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Cuidar el suelo: Una acción imprescindible

Cada 7 de julio se celebra el Día nacional de la conservación del suelo, establecido en 1963 por decreto de la presidencia de la Nación en memoria del Dr. Hugh Hammond Bennet, investigador estadounidense que trabajó constantemente en busca de la preservación de la integridad del recurso natural suelo, cuya importancia es vital para la producción agropecuaria, registró AIM.[{adj:50222 alignright}]


En homenaje a un pionero de la lucha contra la erosión se conmemora el 7 de julio el día nacional de la conservación del suelo. A través de avances tecnológicos y culturales, se persigue sobre todo en los últimos años un mejor tratamiento de este vital recurso que muestra ostensibles señales de degradación en muchas zonas de nuestro país.

En la faz productiva, han surgido herramientas tecnológicas de importancia fundamental para evitar el agotamiento del suelo y promover el cuidado de sus nutrientes. Por otra parte se experimenta un gran avance de la agriculturización en zonas marginales y provenientes de la ganadería.

“La productividad del suelo debe ocupar un lugar cada vez más prominente en el pensamiento de los pueblos y de sus conductores. Como fuente de alimentos para toda la humanidad debe ser objeto de la consideración inteligente y permanente que merece una riqueza tan indispensable. La ciencia debe dedicar inevitablemente una proporción creciente de sus esfuerzos a los problemas de mantenimiento y mejoramiento del suelo productivo. Y dado que la sociedad entera depende absolutamente de la producción del suelo para su existencia presente, la sociedad entera debe participar de esas responsabilidades.”

“La tierra productiva es nuestra base, porque cada cosa que nosotros hacemos y aún casi todo lo que nos convierte en una gran nación, comienza y se mantiene con la sostenida productividad de nuestras tierras agrícolas. Usted y yo como individuos o agrupados como parte de la raza humana, somos inseparables, excepto por la muerte. El mismo desafío nos confronta a cada uno de nosotros. Su deber y el mío es claro como el cristal y es intransferible. Podemos ayudar o podemos oponernos. La elección está en nuestras manos.”

Estas palabras que hoy tienen absoluta vigencia pertenecieron al doctor Hugh Hammond Bennett, eminente científico norteamericano fallecido el 7 de julio de 1960 y recordado no sólo en el país, sino en el mundo entero como “padre de la conservación del suelo”.

A instancias del Inta, el 7 de julio fue instituido en la Argentina como el “Día Nacional de la Conservación del Suelo”.

El suelo es un sistema dinámico y complejo cuya función no es sólo la de servir como soporte mecánico para el crecimiento de las plantas, sino que también es el medio a través del cual éstas toman el agua y los nutrientes que necesitan para su desarrollo. Por otro lado, el productor se «comunica» con el cultivo para lograr las respuestas que desea, mediante las prácticas de manejo del suelo que lleva a cabo (laboreo, riego, fertilización, etc.). Cuando un suelo se encuentra en condiciones adecuadas para cumplir con su función para la producción, se dice que es de buena calidad.

El uso irracional del suelo genera una alteración de sus propiedades que puede hacer que pierda parcial o totalmente su capacidad de cumplir con su función. Este fenómeno de disminución o pérdida de calidad del suelo se denomina “degradación”.

La “erosión” es el más grave de los procesos de degradación y se define como la pérdida de las capas más fértiles del suelo y, por lo tanto, de gran parte de sus condiciones para producir. La misma puede ser producida por el agua o el viento. Por la acción de tales agentes climáticos, las capas superficiales son arrancadas de su emplazamiento original y el resultado final de este proceso son tierras improductivas cuya condición es, en la gran parte de los casos, poco menos que irreversible.

El problema de la erosión existe y no puede ser negado; las alternativas no son muchas: o se deja que nuestros suelos vayan perdiendo gradualmente su capacidad de producir, o se decide conservarlos para asegurar la subsistencia de las generaciones futuras. Por eso es de verdadera importancia priorizar los mecanismos técnicos y financieros necesarios para revertir la tendencia de avance de la misma, para lo cual es importante la cooperación mutua entre los gobiernos, los institutos de investigación, los productores agrícolas y las personas directamente afectadas.

Hay indicadores simples de que el suelo está susceptible a erosionarse, o que ya tiene problemas de erosión:

-Cuando vemos reiteradamente en la superficie del suelo del lote que ocurren procesos de encharcado, planchado, sellado y/o encostrado. Hay que prestar atención si se incrementa la frecuencia de aparición de éstos, en especial después de ocurrida una lluvia.

– Cuando se observa el rastrojo acordonado, corrido en el lote.

– Cuando ocurre la presencia de Surcos, cárcavas.

-Cuando los cultivos están desparejos, sectores amarillentos (cloróticos)

-Cuando en las rutas o caminos cercanos a nuestro establecimiento, las alcantarillas aparecen con sedimentos (material suelto depositado)

-Cuando en los caminos se observan sedimentos (material de suelo suelto)

Tenemos que saber que existen medidas para evitar, y medidas para controlar estos problemas. Hay cuestiones claves que se pueden cumplir a través de la ejecución de diferentes medidas sencillas, que evitan el desencadenamiento de estos problemas, éstas tienen que ver con:

-Mantener una cobertura adecuada en el lote, durante el barbecho y en los primeros estadios del cultivo, hasta que éste “sombree” el suelo. En este caso pensemos que la disyuntiva va a terminar siendo “hacer rollos” o “acumular más agua para el próximo cultivo”. ¿Qué es más redituable?

-Evitar el pisoteo; ejecutar técnicas de pastoreo controlado.

-Orientar las labores, incluida la siembra y la cosecha, en lotes con pendientes, de manera que no se favorezca el movimiento del agua sobre la superficie y a lo largo de la pendiente. De este modo, además, aseguramos que “entre” más agua al suelo.

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