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Salud y Bienestar
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Cómo tomarse la vida con humor

El humor es el bálsamo del alma humana. Nos ayuda a estar cerca de los demás, a relajarnos cuando estamos nerviosos y a recuperar los ánimos en los momentos difíciles. Reírnos, sobre todo de nosotros mismos, hace que el camino de la vida parezca siempre más soleado.

El humor y la risa nos ayudan a quitarle hierro a la vida y a afrontar las dificultades.
El humor y la risa nos ayudan a quitarle hierro a la vida y a afrontar las dificultades.

Tomarse la vida con humor

Hace algún tiempo, un amigo que estaba pasando por un momento realmente difícil me comentó que un día, mientras se ocupaba de algo sin importancia, se sorprendió a sí mismo riéndose. Se asombró de conservar aún la capacidad de reírse, teniendo en cuenta su situación. Me dijo que ello le recordaba un viejo chiste:

Cuentan que un gaucho –esos habitantes folclóricos de la Pampa argentina, a quienes por una razón u otra siempre les persigue la mala suerte– vive con su mujer y sus animales en un pequeño rancho en medio de la llanura. Un día, mientras otea el horizonte con el mate en la mano, ve con horror cómo se acercan una veintena de indios, cabalgando, gritando ferozmente y agitando sus lanzas. El gaucho sabe que no tiene tiempo de pedir ayuda, así que se prepara para lo peor…

Los indios no le decepcionan: incendian el rancho, le roban el ganado, matan a su fiel caballo y, ya que están, degüellan al perro. Destruyen todo lo que pueden en la pequeña hacienda y, luego, cargan a la esposa del gaucho al hombro y se alejan llevándosela consigo. Por último, antes de unirse al resto, un indio le arroja al gaucho una lanza que va a clavársele en el estómago.

Varias horas después, llegan los vecinos del pueblo, recién enterados de lo sucedido. Encuentran al gaucho sentado en una silla, en medio de la desolación, con la lanza todavía clavada en el abdomen. El gaucho les relata todas las desgracias que ha sufrido.

–¡Por Dios! –dice uno de los pueblerinos.

–Y encima está gravemente herido –dice otro.

–¿Le duele mucho? –pregunta un tercero.

–No –responde él–, solo cuando me río.

Humor incluso en los peores momentos

Es un chiste bastante cruel, os lo concedo. Pero, a mí, al menos, no dejó de arrancarme una sonrisa. Cuando acabó de contar el chiste, mi amigo sonreía de modo similar, pero detrás de su gesto podía adivinarse una profunda tristeza. Los dos sabíamos que él también tenía una especie de lanza clavada, un dolor que, en esos días, le acompañaba donde fuese. También sabíamos que el hecho de que todavía conservara el humor era algo maravilloso y alentador.

La capacidad de reír incluso en los momentos más difíciles es uno de los factores que más influyen en nuestro nivel de resiliencia. La resiliencia es el poder que tenemos de recuperarnos después de atravesar un momento difícil, un episodio doloroso o una situación de peligro. Es, para utilizar la imagen habitual, la fuerza para levantarnos tras haber caído. Y, en este sentido, la risa y el sentido del humor son de enorme importancia. Creo que nada hay que nos haga suponer con mayor seguridad que alguien podrá superar una situación que le genera tristeza o angustia que el hecho de que pueda comenzar a reírse de esa situación.

Beneficios de la risa

Existen muchas razones para creerlo. Por un lado, hoy en día están bastante claros los efectos beneficos que la risa tiene en nuestro organismo: regula la respiración haciéndola más profunda y mejorando nuestra oxigenación; reduce la tensión muscular, lo que a su vez mejora la circulación; y favorece la secreción de endorfinas. Estas últimas son clave para entender cómo el humor y la risa nos ayudan a superar momentos difíciles.

Las endorfinas son una especie de “analgésico natural” producido por nuestro cuerpo. De hecho, actúan de un modo similar a la morfina y a otros opioides (medicaciones que se usan en el tratamiento de los dolores crónicos), y de allí su nombre: endo-morfinas, que derivó luego en endorfinas. Cuando nuestro cuerpo experimenta un intenso dolor, automáticamente comienza a producir endorfinas, las cuales disminuyen la percepción de ese dolor tanto como su recuerdo y generan una sensación de bienestar. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el momento del parto (¡algunos dicen que, si no fuera por las endorfinas, a ninguna mujer se le ocurriría pasar más de una vez por algo así!).

Es mi impresión que, así como las endorfinas actúan como analgésico frente a un dolor físico, del mismo modo nos ayudan a aliviar un dolor espiritual o psíquico, pero en este caso lo hacen a través de la risa. Podríamos decirlo así: la risa es la cura natural para el sufrimiento emocional. Mucho tiempo antes de que se conocieran estos datos biológicos, el filósofo Friedrich Nietzsche escribió: “El hombre sufre tan profundamente que ha debido inventar la risa”.

La obligación cultural de sentirnos preocupados

A pesar de todos estos beneficios y aun cuando intuitivamente conocemos el poder de alivio que tiene la risa, en muchas situaciones no nos concedemos a nosotros mismos la libertad de tomarnos ciertos temas con humor. Hemos aprendido que, sobre algunas cuestiones, debemos ser serios: la religión, la muerte, la desgracia (en algún tiempo, también el sexo estuvo en esta lista)... son temas sobre los que no se debe bromear. Se dice que hacerlo es una falta de respeto. Estoy de acuerdo: es una falta de respeto. Pero creo que, justamente, no tener tanto respeto por estos temas puede ser un modo de poder acercarnos a ellos, de poder hablar sobre estos temas tan difíciles y ablandarlos para masticarlos y hacerlos propios. Si tenemos demasiado respeto por ciertas ideas, jamás nos atreveremos a cuestionarlas, a criticarlas ni, mucho menos, a proponer alternativas.

Por eso, creo que es de estos temas “tabú” de los que se nutre particularmente el humor. Lejos de creer que deberíamos dejar de lado la risa en las situaciones que tocan nuestras fibras emocionales más profundas o que conmueven la misma esencia de nuestra humanidad, creo que es en esos casos cuando más desesperadamente debemos recurrir a ella. Paul Reboux, un crítico literario francés, tenía una definición del humor que me parece muy sencilla y, a la vez, hermosamente lúcida: “El humor consiste en tratar ligeramente las cosas serias; y seriamente, las cosas ligeras”.

Entre el miedo y el respeto a las emociones ajenas

Es cierto que a veces debemos ser cuidadosos, pues de lo contrario podemos pasarnos de la raya y hacer que el otro sienta que no tenemos en cuenta su dolor. Me parece que, cuando hablamos del humor en situaciones difíciles o dolorosas, no podemos evitar topar con esta pregunta: ¿Cuándo el humor deja de ser “curativo” y comienza a ser ofensivo? Mi respuesta personal a esta cuestión es que el humor nunca es ofensivo (no importa el tema que toque ni cómo se presente) siempre y cuando quien hace el chiste pueda reírse de una broma similar sobre sí mismo.

Es decir, yo puedo reírme de otro, y no hay ningún problema con eso si comprendo que, en el fondo, ese otro de quien me río también soy yo. Comprendo que yo soy igual de imperfecto, de vulnerable o de ridículo que aquel que es objeto de mi risa. El humor, en suma, no es ofensivo cuando me estoy riendo de mí mismo, aunque esté usando como motivo lo que le ocurre a otro. Cuando el humor se utiliza como un ­arma, cuando se usa para decir “tú y yo somos diferentes: tú estás fallado, eres imperfecto, mientras que yo, no”, entonces es siempre una agresión, incluso cuando su temática sea inocente o cuando su envoltura sea agradable. Sostengo que, en general, podemos darnos cuenta de quién está usando el humor de un modo u otro y, por eso, un chiste puede aliviarnos y otro, en cambio, ofendernos.

Aun así, sería deseable que todos trabajásemos sobre nosotros mismos para estar predispuestos a tomar el camino de la risa cuando otro nos lo propone y no escudarnos en “los buenos modales” para no aceptar aquello que el humor tiene para mostrarnos. Cuando yo era pequeño, cada vez que hacía algo que, por cualquier motivo, divertía a mis padres o a otros mayores y yo les veía reír, inmediatamente rompía a llorar. Cuando me preguntaban qué me ocurría, decía entre sollozos: “¡Se ríen de mí!”.

Reírse "de alguien" o "con alguien"

Mis padres intentaban entonces explicarme que no se estaban burlando de mí, y utilizaban para ello la conocida fórmula de: “No nos reímos de ti, nos reímos contigo”. Por supuesto, no lograban convencerme. “¡No me vengas con eso de que te ríes conmigo, que aquí yo no me estoy riendo de nada!”, pensaría mi mente de niño en aquellos momentos. Hoy creo que el problema no era que se rieran de mí o conmigo sino que yo aún no había aprendido a reírme de mí mismo. Todavía tenía demasiadas expectativas respecto de mi persona, no soportaba tener defectos ni, menos aún, que estos quedasen expuestos ante los ojos de los demás.

Tomar conciencia de nuestra imperfección, de nuestra vulnerabilidad, es una piedra fundamental para poder encajar nuestras desventuras con sentido del humor. Si esperamos no equivocarnos jamás, actuar siempre de modo coherente y equilibrado y poder sobrellevar sin sobresaltos cada nuevo desafío, viviremos todo lo que no encaje con esas expectativas de un modo amenazador y terrible. No habrá lugar para la risa sino solamente para el lamento y para el desgarro que significará la ruptura de la imagen que teníamos de nosotros mismos. Esta es, justamente, una de las diferencias entre la comedia y la tragedia.

Dos formas de afrontar la vida: tragedia y comedia

En la tragedia, el protagonista es alguien que no tiene defectos y que es virtuoso en todo sentido; es, en mayor o menor medida, un héroe. Puede ser que las cosas le salgan mal, pero no es por su culpa: es el destino que le ha tocado. Por un momento, creemos que triunfará, que el héroe vencerá contra las poderosas fuerzas a las que se enfrenta, pero, finalmente, el resultado es siempre desolador.

En la comedia, en cambio, el protagonista se parece más a un bufón que a un héroe. Desde el comienzo está claro que es más que imperfecto: cuando no es torpe, es tímido; y cuando no, es demasiado vanidoso, asustadizo o distraído… En cualquier caso, está claro que perfecto no es. Además, las cosas que le ocurren no le son ajenas: no es una víctima del destino, pues todos sabemos que, de algún modo u otro, se ha buscado lo que le sucede. Aunque solo sea por desear lo que estaba fuera de su alcance. Y, como si eso fuera poco, cada vez que trata de arreglar las cosas, las empeora. En ningún momento creemos que las cosas saldrán como él espera. Y, si al final las cosas resultan bien, será de pura casualidad.

Creo que todos tenemos esa elección: podemos pensarnos como héroes o como bufones. Si creemos que somos héroes, que no tenemos defectos ni miserias y que somos “los buenos” de la película, si creemos que las cosas malas que nos ocurren son fruto del destino, que se ha empeñado en ensañarse con nosotros, nuestra vida se convertirá entonces en una historia trágica. No porque las cosas resulten peor de lo que resultarían de otro modo sino porque tomarán ese matiz: las viviremos como injusticias, imposiciones y realidades que nos aplastan.

Equilibrar la balanza para afrontar la vida

Mejor sería darnos cuenta de que, en verdad, todos somos bufones, seres sumamente defectuosos, con miserias por aquí y por allá, con fantasías que nos exceden y que, en nuestro intento de llevar las cosas para donde nosotros quisiéramos que fuesen, muchas veces acabamos empeorando aún más la situación. Si entendemos que esta es la naturaleza humana y que, en el mejor de los escenarios, las cosas pueden resultar más o menos bien, pero que nunca serán como lo esperábamos, entonces nuestra vida será como una comedia y los malos tragos nos moverán a la risa o, por lo menos, nos harán sonreír. Y, si conseguimos mantener vivo el sentido del humor en esos momentos dolorosos, comenzaremos a ver puertas allí donde antes únicamente veíamos paredes impenetrables. El humor abre nuevas posibilidades, nos permite entender las cosas de una nueva manera, nos ayuda a ver que lo que nosotros pensamos no es idéntico a la realidad.

Una aclaración final: no se trata aquí de reem­plazar la tristeza y el llanto por una risa maniaca y loca que no deje lugar para nada más. De ningún modo. De lo que se trata es de que ambos modos de conectarse con las cuestiones dolorosas puedan convivir dentro de nosotros, alternándose o combinándose. Tanto el humor como la tristeza son emociones válidas, pues tanto el llanto como la risa son modos en que esa emoción se abre y se exterioriza. Ambos tienen una función catártica, como lo prueba el hecho de que es posible llorar de risa.

La tristeza y el llanto nos acercan a aquello por lo que penamos, nos hacen sentir uno con esa situación; mientras que el humor y la risa nos alejan para poder mirarlo desde otra perspectiva: nos recuerdan que no somos solo aquello por lo que sufrimos, que también hay otras cosas en nuestra vida. En el movimiento entre estas dos emociones, en el ir y venir entre la una y la otra, es donde encontraremos un modo saludable de atravesar el dolor (y la alegría) que vienen con vivir.

Por Demián Bucay para Revista Cuerpo Mente.-

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