El 15 de mayo de 1886 murió Emily Elizabeth Dickinson, escritora estadounidense, autora de una de las obras más fascinantes de habla inglesa de todos los tiempos.
Estudió en la Academia de Amherst, donde nació, y en el seminario femenino de Mount Holyoke, en Massachussets, donde recibió una rígida educación calvinista. Leyó a los filósofos Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau, y a los novelistas Nathaniel Hawthorne y Harriet Beecher Stowe.
Muy joven se aisló del mundo, manteniendo contacto con pocas personas hasta hacerse casi total a los 30 años. En la casa de sus padres se dedicaba a las ocupaciones domésticas y garabateaba apuntes y versos que, después de su muerte, se revelaron como uno de los logros poéticos más notables de los Estados Unidos del siglo XIX.
Su obras se han considerado producto de la soledad. Borges dijo de ella: "No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y solitaria que la de esa mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo a tenerlo".
En su poesía pesan la extrañeza y la oscuridad y la sutileza dialéctica entre las imágenes, las sensaciones y los conceptos.
“No he visto nunca una landa,
nunca he visto el mar,
y sin embargo, sé cómo está hecho el yermo,
y sé lo que debe ser la ola.
Nunca he hablado con Dios,
nunca he visto el Cielo,
y sin embargo, conozco el lugar
como si tuviese un mapa de él”.