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Nosotros con el Covid 19, en un hospital llamado Pachamama (Parte 1)

Mariana y Carmelo caminaban ayer tocando timbres como siempre, por un billete, cuando los cruzó la policía y les sacó tarjeta amarilla.

Los ataúdes apilados en Bérgamo, Italia, sirvieron de alerta a los argentinos.
Los ataúdes apilados en Bérgamo, Italia, sirvieron de alerta a los argentinos.

Casa precaria cerca del Walmart, problemas familiares, relación con altibajos, demasiada quietud para cuidar coches por una propina, comedor comunitario clausurado por el riesgo de las personas muy mayores que lo atendían: Mariana y Carmelo encuentran su refugio en la calle. Un hermano muerto a puñaladas, miserias apiladas, algún consuelo no aconsejable, violencias en privado que a veces se cuelan por comentarios al paso… el coronavirus, ¿les resultará una prioridad? A una vida de privaciones, la cuarentena no le cambia mucho.

Desarraigados y amontonados, la Pachamama les fue ocultada por sus propios verdugos/padrinos que les marcan el destino. Los árboles, el arroyo, el sol del amanecer, el trabajo decente y los oficios heredados pueden ser recuerdos de sus padres y abuelos, poco más.

Ahora están más en peligro porque las condiciones del hacinamiento en sinergia provocan al coronavirus como a la tuberculosis y otras yerbas. Identificar, poner bajo amenaza, son medidas que pueden servir para ciertos sectores pero ¿cuántos hay que no tienen dónde pasar, qué hacer, si no salen a gastar suela?

Los efectivos de la policía cumplieron con el protocolo, fuimos testigos, y la pareja se marchó a paso lento con rumbo incierto. Ahora, ¿los Carmelos y las Marianas son excepción o regla? En cualquier caso, somos nosotros, esta es nuestra comunidad.

Mal que mal, con más entusiasmo que camas con respirador, le estamos dando batalla al virus. En esta columna nos proponemos, inspirados en un acta de infracción que cumple y no alcanza, algunos interrogantes para ayudarnos a esclarecer el estado de cosas acudiendo a saberes imperecederos, con una crítica al sistema que cultiva enfermedades. Y tomaremos trepelaymizuam, ixofillmongen, tekoá, tekóporá, tumpasiña, suma qamaña, ayni, mate, koyang, ubuntu, por ingredientes de una entrañable receta autóctona.

Ya lo decía la tuberculosis
El coronavirus es perverso, vaya novedad: ataca con más virulencia a los débiles. ¿Quiénes son los vulnerables? Los individuos que vienen con diabetes, por caso, o las sociedades hacinadas. Ergo: el amontonamiento es una debilidad. Lo decían otros, pero el coronavirus parece más persuasivo, por las malas. Y aunque la tuberculosis se cansa de repetirlo, con 4.000 ataúdes por día en el mundo desde hace décadas, no es difícil entender por qué los medios masivos no los cuentan uno a uno, si la tuberculosis es el mal de los invisibles.

Intentaremos plantear un enfoque un poquito distanciado para ver ancho, cosa difícil cuando estamos urgidos en el día a día por la suma de contagiados, muertos, medidas restrictivas y represivas, cuarentenas a medias.

Los líderes del mundo no coinciden sobre el momento de iniciar o concluir un aislamiento. Los pueblos tampoco coinciden mucho con sus líderes. Pero ¿hay una sola receta para todos? Eso del remedio universal fue probado durante cinco siglos y el resultado es desastroso: todos tomando la misma gaseosa, bailando el mismo ritmo, comprando la misma marca en el mismo hipermercado, a merced de los caprichos del mismo poder.

Para aplaudir
Lo más lógico parece hoy madrugar al virus, aislarnos. En general, los argentinos estamos muy de acuerdo con el confinamiento preventivo. Habrá que ver, claro, cómo sostener y a qué costo (incluso en vidas) una paralización por muchas semanas. Estamos aprendiendo sobre la marcha. Recordamos una selección de fútbol que alcanzó su apogeo unos meses antes del mundial, es decir: cuando se la precisó estaba pasada de madura… Con eso decimos: ni arrancar verde ni dormirse.

Un pequeño movimiento genera enormes cambios; cerca del centro parece poquito pero lejos es mucho (se da el ejemplo de la rueda de una bicicleta, entre el eje y la cubierta). Pisando tierra: para los que gozan de un salario y tienen casa, la necesaria cuarentena consiste en quedarse a descansar y disfrutar, o laburar de lejos. Pero muchas viviendas no están preparadas para eso, y muchos no tienen ingresos y sí deudas que afrontar. Sabemos que la economía argentina es harto informal, con equilibrio precario. Un plomero, un electricista, un albañil, mujer o varón; una juguetería, una tienda, un puesto ambulante… El aislamiento físico no es difícil para las clases acomodadas, sí para las mayorías. A no pocos les falta comida, salud, espacio, casa, contactos, vínculos, comprensión; multiplican debilidades que se potencian, eso se comprende desde la llamada interseccionalidad. En Paraná hay personas que siguen pidiendo, casa por casa, en plena cuarentena, aún con advertencia policial. Que lo digan las Marianas, los Carmelos.

Iban cinco muertos por coronavirus en la Argentina, y cinco presos morían en las cárceles de Santa Fe en reclamos referidos al coronavirus. ¿Víctimas del virus o de la política para combatirlo?

Lo primero positivo que vemos en esta ocasión es que el virus trajo bajo el brazo una tregua a los partidos. Ya no se pelean por tonterías y hay poco aire para las cansadoras chicanas: algo es algo, nobleza obliga. Y qué linda excusa para un futuro parlamento, un koyang (mapuche) de los de antes.

Lo segundo: la notable generosidad y solidaridad y valentía, sí, valentía, de muchos para colaborar. Nos inclinamos ante ellas y ellos.

Mente despierta
Varios científicos dicen que tienen la vacuna en la punta de la lengua. Apareció un francés, Didier, para anunciarnos que ataca con éxito el coronavirus mezclando un antibiótico y un remedio contra la malaria. Puede ser, ojalá. Las noticias varían minuto a minuto.

En nuestro caso, queremos enfocarnos en la prevención, primero para evitar contagios y, en segundo lugar, para que en el caso de pegarnos el virus, que nos encuentre fuertes, resueltos, dispuestos a darle batalla, como sociedad; y además para aprender a protegernos unos a otros.

La peor respuesta que podemos darle a una pandemia es señalar con el índice a los enfermos. Quién contagió a quién, en dónde empezó, quién cometió un desliz. Las víctimas son víctimas. Tampoco agregaría mucho repudiar esta o aquella política de ocasión, que pudo cambiar el curso de las cosas. Reproches y acusaciones mutuas colaboran poco y nada.

Sí parece edificante analizar nuestra condición estructural como sociedad para afrontar el desafío de la enfermedad en muchos, y nuestro estado de ánimo. Observar qué tipo de sociedad resiste mejor los desafíos de la naturaleza, en este caso del virus, y que sociedad genera un caldo de cultivo de las enfermedades. No para acusar a nadie sino para conocer y no repetir errores.

Prevenir, estar atentos. Los mapuche dicen “trepelay mi duam” o “trepelaymizuam”, “mantén la mente despierta”. Cada cual en su centro, atento, lúcido.

Aprendimos la voz del pensador chileno Ziley Mora. Él apunta esta actitud como base de la salud. “Con la guardia baja del sonámbulo, cualquier asunto externo -idea, emoción, rabia, bicho, virus, larva ambiental- la penetra y se instala a parasitar de su baja energía psíquica. El sujeto mal parado, abierto, fuera de sí mismo, viviendo a 10 centímetros de su cuerpo, identificado con sus problemas y pasiones, no habrá bicho que no se agarre”. Eso leemos en la página Clajadep.

La preocupación desmedida, el miedo, la depresión, bajan las defensas. Se desprende de las palabras de Ziley Mora. La serenidad, en cambio, el conocimiento, nos dan fortalezas para hacerle pata ancha a un ataque. Del coronavirus, por ejemplo. Entonces: además de alcohol y jabón para frenarlo a tiempo, cierta lucidez nos permitirá fortalecer el sistema inmunológico con equilibrio. Los trece principios del sumak kawsay(buen vivir) que ha sintetizado Huanacuni Mamani ayudarían a comprender mejor, como apenas una guía no excluyente. (Saber comer, saber beber, danzar, dormir, trabajar, meditar, pensar, amar y ser amado, escuchar, hablar, soñar, caminar con la Pachamama, saber dar y recibir. Armonía y vida colectiva, sin empujones).

En comunidad
Esa lucidez en la persona es, en los mapuche como en los aymara y kechua, lucidez de la pareja, de los opuestos complementarios, y la pareja encontrará otra pareja complementaria, y la comunidad otra comunidad complementaria. De manera que estamos ante una sanación no individualista, no occidental sino comunitaria.

En el altiplano hay un valor en eso de estar atento a lo que le ocurra al otro, estar pendiente. Tumpasiña, decimos, en una manifestación de amor, de visitarnos, de echarnos de menos; así el otro sabe que no está solo, que su salud nos importa porque nos importa de verdad, que su vida nos complementa. Hoy, tumpasiña se traduce en guardarnos, en no visitarnos, aunque parezca un contrasentido. “Haceme la gauchada, no vengás”, es un reclamo solidario en este otoño, por el otro y por uno mismo, mujer u hombre.

Incluso honramos esa disposición con un saludo: jallalla, por la vida, poniendo toda la energía por la vida, todas las buenas ondas, el compromiso personal, grupal, con el deseo sincero de que se cumpla y no deje afuera a nada, a nadie; con esfuerzo y determinación y celebración. ¡Jallalla!

Es el espíritu de servicio que por décadas ha sido marca en los entrerrianos y en general, en las familias del litoral, mujeres y hombres. El “mande nomás”, como entrega y como raíz de otro hábito: la gauchada, la solidaridad sin pedir nada a cambio. Eso equivale a ver al otro como a uno mismo, en coincidencia con tantas doctrinas de todos los continentes, e inclusive la tradición judeocristiana. Los africanos pronuncian “ubuntu”, y es una actitud de disposición para darle al otro sin que pida. Como dice Nelson Mandela, cuidarse a uno mismo pensando en favorecer a los demás. ¿No es con ubuntu que vamos a enfrentar con éxito el coronavirus? Y bien, miles de argentinos y orientales tenemos también raíz en Angola, el Congo, Guinea, en fin, están en nuestro ser. Ubuntu: somos personas con los otros, por los otros. En el altiplano, lo mismo: uno se hace persona con el otro, con el par complementario, chachawarmi. El individuo es una persona en potencia. Suma de individuos no da personas. Ayni, decimos en el altiplano para referirnos a la vida comunitaria en reciprocidad.

Nuestro pueblo Tagüé (expresado en aquellas y aquellos que logran zafar del corsé colonial que imponen las corporaciones, el estado, las academias); nosotros no entendemos a la persona extirpada de la naturaleza sino adentro, como parte, entonces todo fluirá si abrimos los ojos, los oídos, el corazón; si dejamos que nos crucen las voces del entorno, la cuenca, el monte, la piedra, la arcilla, los semejantes y los distintos, la madre tierra en armonía, en fin: la Pachamama.

Nuestro hospital natural es la Pachamama, madre tierra en armonía; el intercambio amable, la participación, en equilibrio con los demás seres, la piedra, el agua, la arcilla, las aves. Es allí donde la mujer y el hombre del litoral han practicado por siglos la hospitalidad y el trabajo comunitario, lo que con los guaraníes llamamos jopói, dar con manos abiertas mutuamente, y con los habitantes del altiplano llamamos minga, como acá: minga y hospitalidad son atributos centrales del pueblo Tagüé. Ingredientes esenciales del vivir bien y bello, tekó porá, en sintonía, sincronizando el mundo interior y exterior. Suma qamaña, decimos en aymara, vivir en plenitud con otros, buen convivir en un ambiente amable. No en teoría sino en práctica cotidiana, y no como un parche a la vida occidental consumista: es otra cosa.

Minga del trabajo feliz, minga de la celebración y el arte, minga del conocimiento, minga para los alimentos sanos y cercanos de la chacra mixta, comunitaria, cuidando el suelo, el agua, la biodiversidad, con espacio adecuado.En nuestra región las asambleas, los foros, ciertas cooperativas y experiencias agroecológicas se potencian mutuamente y prometen un reverdecer, burlando el proceso de extinción.

Digamos aquí que el pueblo Tagüe es el entrerriano en su centro, capaz de la poesía y la lucha, consciente de su pertenencia, abierto por su disposición natural de servicio al otro, con la renovación permanente de sus raíces guaraní, charrúa, chaná, africana, gaucha, criolla y de numerosos aportes migratorios; capaz de una mirada integral, de cuenca, no sometida a las divisiones impuestas en el conocimiento; integrado al monte y al río, un poco pez, un poco pájaro.

Más que sala de curaciones carnales, la Pachamama es fuente de vida honda. Ahora: ¿cómo en términos prácticos hallaremos sanación en la Pachamama? Ya intentaremos una respuesta, pero de entrada preguntemos: ¿podemos conversar con la Pachamama en el hacinamiento, en ese no-lugar sin contacto con el aire limpio, el sol, el monte, el arroyo, la montaña, la comunidad y sus tejidos capaces de amortiguar las penas y comprender las alegrías? Qué difícil.

El coronavirus nos exige por ahora una cierta distancia prudente, pero eso no tiene por qué romper lo poco que nos iba quedando de comunidad. Distanciarse en la geografía no equivale a cultivar el individualismo: todo lo contrario.

Jamás con hacinamiento
Los especialistas se horrorizan en estos días de solo pensar que el coronavirus penetre el conurbano, y no se escucha por ahora una crítica al amontonamiento de las personas y sus causas. ¿No es hora de conversar el asunto?

El hacinamiento (aquí y en el resto del mundo) genera violencia, promueve adicciones, potencia enfermedades diversas, desarticula; pero el distanciamiento de la naturaleza, la imposibilidad de apreciar el amanecer o la puesta de sol, no están vistos aún como síntomas de la cárcel urbana.

Las personas apiñadas quedan afuera de ese hospital preventivo llamado Pachamama, de ese remedio que nos cura en salud.

Las autoridades de cualquier signo político están actuando con prevención (hay peronistas, radicales, gente del Pro), porque saben que ellas (con otros poderes) edificaron por décadas esta sociedad apiñada en las urbes y peor en los barrios, y saben que los hospitales no estaban preparados. Mal haremos, entonces, en acusar a los “chetos”. Hemos tenido suerte en conocer la gravedad del nuevo virus en China e Italia, para cavar con tiempo nuestras trincheras. Los ataúdes apilados en Bérgamo fueron nuestra tabla de salvación, esta gente no murió en vano. Y seguramente ya incidieron en cierta predisposición de tantos a la cuarentena. Algunos de nosotros, con suerte, viviremos gracias a esas víctimas.

El Estado ha generado una estructura social con vicios que hoy, ante la crisis, se presentan a la vista. Echados de ese hospital natural que es la Pachamama, como los Carmelos y las Marianas, caemos en el amontonamiento que el coronavirus tanto agradece, y luego en el hospital con pretensiones curativas, de pocas camas, de escasos respiradores… En Italia sospechan que uno de los focos de infección principal está, qué paradoja, en esos nosocomios...

(Continuaremos este domingo con enseñanzas que recibimos de distintos pueblos de la región, para dar en un sistema increíble, a prueba de este y otros virus).

Por Daniel Tirso Fiorotto. Periodista, investigador y escritor entrerriano.

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