Para construir un vínculo de pareja saludable conviene diferenciar los espacios personales y los espacios compartidos. Este tema suele generar conflictos y tensiones, pero si se establecen tres sencillos acuerdos, cada uno podrá disfrutar más de su vida y la pareja saldrá fortalecida.
En una pareja saludable hay delimitadas tres instancias: el espacio personal de uno, el espacio personal del otro y un espacio compartido que constituye la pareja propiamente dicha.
En la práctica, cada uno de estos espacios se traduce en tiempos, actividades y asuntos. Habrá entonces tiempos compartidos y tiempos para cada uno de ellos. Hasta aquí, todo bien. Lo que sucede es que en la práctica este modo de interacción suele desviarse en dos sentidos opuestos, ambos perjudiciales: o se olvidan de los espacios personales o de los espacios compartidos.
Debemos tratar de mantener estos tres espacios en equilibrio. Aunque pueda ser difícil en ocasiones, vale la pena intentarlo, pues constituye un pilar fundamental en el establecimiento de una relación de pareja sostenible en el tiempo y enriquecedora para quienes la forman.
Cuando no hay espacios personales
Lo que sucede con mayor frecuencia en las parejas es que los espacios personales se reducen en función del espacio compartido. Quienes adoptan este tipo de estructura están a menudo influenciadas por un ideal cultural que sostiene que cuando dos personas forman una pareja, dejan de existir como entidades separadas. Es el ideal de la fusión: “Ahora somos uno”.
Afortunadamente, ese estado es imposible de alcanzar, pero sí puede funcionar como horizonte y conducir a que los espacios personales se reduzcan al mínimo. Estas parejas tienen buenas intenciones: ponerse de acuerdo en todo, compartir el máximo posible, saberlo todo el uno del otro. Creen que de eso se trata el amor, pero suelen acabar con una sensación de ahogo.
“Él o ella me asfixia”, suelen decir, pero el problema no es el otro, es que hay poco aire entre ellos porque están demasiado cerca y se sienten encerrados y empobrecidos.
Cuando no existen tiempos compartidos
Hay parejas que amplían sus espacios individuales a costa del espacio de la pareja, que se empequeñece considerablemente. No se invaden el uno al otro y los espacios que comparten, si bien escasos, pueden ser verdaderos y valiosos.
Sin embargo, pierden dos cosas importantes: la posibilidad de proyectar hacia el futuro y la capacidad de acompañarse y sostenerse en los momentos críticos, puesto que suelen exceder el espacio que ambos le han conferido a la pareja.
Tres reglas para encontrar el equilibrio
Y entonces, ¿cuánto espacio debe haber para la pareja y cuánto para cada uno? ¿Cuándo es demasiado cerca y cuándo, demasiado lejos? No hay una respuesta universal, cada pareja tendrá que encontrar su equilibrio, el lugar en el que no se sienten asfixiados ni distantes.
Discutir qué queda dentro de la pareja y qué pertenece a los espacios personales es necesario para tener claro cuándo estamos en un terreno o en el otro. Sin embargo, es deseable que estas discusiones no se conviertan en peleas o animosidades futuras. Para ello, podrían formularse tres “reglas” bastante sencillas:
1. Equilibrio no equivale a igualdad
Es importante remarcar que las necesidades entre espacio personal y espacio compartido no son necesariamente las mismas para ambos.
Es posible que uno necesite más espacio personal que el otro y esa no debería ser una razón para ofenderse o sentirse menos amado. No se trata de repartir a partes iguales sino de respetar las necesidades de cada uno, de que nadie sienta que hay cosas que no puede realizar por “dedicarle” más a la pareja.
Que la pareja ocupe más espacio proporcional para uno que para otro causará malestar si lo convertimos en una pelea por el poder, la dignidad o por dilucidar quién ama más. Se trata de que ambos se sientan holgados en sus vidas personales sin, por ello, perder el apoyo y enriquecimiento que brinda la presencia del otro...
2. Unanimidad en el espacio común
Para que algo esté en el espacio de la pareja es necesario que ambos decidamos ubicarlo allí. Si uno de los dos no quiere, no puede forzar al otro a que algo forme parte del espacio común, a que comparta lo que no quiere compartir.
A menudo suelo escuchar esta queja: “Nos vemos solo cuando él (o ella) quiere”. Yo suelo responder que eso no es del todo cierto, pues para que dos se vean tienen que quererlo ambos. “Pero yo quiero siempre”, es la respuesta que suele seguir. No es cierto, nadie quiere estar a toda hora y en todo momento disponible; y, si así fuera, el otro no tiene por qué querer lo mismo y no estaría en falta por eso.
3. Libertad en el espacio individual
Con los espacios personales sucede lo contrario que con los compartidos: basta con que uno de los dos decida ubicar algo en él para que deba ser aceptado. Yo no puedo decirte que “no hagas” tal o cual cosa porque a mí no me gusta. Si no soporto que tomes clases de canto porque el profesor es un apuesto joven, puedo pedirte que no me hables de ello, que no forme parte de nuestro espacio compartido, pero no puedo decirte que lo dejes.
Es cierto que hay algunas cuestiones que no pueden ponerse en el espacio personal sin que repercutan en la pareja y, por eso, necesariamente quedan en el espacio común.
Fuente: Cuerpo Mente.-
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