En un jocoso relato del juicio final, Francisco de Quevedo hace hablar a un avaro. Interrogado en el otro mundo cuenta que se limitó a cumplir el mandamiento, "amar a dios sobre todas las cosas": estaba esperando tenerlas todas juntas para adorarlo sobre ellas.
En tiempos de Quevedo, con la ruina de España y el surgimiento de Gran Bretaña como imperio mundial, el capitalismo había iniciado su camino ascendente y el vicio de los mercaderes: la codicia, ya se imponía con claridad.
En tren de codiciosos, sintiendo que tienen todo por ganar cuando el planeta tiene todo por perder, los neoliberales se han apoderado de casi todas las cosas, como el avaro de Quevedo. Pero no piensan en adorar a dios sino en llevar a sus bóvedas algo que les falta, que habían dejado por el camino: el espíritu revolucionario.
Las cosas en su lugar
El profesor mexicano Rafael Ruiz Velazco, liberal sin tacha ni reproche, diplomado en política pública por el Washington Center, informa que se equivocan los que piensan que revolucionarios son los marxistas, los socialistas, los anarquistas y cualquiera de esos totalitarios "enemigos de la libertad", anacrónicos y retrógrados.
El nos revela que los únicos revolucionarios auténticos del siglo XXI son los liberales, dueños y señores también en este terreno, como en todos.
El ejemplo de Allende
Ruiz Velasco cita a Salvador Allende, presidente de Chile asesinado por un golpe de estado neoliberal en su país. En la Universidad de Guadalajara, Allende dijo ante los estudiantes:
“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.
Con el fin de apoderarse del concepto de "revolucionario" y no dejar que lo siga meneando el demonio socialista, Ruiz Velasco argumenta con alguna razón que la izquierda latinoamericana actual no tiene nada de revolucionaria, si por revolución se entienden "cambios radicales, bruscos e incluso violentos en las instituciones políticas, sociales o morales de una sociedad"
La novedad
Sostiene que las ideas de izquierda no son nuevas, porque han estado presentes en el ideario de la región desde principios del siglo pasado. Discretamente, no dice nada de la antigüedad de las ideas liberales, que vienen con poco o ningún cambio por lo menos desde Adam Smith. Mientras la física, por ejemplo, ha sufrido transformaciones enormes, la economía liberal sigue en el fondo siendo la misma que hace dos siglos, pero a pesar de eso, saca chapa de "revolucionaria".
Ruiz Velasco caracteriza a los gobiernos que ubica a la izquierda, " de corte socialista, sindicalista, expropiador y centralizador del poder como el del propio Allende en Chile, Lázaro Cárdenas en México o Chávez en Venezuela, por citar solo tres ejemplos conocidos en diferentes épocas y países durante el siglo XX".
Tampoco dice mucho de la expropiación y centralización a favor de las vetustas, tenaces y serviles oligarquías sudamericanas, que no han aprendido ni olvidado nada en más de 200 años, ni de las leyes contra los derechos de los trabajadores que un gobierno noeliberal sin votos está imponiendo en Brasil, ni de las recomendaciones del apóstol liberal von Hayek al general golpista Augusto Pinochet en Chile, después del asesinato de Allende.
El profesor pone en entredicho a los que cuestionan las privatizaciones y la liberación de los mercados, con el argumento que quieren puestos políticos, más burocracia y más Estado, cuando es sabido que el Estado se debe limitar a defender con la policía la propiedad privada de los rencorosos y los envidiosos.
Quién es quién
Pero no son los defensores de la propiedad privada y de los mercados libres los que defienden el sistema sino al contrario, son los izquierdistas que quieren más gobierno y autoridades elegidas democráticamente.
Es sabido -por lo menos para el profesor- que "estar bajo el yugo y en espera de las decisiones de algunos elegidos democráticamente (en el mejor de los casos) no tiene nada de revolucionario tampoco. "Es perpetuar un sistema que condiciona libertades individuales en pro de un supuesto “bien común” que lejos seguimos sin siquiera alcanzar a vislumbrar".
"La democracia representativa, si bien es cierto que bien llevada puede generar un sistema de pesos y contrapesos saludable, no deja de ser la tiranía de las mayorías y esto tampoco tiene mucho de revolucionario".
Como bien le dijo Ludwig Von Hayek a Pinochet, él prefería una sociedad liberal sin democracia a una sociedad sin liberalismo pero con democracia. Y las dictaduras de Pinochet y Videla era "liberales sin democracia", revolucionarias en sentido liberal estricto.
Perseguido se lucha mejor
Los liberales adoptan con desenvoltura la posición del perseguido, que tiene la ventaja de justificarlos como "revolucionarios". En particular, a pesar de que tienen dominadas las cátedras y la investigación por empresas multinacionales de enorme poder, que dependen de los conocimientos de vanguardia, como Monsanto, lamentan que la izquierda domine la educación pública.
Justamente, Ruiz Velazco dice: "son contadas las universidades que se atrevan a educar e informar sobre los beneficios de los procesos de libre mercado para las sociedades, solo por mencionar un ejemplo del sesgo educativo que se vive".
Seguramente, la Universidad de Chicago con Milton Friedman a la cabeza, cuya influencia se extendió mágicamente por el mundo entero, fue una dichosa y eficacísima excepción al monopolio educativo de la izquierda.
Al final
¿Qué en definitiva, ser revolucionario liberal? No es oponerse a la nobleza parasitaria como los masones de la revolución francesa ni a los imperialistas ingleses, como los de la revolución norteamericana.
Ser revolucionario es "diseñar el camino de nuestras vidas individualmente", de manera conguente con la naturaleza revolucionaria que parece ser intrínseca del hombre y de la que tanto se ha hablado a lo largo de la historia.
Los liberales tienen otro monopolio, además de los económicos: el del conocimiento de la "naturaleza humana", que es para ellos una especie de ultima ratio, como Dios para los creyentes, en la que se refugian con toda rapidez al menor problema, como la tortuga en su caparazón.
La naturaleza humana es ahora revolucionaria, porque ahora los liberales han visto la posibilidad de recuperar para ellos el traje de revolucionario y dejar desnudos a los izquierdistas.
"Militar en la izquierda no significa pertenecer a un movimiento de choque “antisistema” ni ser disidentes del aparato estatista como muchos pretenden, sino todo lo contrario", dice Ruiz Velasco. Es decir los jóvenes revolucionarios liberales son partidarios del status quo, no se oponen al sistema ni son disidentes. Es el milagro de unir el agua y el aceite, un privilegio reservado al poder hegemónico.
El camino
Los revolucionarios modernos tienen un solo camino, el único permitido por el neoliberalismo: "entender que las libertades sociales y políticas van de la mano con las económicas"
La consigna final es sencilla: "Defendamos nuestros únicos derechos intrínsecos (vida, propiedad y libertad) y atrevámonos a ser verdaderamente revolucionarios".
Se ve que los jóvenes revolucionarios verdaderos no tienen ninguna revolución por hacer: ya está hecha, es el dominio neoliberal del mundo entero, prácticamente logrado.
La juventud revolucionaria viene a ser lo mismo que la regalona juventud dorada que no tendrá sino que asumir las funciones directivas o gerenciales en empresas y gobiernos, democráticos o no. Los demás son restos anacrónicos de un mundo superado.
De la Redacción de AIM.