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Con el alto abrazo del cóndor las Malvinas siguen en el Peso

El billete de 50 cambia las islas por el ave, insignias de libertad e independencia inconclusas, de vida, unidad y amor a la biodiversidad. Por Daniel Tirso Fiorotto (*).

El condor reemplaza la imagen de Sarmiento en el frente, así como a la de las islas Malvinas en la cara posterior.
El condor reemplaza la imagen de Sarmiento en el frente, así como a la de las islas Malvinas en la cara posterior.

Che y Xumec fueron envenenados en la cordillera, como tantos cóndores. La intervención rápida y criteriosa de especialistas logró salvarlos de la intoxicación, rehabilitarlos y devolverlos al Cordón del Plata, en Mendoza, en una emotiva ceremonia estimulada por los huarpes.

Pocas veces se ve a la ciencia inserta así en la cultura milenaria. Y qué alegría, entre los presentes, qué de abrazos, cuando Che y Xumec salieron de las jaulas para desplegar y agitar sus inmensas alas como en cámara lenta, mirar alrededor y dar por fin un salto a los aires.

Con esta sentida historia de alta vibración espiritual fue presentado el nuevo billete de 50 pesos que luce un cóndor. Las palabras dinero y espiritual no pegan, pero es un clásico el ocupar la cara y el reverso de los billetes como una vidriera en homenaje a símbolos y próceres, por eso se comprende.

Los billetes buscan figuras sólidas para darles consistencia, y qué podríamos decir del cóndor, con la majestad de ese “calvo señor de la montaña” que decía Andrade.

Malvinas presentes

Los hombres pasan, los símbolos quedan. Como sabemos de organizaciones del litoral que proponen que las Islas Malvinas sean izadas en la Bandera, y al contrario el gobierno acaba de desplazarlas del billete de 50 pesos, nos vimos tentados a titular el hecho como un acto de genuflexión, y otra mojada de oreja a los entrerrianos, porque están dejando de lado también al Gaucho Rivero que está en el reverso.

Un análisis sereno nos permite reconocer el acierto de ofrecer el espacio de los próceres a los animales de nuestra fauna, en este caso el cóndor, porque es un exponente de la biodiversidad que representa nuestras artes, nuestras luchas (la cultura dentro de la biodiversidad); y porque el cóndor se ha ganado por siglos un lugar simbólico, como expresión de vida, libertad, independencia y unidad de los pueblos. No ha sido buen consejero el antropocentrismo, el vivir mirándonos el ombligo.

Hace pocos años quedó demostrado por geólogos, de modo indudable, que las Islas Malvinas forman parte del continente Abya yala (América), contra los macanazos del imperialismo angloamericano que busca mil y una excusas para la usurpación. Y el ave más representativa de nuestros países enhebrados por la cordillera es sin dudas el cóndor, capaz de abrazar con sus inmensas alas a todo el continente, las Malvinas incluidas por supuesto.

El cóndor, planeador de excepción, representa el Cruce de los Andes, la grandeza de San Martín, y es además emblema de unidad de los pueblos. Nuestras culturas lo admiran por sus condiciones excepcionales. “No quieras parecerte al cóndor, que la cordillera es alta”, dice el refranero mapuche. En algunas zonas beben su sangre para sanación y longevidad, y no faltan algunos pueblos con recelo porque le hicieron fama de rapiña, cuando en verdad se alimenta de animales ya muertos.

Sobre las fronteras

En junio pasado se cumplieron 90 años de la elección del ave nacional de la Argentina. Fue a través de un concurso realizado por el diario La Razón con participación mayoritaria de niños que optaron por el hornero, o casero como le llamamos. Y bien: el hornero está en los billetes de hoy.

En segundo y tercer lugar fueron elegidos aquella vez el cóndor y el tero. No por casualidad, el tero es el ave nacional de Uruguay, y el cóndor el ave nacional de Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia. Por eso decimos que ésta y las otras aves resumen la unidad de los pueblos. Las alas no obedecen a fronteras mentirosas. También el zorzal apareció entre los preferidos de la Argentina al momento de la elección, y es el ave nacional de Brasil.

No olvidamos a los escritores que colocan al cóndor como símbolo del Cruce de los Andes y del libertador. “El nido de cóndores” se titula el poema del entrerriano Olegario Andrade, un hito, difundido en la repatriación de los restos de San Martín. Allí el señor alado de los Andes hace memoria de los días de la independencia con una multitud cruzando las montañas: “relincho agudo/ lanzó el corcel de la argentina tierra”, dice Andrade.

Miles de años sobrevolaron estos paisajes el cóndor, el hornero, el tero, el zorzal, antes de conocer a la familia humana. Trabajo, arte, alerta, melodía, altura. No es poco, entonces, que los pueblos señalen un ave para mostrarse al mundo, y en esas especies decir el conjunto, la biodiversidad y dentro de la biodiversidad, la cultura.

Así los ritmos, las voces, la palabra, la música, los trinos. Decir que la unidad de los pueblos viene por el idioma y las creencias es un tanto reduccionista, cuando las cuencas, las selvas, las cordilleras, los mares, los saberes, las voces, las alas, los arcoíris (la wiphala), como la canción y las luchas atraviesan fronteras y desmienten la fragmentación política.

Pasa y no pasa

“El cóndor de los Andes despertó con la luz de un feliz amanecer” (El cóndor pasa). ¿Podremos los argentinos despegar las discusiones políticas de un símbolo que nos antecede y que alimentará a las futuras generaciones más allá de las fronteras? “Tras él la rama floreció y el sol brotó en el trigal”. Himno de Nuestra América, del Abya yala del sur, El cóndor pasa habla de lo que nunca pasa, de lo que queda cuando los individuos pasan; este antiguo jarahuí o harawi es un triste llanto esperanzado, bella canción popular, huayno lento atribuido a una recopilación del notable Daniel Alomía Robles, en cuya melodía todos podemos vibrar.

Tejada Gómez nos regaló El cóndor vuelve, que cantan Mercedes Sosa, Los Andariegos: “Vuelve el cóndor del Alto Perú, esta vuelta no habrá Guayaquil: hay que unir todo el sur en un grito: Libertad”.

En las antípodas del desencuentro de los egos y los intereses, ¿podrá inspirar el cóndor a los que no saben del cóndor porque es un símbolo que no se compra ni se vende?

Hermanados en la flor

En un taller sobre flora nativa realizado en Paysandú, un botánico oriental comentó que se había propuesto al ceibo blanco a manera de flor nacional, ya que era una variedad exclusiva del Uruguay. Luego de un diálogo coincidimos en que es más representativa la flor nacional actual, el ceibo de flor roja, porque es la misma que la argentina, de modo que en vez de diferenciarnos nos hermana.

Las flores, como los pájaros, han cautivado por milenios a la humanidad y resumen nuestra idiosincrasia mejor que un rostro humano.

La primera flor nacional propuesta para la Argentina en 1910 por biólogos de nota fue el mburucuyá y no tuvo eco oficial. Sí alcanzó el rango de flor nacional en el Paraguay. Como se ve, en cualquier caso las flores revelan lo que las fronteras falsean.

Tras la poca atención que recibió la bella flor del mburucuyá, hacia 1930 se concursó la flor en el diario La Razón (también) y ganó el ceibo, seguido del jacarandá y el lapacho rosado, que es el árbol nacional del Paraguay. ¿Y cuál es el árbol nacional de la Argentina? Unos dicen el mismo ceibo, otros el ombú. Como sea, es un orgullito manso en los entrerrianos saber que son dos árboles (a uno le llaman arbusto gigante) bien autóctonos de esta provincia, donde incluso desarrollan montes.

En Brasil eligieron flor nacional el lapacho amarillo, llamado allí ipé amarelo, y en Venezuela como árbol nacional el araguaney, una especie parecida en su flor al lapacho amarillo. Hay un ejemplar de araguaney junto al busto de Simón Bolívar en el Parque Urquiza de Paraná, y ha dado crías. Con el lapacho rosado, son especies del género tabebuia, de hermosas y coloridas flores, nativas de todo el Abya yala criollo, de México a la Argentina.

Ceibo, mburucuyá, lapacho, araguaney, ombú: todas coloreando y sombreando el continente desde miles de años antes de que este suelo fuera pisado por el ser humano.

El Sol inca

Si hoy pensamos en los pueblos incas es probable que primero nos vengan imágenes de Perú y Bolivia. Sin embargo, uno de los mayores símbolos del altiplano fue heredado por la Argentina y Uruguay, el Sol de Mayo en los dos pabellones nacionales.

Si la flor y el pájaro son símbolos, el sol es padre en esto de llegar a todos. Unos pocos países tienen soles en sus banderas, y los más notables de esos soles son sin dudas los nuestros, en ambas márgenes del río Uruguay, porque usamos un sol con cara, con raíz en los pueblos milenarios del altiplano.

La bandera de Bangladés luce un círculo rojo sobre el verde, la de Japón lo mismo sobre el blanco. Antigua y Barbuda, un sol naciente. Filipinas, un sol amarillo con ocho rayos de tres puntas. El sol de la bandera de Kazajistán es amarillo y tiene la forma de una hornalla. El sol de la bandera de Uruguay tiene un rostro humano y 16 rayos, ocho rectos y ocho flamígeros. El sol de la Bandera Argentina tiene un rostro humano y 32 rayos intercalados rectos y flamígeros. De ahí que los colores de la bandera argentina sean: azul celeste (cerúleo), blanco, amarillo dorado, y marrón (castaño) para los detalles de la cara del sol.

En la bandera de Entre Ríos está ausente el Sol de Mayo, porque es anterior a su incorporación. Si la banda roja es un homenaje a la sangre derramada por la independencia, según la expresión de José Artigas, y de alguna manera expresa las luchas de resistencia por siglos, el sol anuncia nuestra determinación por la unidad del ser humano con el cosmos, es fuente de sabiduría y equilibrio. Con Inti (luz y calor), entramos naturalmente en la vibración universal, nos inclinamos ante un reflejo de la unidad superior. Si estuviera la luna expresaría también el equilibrio de los opuestos complementarios, según los saberes milenarios de este suelo. Y no sería raro, si hay tantas banderas con lunas como las hay con soles. Es cierto que los dos emblemas, la banda roja y el sol, se completan, van juntos cuando izamos los dos pabellones.

De la pareja de cóndores liberada en los cerros de Uspallata, la hembra se llama Che, luna en lengua huarpe. El macho se llama Xumec, sol en huarpe. “Los cóndores han sido honrados por nuestros pueblos originarios, que sostienen que la tierra es nuestra madre y que cada animal es un hermano. Nuestro trabajo tiene, como Che y Xumec, dos alas: la ciencia y la cosmovisión de respeto que consiste en honrar toda forma de vida”, dijo en la liberación Luis Jacome, de la fundación bioandina.

Sauce y ñandubay

El sauce simboliza en Entre Ríos la mirada sutil, el conocimiento integral, las suaves ondulaciones, las transparencias del agua, principalmente por la presencia vaporosa de Juan L. Ortiz en las letras y la identidad. Un estudioso le opuso a la visión del sauce la del ñandubay, como manifestación de la resistencia charrúa y la lucha por la emancipación y las autonomías. No es difícil ver allí también opuestos complementarios como Che y Xumec, luna y sol.

La relación de la cultura con los vegetales y los animales es directa en lo simbólico. Desde el loro que modelaban los alfareros orilleros por miles de años, o el cardenal elegido (y con buen tino) hace poco “ave entrerriana”, hasta la vaquita de San Antonio símbolo de la buena suerte y la alegría.

Y así, la patria se hizo a caballo, la hormiga y la abeja son sinónimos de organización y trabajo, la paloma está asociada a la paz, el zorro a la astucia, lo que indica que algunos símbolos son compartidos por las más diversas civilizaciones, y nos estamos restringiendo a la sangre, la savia, los astros. En esa línea directa entre el imaginario humano y la naturaleza no deben faltar el fogón y el mate, capaces de crear el lugar para el conocimiento sereno y la amistad.

En la Bandera

Hace una década, un grupo del litoral proponía, con vistas al Bicentenario de la Revolución de Mayo, que la Argentina incorporara en la Bandera Nacional el rojo de la banda artiguista trazada en homenaje a la sangre derramada por la independencia; y que el sentido se expresara en un punto rojo con la forma de las Islas Malvinas.

La propuesta de entrerrianos y santafesinos (artistas, periodistas, historiadores, cooperativistas, profesionales, militantes sociales) alcanzó alguna repercusión, e incluso hubo legisladores que manifestaron personalmente su total adhesión. Recordamos, por caso, al entonces diputado nacional peronista Raúl Patricio Solanas, de Paraná, que era secretario de la Comisión de Relaciones Exteriores y Culto de la Cámara de Diputados de la nación, y había participado de varios actos de reivindicación de la soberanía argentina en el Atlántico Sur y el Continente Antártico.

La banda roja convertida en Malvinas en el pabellón nacional lograría recuperar e integrar definitivamente la resistencia charrúa de varios siglos y la revolución federal, que intentó poner freno a las ambiciones centralistas coloniales; y a la vez permitiría renovar las convicciones independentistas de un país todavía preso de Europa, si consideramos que el territorio total ocupado hoy en el sur por la razón de los misiles equivale a decenas de territorios de la provincia de Entre Ríos.

Pero el poder porteño, así como en 1811 entregó a Europa toda la Banda Oriental y parte de Entre Ríos, parece otra vez dispuesto a amigarse con el pirata, como si el imperialismo entendiera de lealtades. En ese contexto, el desplazamiento de la imagen de las Malvinas y del Gaucho Rivero podría interpretarse como una subordinación.

No es una cara

Si tenían la determinación de sacar por un tiempo las caras de los próceres y pretendidos próceres, ¿por qué confundieron el mapa de las Malvinas con el rostro de una persona, si ese mapa contiene el rostro y el corazón de todos sin distinción?

¿Queremos animales? Muy bien, pero el billete ya tiene en el anverso una gaviota y en el reverso un caballo. Está todo dicho. En una cara aparecen allí las Malvinas, además de un hermoso Sol de Mayo (Inti) bañado en oro, y con el mapa de la Argentina en el sur del Abya yala (América) en expresión de agradecimiento a tantos hermanos que sostienen nuestro reclamo. Del otro lado, un caballo montado por un gaucho valiente (Rivero) enarbolando la bandera argentina con el sol, sobre el cementerio de Darwin y el crucero Belgrano… Ahora preguntamos: ¿fue demasiado para la casta colonizada del país?

La simbología del billete es sugerente, por la determinación contra el colonialismo, en lo que se refiere a lo territorial que es uno de los modos del colonialismo y de la colonialidad que soportamos.

Sin embargo, las Malvinas quedan en uno de los billetes legales, y desde esta semana alza vuelo la imagen de un cóndor y en el reverso la cordillera, columna vertebral de nuestros pueblos. Malvinas y el cóndor en los billetes de 50, todo muy hondo y alto, si no fuera por un tercer billete (anterior) que rinde honor al racismo.

Con buena onda, digamos que el cóndor, como el sol, nos abraza a todos sin distinción y en sus alas se verán cobijados un día los habitantes de las Malvinas, ya libres del colonialismo. De mar a mar, de México a Karukinká (Tierra del Fuego), todos nosotros bajo el vuelo par de una Che y un Xumec.

Daniel Tirso Fiorotto (*) es periodista, escritor e investigador.

Fuente: diario Uno de Entre Ríos, domingo 19 de agosto de 2018.

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