El libro “Biotecnología, el futuro llegó hace rato” es una obra de divulgación del científico argentino Alberto Díaz. Es significativo porque integra una colección que trata de sacar a los investigadores de sus laboratorios para que muestren al público lo que están haciendo.
Díaz salió, pero algo deslumbrado como un prisionero liberado de la caverna de Platón, que no alcanza a orientarse en el exterior de la cueva. Por eso, cuenta demasiado derecho sus cosas y expone prejuicios inconscientes y formulaciones en que la ciencia se acerca al cinismo, sin que el científico lo advierta, ya que cree estar protegido por un consenso confortable y seguro, que otorga a su actividad prestigio y reconocimiento.
El libro contiene advertencias, como “la necesidad de contar con buenos investigadores para desarrollar la producción, la industria, la riqueza y el bienestar de una sociedad”, todo en el mismo nivel, pero dejando de lado sin remordimiento cualquier fin desinteresado de la ciencia y suponiendo ingenuamente que sus desarrollos deben mejorar el bienestar de todos sin asegurar el acaparamiento de pocos.
Las fábricas verdaderas y la verdadera necedad
Dice que la biotecnología es una nueva revolución industrial, basada en los animales como “fábricas verdaderas”. Quizá equipar los animales con máquinas y la vida con una fábrica y verla del lado de la producción y el beneficio sea un crimen de ceguera, pero no para Díaz.
Lo que está totalmente ausente en él, y él considera sin análisis que en todos de la misma manera, es la idea de la sacralidad de todo lo existente, que nunca abandona a las sociedades tradicionales.
Explica que las técnicas de la ingeniería genética permiten el desarrollo más rápido de nuevos cultivos, semillas, variedades de ganado u obtener peces de características determinadas. Se pregunta como en broma porqué estamos tan apurados, y considera obvio y justificado que es para ganar más dinero. Y ahí debemos detenernos.
Porque la pregunta “¿para qué queremos ganar más dinero?”, dice que no la pudo contestar nadie (que él conozca entre sus cuatro paredes), ni el Inodoro Pereyra de Roberto Fontanarrosa, lo que sugiere que quienes la formulan son seres cómicos e insensatos. Además, revela que no supo leer bien a Fontanarrosa.
De todos modos, Díaz advierte que la bioingeniería puede tener algún aspecto negativo. Y encuentra que los narcotraficantes están financiando árboles de coca más altos y resistentes, que puedan crecer en la Amazonia y una variante de la cocaína que tenga un efecto cinco veces superior a la actual.
Así, en lugar de preparar costosos contrabandos de miles de kilos, les bastaría con hacer pasar un bolsito pequeño, muy ventajoso para la actividad delictiva que los ocupa y que les permite ganar mucho dinero.
La culpa es de los seres humanos
Hay una disculpa: “no es la biotecnología que da para todo. Son los llamados seres humanos que son capaces de usar los conocimientos y la tecnología para cualquier cosa”. No dice cómo se puede conjurar este peligro, que parece bastante robusto y que, volviendo al principio, es desconocido en Oriente y en las culturas autóctonas de América. No se parte en ellas de que los “llamados seres humanos” estén destinados a enseñorear todas las cosas, reducidas a objetos de dominio y manipulación, sino que se entiende desde siempre que es uno más entre la multitud de seres, sin prerrogativas ni privilegios.
Aquellos polvos trajeron estos lodos
Nuestro punto de vista, que no nos deja ver otra cosa, arrancó con la Biblia, en que dios le dice a su pueblo: “Pídeme, y te daré en herencia las naciones, y serás dueño de los confines de la Tierra”.
La antorcha de la voluntad de dominio pasó luego a otras manos, porque dios mandó a su pueblo al exilio, cansado de desvíaciones, infidelidades, olvidos y pecados.
En 1900, la posta quedó en manos de los Estados Unidos. “Dios todopoderoso nos han señalado como su pueblo elegido para conducir, desde ahora en adelante, la regeneración del mundo”, dijo entonces el senador Albert Beveridge.
Dios ¿esta regeneración no se parece mucho ya a una degeneración?
De la Redacción de AIM