El presidente Mauricio Macri, se defiende como puede de los varios incendios que su propia política, o falta de política, provocó en la Argentina durante los tres años que viene durante su gobierno.
Por un lado, busca controlar la galopante inflación, pero los recortes a los subsidios a los servicios públicos amenazan con avivarla porque provocan aumentos de tarifas que se trasladan a los precios. Detiene una corrida devaluatoria, pero el alza en las tasas de interés hasta los niveles máximos conocidos en todo el mundo e impacta en la actividad industrial, que cae a su nivel más bajo en casi dos décadas.
Por ahora Macri disfruta de un raro período de calma en algunos frentes: el peso volvió a estabilizarse después de haber perdido la mitad de su valor frente al dólar en el 2018 y las tasas de inflación volvieron a niveles de hace un año.
Sin embargo, están surgiendo nuevos problemas. La confianza de los consumidores está en su nivel más bajo desde la devastadora crisis financiera de 2001/02; la producción industrial cayó un 15 por ciento en diciembre y su popularidad como gobernante se ha desplomado.
Parte del compromiso del gobierno argentino con el FMI, prestamista al que debió acudir de apuro, de reestructurar sus finanzas incluye una reducción en los subsidios estatales a servicios públicos. La consecuencia inmediata ha sido un fuerte aumento en las tarifas de energía, agua y transporte
Los "tarifazos" amenazan con darle impulso a una inflación que ya redujo de manera severa el poder adquisitivo de los argentinos y que ha provocado protestas callejeras regulares, alimentando las críticas de la oposición política en medio de una caída de la popularidad de Macri.