales (Selva Almada, Juan Solá, Gabriela Cabezón Cámara, Camila Sosa Villada), pero no exclusivamente. Autoras autores que proponen una literatura de lo microscópico y cotidiano. Esta forma de la lectura en clave literaria, es lo que a nosotres nos parece que está bueno poner en común con este espacio de mujeres y de varones. La literatura para nosotres representa una potencia impresionante para varias cosas, ya que despierta el interés por conocer otros mundos, pero, también, interpelarnos acerca de nuestra propia posibilidad de hacer, de mirar literariamente el mundo, y también de escribir acerca del propio mundo”, dijo.
Lo colectivo como motor
La solidaridad y la empatía, los proyectos colectivos son trascendentales en un escenario más complejo. Para la trabajadora social “hay mucho para pensar sobre eso, porque hay más cosas de las que se conocen, que la gente hace, no movidas por un interés individual. Hay muchos movimientos sociales hoy como contrapunto a un discurso que, por supuesto, tiene mucha fuerza y mucha vigencia en este contexto del individualismo, del esfuerzo personal, de cada uno con lo suyo, pero también me parece que es importante contrastar una serie de experiencias que tenemos como sociedad argentina, donde hay un montón de cosas que se hacen, en donde el interés no tiene que ver con lo individual.”
En ese marco, destacó que “hay muchas organizaciones sociales, hay muchas organizaciones populares de distintos tipos, hay espacios en donde la gente hace cosas porque tiene el deseo de hacerlas, y aparte de hacer cosas con otres, porque lo que nos mueve es lo colectivo”.
Si lo colectivo “no nos moviera, en general, como sociedad, ya nos hubiésemos aniquilado. Esa es mi visión. No lo digo romantizadamente, no lo digo de una manera naif. Lo pienso como una forma de poder mirar, observar cuánto funciona en nuestros espacios, en nuestros territorios”, preció.
Al respecto, recordó que “en el barrio Los Hornos, en el 2020, con la pandemia, las mujeres se organizaron y armaron un comedor comunitario que, después, producto de gestión, lograron inscribirlo en un programa nacional de comedores. Hoy cocinan todos los días para 250 personas, movidas justamente por esas fuerzas que tenemos como humanes de hacer algo con otres y que en algunas circunstancias se puede transformar en, por ejemplo, esto: un comedor comunitario. O la experiencia de la escuelita ladrillera”.
“Me parece que también hay que poder aguzar la mirada y reconocer todas las cosas que sí se hacen. Es una perspectiva, vos dices, de solidaridad, yo digo una perspectiva casi inherente a lo humano, como la experiencia potente de estar con otres, ¿no? Y donde el interés tiene que ver justamente con estar con otra y entre personas. Eso por un lado. Y por otro lado, más en términos de política militante, a mí me parece que quienes estuvimos en la universidad, quienes nos formamos en la universidad pública, que trabajamos en la universidad, tenemos una responsabilidad de una devolución a la sociedad que nos bancó para que pudiésemos estar ahí”, apuntó la docente.
Así, las organizaciones sociales que llegan a los barrios se pueden repensar desde una perspectiva de reciprocidad: “Circulamos con esto del intercambio. No es que vamos al barrio para hacer el bien, sino que hacemos esta propuesta porque nos gusta, porque nos mueve el deseo y también, porque es parte de la circularidad, de las relaciones de reciprocidad entre quienes formamos parte de un espacio común, como en este caso nuestra ciudad”.