Desconocido para casi todos, pero inolvidable para los que deslumbró con la pelota al pie, murió en Rosario, a los 74 años, Tomás Felipe Carlovich, el "Trinche".
Carlovich murió en el hospital de emergencias Clemente Álvarez de Rosario tras ser atacado en la calle cuando pedaleaba en su bicicleta, como era su costumbre, La justicia decidió investigar el incidente como un asesinato. Cuatro jóvenes fueron demorados tras el presunto asalto, pero fueron liberados cuando no se encontraron pruebas que los vincularan al hecho
Al parecer, el Trinche recibió un puñetazo que lo derribó y al golpear contra el pavimento sufrió una fisura en el cráneo y luego una hemorragia cerebral de la que no se recuperó.
El Trinche fue un bohemio irreductible, refractario a la disciplina e indiferente al éxito y al dinero, pero asombrosamente dotado para el fútbol en una ciudad donde se sabe gustar de un estilo depurado y exigente, elegante y sutil, que tuvo consagración algo tardía gracias sobre todo a César Luis Menotti y su éxito como entrenador.
El fútbol rosarino dio muchísimas figuras; entre los profesionales más recientes Lionel Messi, Ezequiel Garay, Ever Banega, el Kily González, Walter Samuel, Luciano Vietto, Mario Kempes, José Pastoriza, Javier Mascherano y Angel Di María.
Sin embargo, el Trinche, que decía no saber a qué se debía ese sobrenombre, los superó a todos para los que lo vieron jugar; sin embargo, fue hasta la muerte un desconocido en tiempos en que la fama, ese equívoco rumor del reconocimiento, es más preciada que la salvación eterna y hay quien mata por cinco minutos en la televisión.
“¿Qué es llegar? La verdad es que yo no tuve otra ambición más que la de jugar al fútbol. Y, sobre todo, de no alejarme mucho de mi barrio, de la casa de mis viejos, de estar con el Vasco Artola, uno de mis mejores amigos que me llevó de chico a jugar en Sporting de Bigand…" dijo hace poco.
Mientras el mundo futbolero admira a Messi, y en general a muchos otros jugadores habilidosos, famosos y millonarios, a veces envueltos en escándalos evitables, ignora a uno que quizá los superó a todos, Maradona incluido, pero no tuvo la menor intención de brillar, juntar dinero, hacer fama ni forjar renombre: Tomás Felipe Carlovich.
El Trinche nació en Rosario el 19 de abril de 1946. Debutó como futbolista de Rosario Central en 1969 como mediocampista; pero el club de sus amores fue Central Córdoba, porque allí no ponían coto a sus extravagancias ni a su indisciplina, que no lo dejaba entrenar ni cumplir obligaciones profesionales, letra muerta para él.
Los memoriosos que lo vieron jugar y quedaron deslumbrados con su habilidad, cuentan que en un partido entre la selección rosarina y la selección argentina, en 1974, los rosarinos ganaban tres a cero en el primer tiempo, con goles del Trinche. Antes de iniciar el segundo tiempo, el «polaco» Vladislado Capp, ex jugador de Racing y River, entonces entrenador del seleccionado nacional, pidió al técnico rosarino que saque del equipo a Carlovich, porque con él era robo y el equipo nacional estaba pasando vergüenza. Entre los compañeros del Trinche en ese equipo estaban Mario Alberto Kempes, Mario Zanabria, Carlos Aimar y Daniel Killer: cinco jugadores de Rosario Central, cinco de Newels y él, que jugaba en Central Córdoba.
El virtuosismo técnico de Carlovich, que en la amplificación y seguramente deformación de la memoria se convirtió en mito, fue confirmado por hombres capaces de evaluar fríamente, como José Pekerman; y ensalzados por otros como Diego Maradona, para muchos «el número uno». También técnicos destacadísimos como Menotti y Carlos Griguol, lo ponen primero en la lista de los futbolistas argentinos sin mezquinarle elogios.
Para la revista El Gráfico fue «algo así como el máximo exponente del arco lírico del fútbol argentino».
El Trinche fue el menor de siete hermanos de una familia croata radicada en Rosario, donde los padres llegaron huyendo de las consecuencias de la crisis del 30. Debutó en Rosario Central sin conocer la disciplina. Por eso Miguel Ignomiriello, el técnico «canalla» muy exigente, en ese momento no lo tuvo en cuenta y pasó a Flandria, en Buenos Aires, por solo cuatro meses.
En 1972 encontró su lugar en el mundo: Central Córdoba de Rosario, donde le toleraron todo y donde consiguió el ascenso a Primera B en 1973.
En su andar de acá para allá, tuvo un paso breve por Independiente Rivadavia de Mendoza. Allá de inmediato se hizo notar en la cancha por su méritos y fuera de ella por sus deméritos. En cierto momento les pidió un auto a los dirigentes. Con el coche, prestado, se vino a Rosario y no volvió a Mendoza. Los dirigentes lo instaron a cumplir el contrato y a devolver el auto. Como el Trinche no cumplía, al final le dijeron que se quedara con el auto pero que volviera a jugar en Mendoza porque era indispensable. El solo bastaba para llenar las canchas de hinchas castigados por el negocio y el negociado, como ahora; pero siempre ansiosos de ver el fútbol que fluía del Trinche con naturalidad y abundancia.
El Trinche hacía jugadas que nadie repitió luego, como el doble caño, que consistía en pasar la pelota entre las piernas del rival y esperarlo para hacerle de nuevo el mismo juego sin que el marcador pudiera evitarlo, un rasgo de habilidad inaudita.
Uno de los récords atribuidos al Trinche es la de haber tenido la pelota en su poder durante 10 minutos en un partido de fútbol. Como nadie se la podía quitar al final exasperó al marcador de punta izquierda del rival, que le aplicó un foul que terminó con la posesión.
Otro relato de los nostálgicos del buen fútbol afirma que en una ocasión, jugando para Central Córdoba, fue expulsado por el árbitro. Pero la reacción del público, que había acudido para verlo, obligó al árbitro a dejar sin efecto la expulsión y a permitirle terminar el partido en la cancha. Aficionados de otros equipos rosarinos iban a ver a Central Córdoba, se invitaban entre ellos para ver el fenómeno que jugaba en ese equipo y hacía despliegue de caños, sombreros, tacos, amagos, gambetas y goles.
Cuando Maradona se recuperó de su adicción, que lo tuvo al borde de la muerte en el Uruguay, volvió a las canchas en Newells Old Boys, donde fue compañero de Gerardo Martino.
Cuando los periodistas le dijeron que estaban recibiendo en Rosario al mejor del mundo, Maradona dijo que hasta entonces creía ser el mejor, pero escuchó cosas de Carlovich que lo hacían dudar.
Desde otro ángulo, este punto de vista fue confirmado por Pekerman, al que el fútbol argentino debe varias copas mundiales juveniles. Al responder a una encuesta sobre los mejores, la elección calificada de Pekerman fue: «Carlovich fue el futbolista más maravilloso que vi». El propio Menotti confesó que era impresionante ver a Carlovich porque su virtuosismo en el manejo de la pelota parecía imposible. Para él, el Trinche era el arquetipo del fútbol rosarino: tranquilo, pausado, de toque y desmarque, hábil y pensado. Pero admitía, como casi todos los que lo conocieron, que le faltó algo: disciplina y responsabilidad para dar el salto definitivo que no dio ni quiso dar.
Sobre este punto, Pekerman coincidió que hubo una época en que el único juguete de los pibes de barrio era la pelota. Tenían trato con ella todo el día casi desde que aprendían a caminar. Así, iban desentrañando todos sus secretos a una edad en que el aprendizaje tiene una intensidad irrepetible luego. Al llegar a la adolescencia, esos chicos tenían un dominio que hoy parece increíble, en el que Carlovich sobresalía como cosa de magia.
Otro jugador de Central, luego técnico muy exitoso, con 86 años hoy, considera que el Trinche fue un fenómeno; pero muy contrario a lo que el propio Carlos Griguol exigió luego a sus dirigidos: «no le gusta el sacrificio, por eso no triunfó. Jugaba conmigo en Central y prefería irse de caza o de pesca. ¡Qué lástima!”. Tenía condiciones técnicas únicas. Al marcarlo, él desaparecía por cualquier lado y con él desaparecía el balón”.
Carlovich fue un lírico, un bohemio, un irresponsable, un inmaduro o un genio, según se mire. Pudo ganar millones pero prefirió vivir la inmediatez del momento sin preocuparse del día que vendrá.
Gracias a que la municipalidad de Rosario lo nombró deportista ilustre en 2002 pudo cobrar un dinero mensual, el único que aportó a su casa, donde vivía con su esposa y sus dos hijos.
Había sido intervenido quirúrgiciamente para aliciar los dolores de cadera que padecía como consecuencia de la osteoporosis. De nuevo, la operación fue posible gracias a la movilización de sus amigos y a los aporte de la municipalidad.
En una entrevista periodística dijo “Yo siempre jugué igual, con las mismas ganas. A lo mejor ir a Francia o al Cosmos (de EE.UU.), posibilidades que tuve en su momento, me hubiera cambiado la vida. Para mí, jugar en Central Córdoba fue como jugar en el Real Madrid”
Por otra parte, soy una persona solitaria. Cuando jugaba en Central Córdoba, si podía, prefería cambiarme solo, en la utilería, en lugar del vestuario. Me gusta estar tranquilo, no es por mala voluntad”
El recuerdo del Trinche, que se sienta a veces solo en la tribuna de Central Córdoba, puede ser inspirador en momentos en que el fútbol profesional está muriendo, copado por políticos que exprimirán cualquier rédito que puedan sacar de él y amparan delincuentes llamados «barras bravas», con colaboración de la policía, de la justicia y con el temor de los que no osan oponerse a un sistema de poder muy afianzado. Y desaparece su máximo exponente justo cuando la pandemia de coronavirus parece haberle asestado un golpe insoportable.
De la Redacción de AIM.