El Gringo Villanova nos ha golpeado a las puertas. “Tragaldabas”, repiten las páginas de su libro y la voz funciona como un hechizo. Con nombres como el de esa banda inspirada en las aldabas (viejos llamadores de metal), el estudioso entrerriano nos abre a un mar de recuerdos que teníamos por ahí dispersos, y lo hace por la vía de la música. Por Daniel Tirso Fiorotto (*).
“Una de rockeros. Lado A”, la obra editada por editorial El Miércoles, llama a los de 50 años y también a los que andan por los 70, como llama a las chicas y los muchachos de 17 y 25 años, ¿por qué? Tal vez por su originalidad. Y es que los ingredientes estaban aquí y allá; cada cual guardaba un verso, una melodía, un momento aislado que tocaba el corazón, y a Jorge Gaspar Villanova se le dio por calzar las piezas como si jugara al tetris. Entonces él advirtió, y eso nos va contando a través de su obra, que estamos ante un mundo, una trama un tanto resistida, que se fue tejiendo al margen, que por ahí se forjó en la clandestinidad, y que así copió lo que venía de afuera como se animó a los trazos propios.
Es historia y no es
“Una de rockeros. Lado A” es un libro de historia argentina, que trata de conocer aspectos de nuestra sociedad siguiendo el hilo de las letras, las canciones, las expectativas, las sabrosas anécdotas y los vínculos de los músicos amantes del rock.
O no: es un repaso de las bandas, los humores, los cambios de una generación a otra, en una línea que toca aspectos del arte, la tecnología, la familia, la política, la sociedad.
El libro es una cosa y es la otra, pero resulta curioso llamarle historia, cuando la mayoría de los asuntos que trata son del presente, incluida la sintonía de muchos jóvenes de hoy, como los de ayer, con ciertos ritmos.
Villanova se declara “sordo e incapaz de tocar cualquier instrumento”, entonces se coloca en un balcón y relata un desfile de la juventud de los años 60, 70 y 80, con un juego de ida y vuelta entre el rock y las otras vertientes musicales; el rock y las costumbres sociales, la indumentaria, la economía; el rock y la política, la dictadura, las torturas, las distintas generaciones. Pero fundamentalmente es un intento de comprensión del sentido del rock como una actitud en la vida, y con una clave bien argentina: la guerra de las Malvinas haciendo de divisoria de aguas.
Todos contra el rock
Claro que el rock no es un movimiento homogéneo. Por eso afloran en la obra las distintas miradas y las discusiones más encendidas, con capítulos que nos presentan el paisaje nacional para luego orientarnos hacia expresiones regionales y, en algún punto, bien localizadas en Entre Ríos.
Para señalar la mirada de los políticos en torno de la irrupción del rock, en la página 161 el autor recuerda una expresión de Javier Martínez, baterista de Manal, sobre los primeros años de la década del 70: “La izquierda política y la derecha política, las dos, estaban en contra del rock. La izquierda decía: el rock es una música decadente, burguesa, capitalista, norteamericana, que intentaba que la juventud socialista del mundo no tomara conciencia de clase. La derecha decía: el rock es un invento de las ideologías ateas para destruir el espíritu de la juventud cristiana de occidente. Pero digo lo que dijo Goethe: el artista no debe descender a la arena política”. (Tomado de La historia del palo, de Gloria Guerrero).
Entonces Villanova suma una opinión del guitarrista Claudio Gabis, hijo de entrerrianos: “Los rockeros en general mantuvimos una distancia con la militancia política… En algunos casos por intención propia y en otros, por ignorancia”.
Gabis, precisamente, escribió el prólogo de la obra, desde España donde vive en la actualidad, con una visión muy particular sobre los orígenes. Contra quienes ven la cuna en un par de bares porteños (La Cueva, La Perla), dice: “El rock y el blues de la Argentina nacieron en muchos lugares casi al mismo tiempo. Hay que reconocerlo definitivamente y entender que muchos de ellos estaban en el interior del país”.
Influencia de México
En las distintas vertientes musicales suele haber grupos más cerrados o más abiertos. Así encontramos a rockeros que piensan que los seguidores del tango, la chacarera, la zamba o el chamamé son una manga de reaccionarios; o folcloristas que entienden que el rock interrumpió el apogeo de otras músicas cultivadas aquí por décadas, es decir, fue como una distorsión, una penetración colonialista. El libro no busca clausurar debates.
Lo cierto es que en la eclosión del rock por estas pampas, lomadas y riberas hubo de todo un poco, y Villanova refleja esas tensiones. El Club del Clan, la rebeldía de las primeras bandas, la respuesta de los rockeros a la dictadura, su protagonismo durante la guerra contra Gran Bretaña, la distensión pero también los prejuicios de la dirigencia en la llamada “primavera alfonsinista”, y la actitud de tantos jóvenes para cuestionar a la sociedad “careta” (falsa, hipócrita, prejuiciosa, tapada en moralinas), que parecía amordazarlos.
Todo eso transpira el libro de Villanova con un relato ameno, donde cada página deja interrogantes sobre la dinámica de los gustos musicales ante la influencia de corrientes promovidas desde los Estados Unidos o grupos llegados, ya con versiones en castellano, desde México. Y da cuenta incluso de la resistencia ofrecida por los amantes de otros ritmos, o las disputas internas. También de los prejuicios de jóvenes deslumbrados por la melena y la indumentaria de los rockeros, o que festejaban los covers y tributos antes que los temas propios, regionales, por necesidad de imitación.
Los Sucosos
Y en cada página alguna anécdota graciosa. Como esa referida a los bailes para estudiantes en Concepción del Uruguay llamados “Los Sucosos”, una rareza que explica Jorge Miró. “¡Los Sucosos! No sé quién los inicia pero es por el 66 creo, y en Regatas. En realidad alguien, que nunca supe quién fue, al escribir en una pared en vez de Gran Suceso escribió ‘Gran Sucoso. Baile en el Club Regatas’, y así quedó”.
El libro recorre a través de historias familiares, personales, barriales, decenas de bandas y centenares de nombres de las y los protagonistas que a veces integraban tres y cuatro agrupaciones a la vez. Y por supuesto, nos vuelve a la hora de los tocadiscos, los combinados, las guitarras artesanales construidas por los papás que colaboraban con el entusiasmo juvenil, en Concepción del Uruguay, hasta que un grupo empezó a comprar instrumentos en Buenos Aires por el consejo de integrantes de Los Iracundos…
Porque las aldabas, esos llamadores que decimos, son principalmente los nombres. A Luis Alberto Spinetta, Charly García, León Gieco y una veintena de famosos fundadores, se suman aquí muchos regionales y locales que en algunos casos tuvieron expresión efímera pero quedaron vibrando en los corazones. O las agrupaciones y cooperativas que alentaron una reunión, una lucha; que juntaron fuerzas con la excusa de la música.
Se va la segunda
Este subtítulo le cabe más a un ritmo del noroeste, pero no desentona con “Una de rockeros” porque Villanova no se encasilla. Para este profesor de historia y educación cívica, dedicado actualmente con su familia a la avicultura en Colonia Caseros, y autor de otras obras que recuperan figuras notables de la entrerrianía, las 300 y más páginas del nuevo libro no concluyen nada. “En su Manual de Zonceras Argentinas –dice-, el viejo Arturo Jauretche tuvo la precaución de dejar al final unas cuantas hojas en blanco para que cada lector complete el libro con las zonceras que iba descubriendo en el día a día. Este trabajo apunta un poco a eso, a que cada lector, que se sienta parte de la historia musical de la región, reconstruya el pedacito que le pertenece y que está guardado en su cabeza o en su corazón”.
Y así es. Hemos leído “Una de rockeros” con una pila de recuerdos a flor de piel, como un ayuda memoria que nos permite atar cabos sueltos y nos revela un mundo desconocido del que, por una u otra vía, todos formamos parte. Pero el propio Villanova aclara que este “Lado A” tendrá su “Lado B”, porque siente que se quedó corto.
Hace pocas semanas estuvo en Paraná Ramón Ayala, el Mensú. Lo recibimos a sala llena en La Vieja Usina. Cuando Ramón olvidaba una letra, no había un solo reproche al artista que ha caminado casi un siglo, al contrario: todos cantábamos en asamblea, porque conocemos los temas. “Ah, la vida es un río bravo, Pescador…”
Y bien, ¿cuántas letras del rock hemos cantado a coro, en los fogones, en los asados, en el aula, en los festivales, como hermanados? Es que la música, el arte, nos devuelven una armonía que en otros ámbitos se esfuma, cuando no se menosprecia
Villanova ha indagado en cada grupo, en cada músico, como diciendo “miren esto”, y se nota que disfruta él mismo este paseo. Por eso deja muchas puntas para tirar aquí o allá, sea por el lado de las letras, las melodías, los discos, los clásicos, los instrumentos, los nombres, o por los esfuerzos, los talentos, las influencias, las relaciones intergeneracionales, los éxitos y las frustraciones; y también por las disputas de bandas y boliches, de lo artístico y lo comercial, la pica con los “chetos”, lo bailable y lo no bailables, la música disco, lo popular, la “música para trabajar”; la transición de lo rural a lo urbano y viceversa, en fin. Y para seguir por las experiencias en diversas ciudades y pequeños poblados de Entre Ríos, que sin dudas nos darán pistas inesperadas del movimiento.
Aquella huerta
Estamos ante un tributo al rock pero el autor no le chupa las medias a los rockeros. Villanova deja que los propios músicos hablen y allí encuentra distintas fibras, versiones, interpretaciones, y vincula los tiempos de la música con los movimientos sociales, políticos, deportivos (fútbol, automovilismo, etc.), o con sabrosas vivencias familiares. El rock como resistencia, como refugio, rebeldía, pasatiempo, o sencillamente arte. De ahí que la dictadura de los años 70 esté tan presente. Pero también muchos de esos jóvenes fundiéndose en la sociedad burguesa y a veces complaciente, quizá por el desgaste, tal vez por alguna desilusión, por qué no, o por haberle puesto todas las fichas a una democracia como si allí estuviera la solución mágica para todo.
Claro: nuestra presentación puede llevar dos páginas y el libro cuenta con 320 páginas. Sólo hemos tomado algunos aspectos de esa trama que fue tejida con hilos de música, palabras, baterías, cuerdas cimbreantes, oficios, discos de vinilo, casetes, largas mateadas; y con una especial oreja para todo ese borbollón un tanto incomprensible que genera el paso de los miedos a las ilusiones, una huerta para las artes de hoy.
Aquí leemos Tragaldabas, Los Viking’s, Los Rebeldes, Los Teacher’s Boys, el Quinteto en Azul, Los Cuatro Colores, Grupo Tiempo, Electrónica Santa Cecilia, Euterpes, Génesis, Kaskote, Spíritus, y seguro nos quedarán veinte afuera, solo en una zona bien acotada; Siglo XX, Orzuelo, Ruta 39, La Bomba, Codha, Ensamble, Zona Franca, Prólogo, Los Duendes del Trópico, Los Perlas, Los Consagrados, Jaque Mate, Signos, Sairá, Los Planetas Azules, Invasión 69, Brumas, Génesis (también un grupo local de Concepción), Los Rubíes, Los Huracanes, El Galpón y cuántos más que sería largo enumerar; encontramos allí amigos nuestros de la niñez y la adolescencia haciendo arte siempre en grupo, incluso forjando esa “Comunidad Rockera del Este” que recupera Villanova.
El autor toma como centro a Concepción del Uruguay pero habla del país, nombra a una veintena de ciudades y pueblitos entrerrianos donde el rock y sus aledaños echaron raíces (y melenas) tempranas con bandas que hoy recuerdan con nostalgia los protagonistas, ya abuelas y abuelos; y en ese paseo (que hemos saboreado) por el pago chico va el Gringo Villanova dando cuenta de las bandas de fama en el mundo.
Qué lindo barbecho urbano para las chicas y los muchachos que están empezando y pueden disfrutar de las milongas, el tango, el rasguido doble, la chacarera, la zamba, los estilos, la llamada música clásica en tantas variantes, la cumbia, el cielito, el chamamé, la chamarrita, el candombe y su mundo, junto a este otro mundo atrevido del blues y el rock, arte al fin, infinito, sin compartimentos estancos.
Tirso Daniel Fiorotto (*) es periodista, escritor e investigador