En su libro “América Latina, Imperialismo, Recolonización y Resistencia”, publicado en 2003 por la editorial ecuatoriana Abya Yala, el economista y sociólogo estadounidense James Petras señaló: “En Venezuela, los intentos locales apoyados por EE. UU. para derrocar por medio de sicarios al régimen democráticamente elegido del presidente Hugo Chávez fueron derrotados dos veces por una alianza de pobres urbanos y sectores del ejército constitucionalistas”.
La de 2003, para Petras, fue una de las fases de los embates del Imperio contra Nuestra América, iniciadas con al recorte de la mitad del territorio de México a mediados del siglo XIX poco después de lanzada la idea del “Destino Manifiesto”, robada a la teología.
La primera del siglo XX fueron regímenes-cliente como los de Batista en Cuba, Somoza en Nicaragua y Trujillo en Dominicana. “Estos fueron los predecesores de los gobiernos neoliberales militares y civiles de la última parte del siglo”. Según Petras en los años 80 del siglo pasado las dictaduras evolucionaron hacia gobiernos electoralistas civiles que intensificaron el modelo neoliberal y la transferencia de ganancias, intereses, royalties y fondos ganados ilícitamente a los Estados Unidos y Europa.
Entre 1990 y 2001 se produjo otra ola, con el derrocamiento popular de dos presidentes neoliberales en Ecuador, otro en Brasil (Collor de Melo), un cuarto en Venezuela, y preludios del derrocamiento de Fujimori en Perú, De la Rúa en Argentina, y Sánchez de Losada en Bolivia.
Para Petras, en la base de la ola actual de recolonización de Nuestra América está la necesidad de revertir o demorar la fortuna declinante del neoliberalismo. Para eso se propone controlar los recursos: el petróleo en Venezuela, al gas en Bolivia, expulsar y desarraigar al campesinado rural y dar “solución final” al problema de la autodeterminación y de la soberanía popular, en línea con los fines trazados hace 70 años por los planificadores estadounidenses.
La cuestión está planteada; la solución, como siempre, es disipar el humo de las ilusiones, despertar de la modorra inducida y valorar las armas e intenciones del adversario.